miércoles, 4 de mayo de 2011
Me ofende usted
Señor presidente Zapatero: me ofende usted. Su último discurso –«nosotros no provocamos la crisis»– ha colmado mi paciencia. Me siento insultada por sus palabras. Usted quizás no comprenda mi vergüenza ante su disertación, usted es gente principal, gente poderosa, gente «gorda» como se dice en mi tierra.
A usted, el número de parados se nota que no le afecta personalmente, que esa cantidad escalofriante es sólo un inconveniente cuya importancia pasará pronto: en cuanto se largue usted. Pero mire, cinco millones de parados son muchos; si hiciese una sencilla operación matemática se daría cuenta de que, al resto de los españoles, los que no somos usted y su familia y amigos (influyentes y poderosos), al resto de esa «ciudadanía» que usted ha convertido en nuevo proletariado, a nosotros sí nos toca de cerca al menos un parado de esos cinco millones. Ni siquiera hay que aplicar los «seis grados de separación», todos los españoles –excepto usted y sus etcéteras– tenemos a alguien a nuestro alrededor que está parado –amigo, familiar, compañero…–, y a muchos nos humilla oírle una y otra vez el mismo irresponsable, mostrenco y emético discurso: el de «yo no he sido». Ha tenido 7 años para hacer cosas, para arreglar cosas, pero desde el principio repite usted la misma cantinela: «el problema viene de fuera, que la solución venga de fuera también». ¿Creía usted que España era una cuenta de gastos a su disposición que no requería más que distribuir los montones de billetes y con la que se podía jugar a la ingeniería social? Los problemas le han venido a usted demasiado grandes. Usted no es un estadista. No sabe solucionar conflictos, sólo sabe crearlos. A mi alrededor, aumenta el número de personas desempleadas. Gente que, nunca en su vida, estuvo parada. Mientras, usted sigue con su discurso de la pureza socialista. Usted… ¡inocente, sin pecado concebido, mirando la miseria de España desde su altar moral socialista! Su irresponsabilidad es una desfachatez. Su ineficacia, una falta que no le perdonará la historia. Su discurso de «yo no he sido» demuestra que usted no está pisando el barro de esta situación, que sigue en lo único que sabe hacer bien: sobrevolar la realidad, producir ideología, gastar la pasta de nuestros impuestos en chorradas. Y alejarse años luz de quienes le votaron y a quienes ahora lastima usted con sus palabras.
Quieren subir los impuestos en vez de bajar el gasto público
Parece ser que nuestro Gobierno prepara subidas de impuestos en vez de incentivar recortes en el gasto. Según el Programa de Estabilidad que se envió el pasado viernes a Bruselas, se permitirá al Estado, a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos evitar mayores recortes del gasto si se adoptan cambios normativos que supongan un aumento permanente de los ingresos, es decir, si se aumentan de forma permanente los impuestos. Además, el programa amenaza a las comunidades autónomas que osen reducir sus impuestos ya que pueden ver limitado su techo de gasto.
Conviene tener muy claro por qué dicho programa es un despropósito mayúsculo para España. En primer término, mantener el gasto público a expensas de un incremento permanente de los impuestos sólo sirve para perpetuar una transferencia de recursos del sector que crea riqueza, el privado, al público. Detraer recursos de forma permanente al sector privado sólo frenará nuestra tasa de crecimiento potencial; y con una tasa de desempleo del 21,3%, que equivale a 4,91 millones de parados, simplemente no nos lo podemos permitir.
