sábado, 2 de mayo de 2009

Todos podemos ser antipáticos, Teddy

Bautista: "No estamos para ser simpáticos sino para ser eficientes"

Si los políticos y los "autores" se empeñan en coartar nuestra libertad, tenemos en nuestras manos acciones mucho más contundentes y eficaces que protestas o manifestaciones. A saber:

Dejar de comprar discos y canciones.

No ir al cine.

Leer libros de las bibliotecas públicas (que según la mentalidad de esta gente, ya tendrían que estar cerradas) o que ya no estén sujetos a derechos de autor.

Además, podríamos desarrollar nuestra creatividad en lugar de tener que soportar los bodrios que nos venden y, lo que es más importante, nos acostumbraríamos a pensar por nosotros mismos.

El Papa no usa condón

Pablo Molina en Libertad Digital

Las mentiras sobre el SIDA. Y sobre el Papa. Y la peor de todas: ocultar el significativo dato de que es en los países con más católicos donde se da un porcentaje menor de contagios.

Muchas gracias, fantasmas

Jorge Alcalde en Libertad Digital

El efecto benéfico del escepticismo bien entendido.

Reprobando al Papa

Juan Manuel de Prada en ABC

Pascal, Sarkozy y Zapatero

Tomás Cuesta en ABC

La mentira como método

Edurne Uriarte en ABC

Las piernas con que me miras

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

Cayó la fea

Alfonso Ussía en La Razón

Una gripe muy guarra

José Antonio Vera en La Razón

Extensión renovable

Carlos Rodríguez Braun en La Razón

El Mal

José María Marco en La Razón

Libertad de expresión

Carmen Gurruchaga en La Razón

Obama contra internet en Europa

Antonio José Chinchetru en Libertad Digital

Los eurócratas han asestado un nuevo golpe a la libertad en internet. Y lo peor es que lo han hecho aquellos que –con excepciones lamentables como el ahora director general del Instituto Nacional de Cinematografía, Ignasi Guadans– menos daño habían hecho hasta el momento en esta materia, los europarlamentarios. Estos señores, a los que la mayor parte de los europeos no sienten como representantes y que apenas tienen una capacidad legislativa real, han aceptado que los gobiernos puedan desconectar sin autorización judicial a los internautas que se descarguen archivos protegidos por derechos de autor. Toda una victoria para Sarkozy... y Obama.

La combinación ha resultado demoledora. Por una parte tenemos a Sarkozy empeñado en poner los intereses de la industria cultural por encima de los derechos de los ciudadanos. Por otra, a una eurocracia que ha demostrado en repetidas ocasiones su poca simpatía por la libertad en internet. Junto a ellos, unos gobiernos que cada vez que quieren hacer algo impopular lo llevan a Europa para que parezca que nos viene impuesto desde Bruselas y así no asumir su responsabilidad ante los votantes. Y todo ello mezclado con las presiones de un presidente de Estados Unidos al que le encanta meterse en los asuntos internos de Europa pero tocado con un halo de beatitud menos que justificado (a Bush le hubieran llovido los insultos si se le hubiera ocurrido, como sí ha hecho Obama, decir a los europeos que tienen que aceptar como miembro de la UE a un determinado país) y que debe muchos favores al star-system de su país. Con todos esos elementos, era imposible pensar en un resultado diferente al que ha habido.

Tal vez sin la presión del cuerpo diplomático norteamericano en toda Europa el resultado habría sido diferente, pero la realidad de Obama es la que es. Los europeos vamos a pagar el interés del inquilino de la Casa Blanca por agradar a los progres millonarios de Hollywood y las discográficas, así como por proteger y aumentar sus privilegios. Zapatero no es el único que sufre pasión por el presidente de Estados Unidos, acabamos de comprobar que, por desgracia, éste es un mal que aqueja a demasiados políticos europeos.

De otra manera no se explica que los eurócratas hayan llegado a aprobar algo así con el argumento de proteger los derechos de autor. No se han atrevido a algo parecido ni tan siquiera cuando esgrimían las otras dos grandes excusas con las que han blandido cada vez que han ido a recortar la libertad en internet: el terrorismo y la pornografía infantil. Teddy Bautista sí tiene motivo para caer en la Obamamanía. El resto de los europeos, no.

El límite de lo soportable

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José María Marco en Libertad Digital

Fuera por hereje

Pablo Molina en Libertad Digital

Todos los partidos políticos tienen un cierto componente de secta, pero en el PP a veces se pasan. El culto al líder exige que los fieles cambien radicalmente de opinión cuando el dirigente decide adoptar otra estrategia, aún cuando ésta sea contraria a la que se venía manteniendo en el grupo, algo difícil de asumir cuando se tienen ideas, principios y valores sólidos y cierto respeto por uno mismo. En cambio, los relativistas que pretenden seguir figurando en la elite partidista no tienen ningún inconveniente en decir hoy lo contrario que ayer. Es más, negarán que algún día hayan defendido algo distinto a lo que marca la ortodoxia vigente en el seno del partido. Y como son un círculo cerrado, en el que la imagen que proyectan hacia un electorado cautivo no es algo que importe demasiado, la única labor imprescindible cuando el dirigente máximo establece un cambio de rumbo es detectar a los que pretenden seguir defendiendo los valores que caracterizaron siempre a la organización, primero para intentar reconducirlos, después para aislarlos y finalmente dejarlos tirados en la cuneta, pero eso sí, sin levantar mucho ruido no sea que algún simpatizante del heresiarca decida cambiar el sentido de su voto.

El caso de Luis Herrero es interesante dada la extraordinaria popularidad del personaje, forjada tras décadas de labor diaria en la radio española. Los votantes conocen a Herrero no por aparecer en un cartel junto a Rajoy colgado de una farola (el cartel), sino por escucharle prácticamente a diario desde hace lustros, así que saben cuáles son los principios que defiende, precisamente los mismos a los que ha hecho honor en su paso por el Parlamento Europeo. Otro error de Luis Herrero, pues a Europa no se va a defender las ideas que el partido ha considerado siempre como fundacionales, sino a hacer amigos, trincar la pasta y difuminarse en los perfiles del paisaje, especialmente cuando se discuten temas candentes que afectan a la libertad de los ciudadanos.

En esos asuntos peliagudos, como el derecho a utilizar la lengua propia en todo el territorio español o la denuncia de los atropellos de la tiranía chavista, los partidos prefieren no significarse demasiado, no sea que en sus respectivos países les acusen de crispar también las instituciones europeas. Si el líder de la secta ha decidido, además, que el nacionalismo separatista es un elemento a considerar de cara a futuras alianzas estratégicas y al que, por tanto, no conviene molestar, la visión de uno de sus parlamentarios luchando con brío para que la cámara de Estrasburgo sancione políticamente los abusos de estos nuevos socios tiene que resultar forzosamente incómoda.

Por eso, cuando Rajoy dice que sólo repetirán los que han trabajado bien, Herrero debe aceptarlo como un halago merecido. Porque "trabajar bien", en la jerga partitocrática, no tiene nada que ver con la honestidad intelectual y la preocupación por atender diariamente las tareas encomendadas, sino con la unción acrítica a los nuevos postulados del comité que elabora las listas electorales. Herrero es un heterodoxo, un personaje incómodo que por fuerza tenía que salir del cotarro electoral del Neo-PP. De hecho, si Rajoy hubiera decidido mantenerle en la lista al Parlamento Europeo, muchos de los seguidores del periodista hubieran comenzado a preocuparse seriamente.

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