En segundo lugar, con más de 3,17 millones de asalariados públicos en España, un incremento neto de 1,2 millones desde el año 1996, ¿hay alguien que verdaderamente crea que todo ese personal público es necesario? Como tuvimos ocasión de analizar la pasada semana en esta columna, los informes de la UPyD demuestran que si se hubieran seguido las prácticas más eficientes, sin menoscabar los servicios sociales prestados a los ciudadanos, sólo entre las comunidades autónomas nos podríamos haber ahorrado más de 52.000 millones de euros en los últimos tres años, más del 5% del PIB nacional. A la misma conclusión se puede llegar centrando la mirada en las principales ciudades de nuestro país. Sólo en el año 2010 nos podríamos haber ahorrado más de 6.000 millones de euros, sin pérdida de prestaciones para los ciudadanos, si se hubieran seguido las prácticas más eficientes entre las 40 ciudades principales.
El déficit público en el año 2010 de las comunidades autónomas fue de 36.000 millones de euros y el de las corporaciones locales de casi 7.000 millones. Pues la ineficiencia o sobrecoste, definido como gasto público excesivo o innecesario para la prestación de los servicios sociales a los ciudadanos, representó el 56% de aquel déficit público para las comunidades autónomas y más del 86% para las entidades locales. Por lo tanto, no hace falta recortar prestaciones a jubilados, ni reducir otras prestaciones sociales a la ciudadanía, ni, insisto, incrementar los impuestos para recortar el déficit. Sólo hay que recortar el gasto estrictamente excesivo e innecesario para cumplir nuestros objetivos de déficit público.
Por último, el Programa de Estabilidad es un despropósito porque su única y verdadera función es cumplir un objetivo político: mantener contentas a las fuerzas nacionalistas que reclaman más recursos para que siga manteniéndose en pie el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero.
¿Qué hacemos con el niño Ivancito?
Con la operación destinada a blindar a más de treinta mil contratados a dedo, los socialistas andaluces acreditan nuevamente el mérito de ser la organización más creativa a la hora de esquilmar las arcas públicas con cierta apariencia de legalidad. No hay grupo humano más voraz que una horda de sociatas meridionales encaramada al poder, como saben perfectamente los ciudadanos que han de padecer esta situación por más de ocho años seguidos. En Andalucía llevan ya más de treinta, así que calculen.
El razonamiento del equipo de Griñán ha sido el siguiente. Puesto que resultaría obsceno hasta para una organización tan desvergonzada como la nuestra convertir de golpe en funcionarios a los más de tres decenas de miles de "compañeros" que hemos enchufado, hagamos que los chiringuitos que hemos creado para mantener a tanto inútil pasen a formar parte de la estructura orgánica de la Junta de Andalucía. ¿No es genial? Así nadie puede acusar a los socialistas de haber convertido en funcionarios a los 30.000 familiares y afiliados que cobran del presupuesto autonómico, pero el resultado es el mismo puesto que a partir de este momento ya no son trabajadores de sociedades anónimas, agencias y fundaciones privadas varias a los que se puede despedir de un plumazo, sino empleados públicos dependientes del organigrama administrativo de la Junta de Andalucía, lo que para el caso es lo mismo que ser funcionario de carrera.
Es que las oposiciones por el turno libre son una costumbre franquista que griñánidos, zarríacos y chavésicos, y no digamos los pizarreos del decadente Clan de Alcalá, se confiesan incapaces de superar por fácil que sean los ejercicios, así que el partido, La Pesoe, ha decidido no someter a estos treinta mil compañeros a semejante crueldad.
El resultado es que el nuevo presidente de la Junta de Andalucía, si es que cambia el gobierno en las elecciones del año próximo, tendrá a más de treinta mil submarinos del PSOE encargados de llevar a cabo, en su caso, las decisiones políticas del nuevo equipo de gobierno. ¿A quién van a obedecer todos estos compañeros? ¿A Don Javier Arenas o a la organización que los ha colocado en la ubre autonómica junto con toda su familia? Pues hombre, es fácil comprender que un número indeterminado de ellos tendrá la tentación de actuar lealmente, pero con La Pesoe, corporación a la que deben su fortuna.
Sólo hay un cliente de esta corporación socialista, muy bien recomendado por cierto, cuyo futuro laboral no ha quedado todavía solucionado para zozobra de los que seguimos asiduamente la actualidad andaluza. Me refiero obviamente al niño Ivancito, abandonado al albur de los rigores del libre mercado en cuanto el apellido de su tarjeta de visita, en vez de respeto cause hilaridad en los despachos oficiales de la Junta.
Poco ha de poder Don Manuel si no convence a su sucesor para que encuentre acomodo institucional a la criatura. Con su extraordinaria facilidad para hacer números y extraer porcentajes debe haber algún lugar en la administración andaluza acorde a sus merecimientos, de Presidente de la Cámara de Cuentas para arriba. Sus ingresos mensuales se resentirán, pero para este miembro preeminente de la segunda generación del apellido Chaves lo importante, seguramente, es seguir sacrificándose por Andalucía los años que haga falta. El ejemplo de su "papá" no admitiría otro comportamiento.
Pepe, el del Alakrana
"Llegó a Nairobi un tal Pepe –se puede leer en el texto judicial–, persona de unos 45 años de edad, de aspecto español, buen conversador, que aparentaba tener soltura en estas cuestiones" y que comenzó a tener conversaciones "telefónicas" con los piratas. Según el tribunal, Pepe le hizo ver a los piratas la imposibilidad de que dos de ellos (los condenados ayer a más de 400 años) fueran puestos en libertad una vez que ya habían sido capturados por la fragata Canarias –coordinada por la OTAN– por lo que "las negociaciones se centraron en el aspecto económico". Que después de esto la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, sostenga que el Gobierno no ha pagado revela, como mínimo, el desprecio más absoluto del Ejecutivo por las sentencias judiciales que tanto dice respetar. El silencio ante una descripción como la que se infiere del relato de las andanzas de Pepe, nuestro hombre en Nairobi, hubiera sido más decoroso para una ministra que demuestra desconocer los protocolos de un cargo como el suyo. Pero como negar la mayor tiene un coste cero para el Gobierno, adelante con los faroles.
Ni estimula ni frena el terrorismo
Ahora que tanto se especula sobre si Al Qaeda continuará su supuesto descenso hacia la irrelevancia o si, por el contrario, la eliminación de su líder provocará una oleada de atentados para vengarle, es importante recordar la rutina del combate yihadista salafista.
Osama Bin Laden ha alcanzado, para sus seguidores, el martirio, y esto no es en absoluto una mala noticia. Lo más natural para un "muyahid" o combatiente sagrado, es morir en combate, enfrentándose a sus múltiples enemigos, apóstatas y/o infieles. Lo peor para ellos es caer en cautividad y no poder continuar su Yihad guerrero: si en prisión siguen trabajando por la causa, haciendo proselitismo y engrandeciendo el bando de los "muyahidin", el cautiverio es una bendición, como lo es morir combatiendo contra los infieles estadounidenses. Es por ello que los yihadistas no van a arrugarse, sino que van a continuar su rutina asesina.
¿Debemos esperar atentados inminentes? Lo cierto es que estos se cometen cuándo y dónde se puede, poco importa que sea en suelo afgano o estadounidense. Lo más frecuente en tiempos recientes es que sea, sobre todo, en lugares "calientes" como Afganistán, Pakistán, Somalia, Irak o Daguestán en la Federación Rusa, pero podría ser en cualquier otro lugar y en cualquier otro momento. Precisamente la matanza de Marrakech, los dieciséis asesinados a buen seguro por Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI), son un recordatorio aún muy reciente de la vigencia del terrorismo en cualquier lugar y contra cualquiera.
Cabe preguntarse si ahora que Bin Laden ha desaparecido ha dejado algún mensaje preparado en previsión de la llegada de este momento. Entre los "muyahidin" que en estos últimos lustros han asesinado por doquier y han acabado muriendo en combate, en ocasiones dejaban algún testimonio para ser conocido tras su "martirio", y no sería descabellado que en el caso de alguien tan relevante lo haya dejado. Ahora que tanto se especula sobre quién va a sucederle al frente de la "empresa", como si de eso se tratara Al Qaida, lo que sí parece seguro es que las líneas directrices del yihadismo salafista que el ahora fallecido recibió de su mentor Abdallah Azzam permanecerán inamovibles: seguir combatiendo a los apóstatas (malos musulmanes) hasta la muerte, fijando los esfuerzos por derribar y eliminar a todo "taghout" (tirano musulmán), diezmando a los infieles que les sostienen y trabajando con ahínco por construir el Califato Universal a escala planetaria.
Esos son los pilares ideológicos del yihadismo salafista, y por delirantes que nos parezcan hay quien cree firmemente en ellos. Es por ello que quienes se hacen ilusiones buscando con quién negociar entre los Talibán y los miembros de Al Qaeda, quien libera alegremente presos radicales –el Rey de Marruecos hace dos semanas– o incluso el líder del Movimiento de Resistencia Islámica " palestino (Hamas), Ismail Haniyeh, que ha ensalzado a Bin Laden como "combatiente del Islam", lamentarán más pronto que tarde su error.
El asesino está muerto
Una de las cosas más delirantes que pasarán los próximos días serán las coloristas teorías de la conspiración que inundarán la red.
Veremos cómo Bin Laden no estará muerto y los estadounidenses serán los autorresponsables de los atentados que los matan. Y es que es posible que internet sea el invento del siglo, pero la cantidad de cretinos, extremistas e ignorantes que acumula es también una de sus grandes características. Y, cuando se trata de despreciar a los yanquis y minimizar a los fanáticos radicales, el ejército de paranoicos es inmenso. Más allá del judeomasonismo ideológico, la muerte de Bin Laden es un hecho simbólicamente muy relevante. Y uso este adverbio de manera expresa. Porque el gran valor de su muerte, en esta guerra no declarada pero muy cruenta, tiene que ver con la simbología. En realidad, y desde la estricta perspectiva de la seguridad, hacía mucho que Bin Laden era poco importante, más próximo al mito guerrero que al liderazgo operativo del terrorismo internacional. Primero, porque el fenómeno yihadista es una hidra de muchas cabezas, cada una de ellas con un gran nivel de autonomía. Es decir, cualquier cerebro destruido por esta ideología totalitaria y convencido de que tiene que matar en nombre de Alá se puede convertir en un asesino: recordemos el ejemplo de Theo van Gogh. Además, la mayor parte de los grupúsculos terroristas que actúan en el planeta no recibe ninguna orden de Al Qaeda, más allá de las ideas generales. Ciertamente, Bin Laden hacía tiempo que no era otra cosa que un espectro, cuyo liderazgo se había debilitado considerablemente. Su muerte, pues, tiene la fuerza de una importante victoria bélica, pero no cambia en nada el riesgo global del fenómeno. No olvidemos que cada día hay atentados, y que el número de muertos en nombre del islamismo radical se cuenta por millares. Por lo tanto, esta es una noticia muy importante para el estado anímico de cada parte del conflicto, pero desgraciadamente no lo es para la erradicación del yihadismo. Y ¿ahora qué?, se preguntan los micrófonos que recogen la desazón y el miedo ciudadanos. Sin duda, aumenta el riesgo específico, no en vano el yihadismo necesita alguna acción inmediata de impacto para recuperar posiciones, y sabemos que Occidente es el objetivo prioritario. Pero más allá del reforzamiento policial, sería importante que también reaccionara el mundo político y social, demasiado errático en la lucha contra este fenómeno. Hablo de radicalismo ideológico en nuestro país, de imanes que fomentan el odio a Occidente, de dictaduras que los financian, hablo, en definitiva, del buenismo yupiyaya con que nos enfrentamos al fenómeno.
Porque Bin Laden era, sin duda, un asesino de masas, pero en nuestra casa tenemos asesinos de ideas, cuya eficacia no mata personas, pero destruye cerebros. Y son tan enemigos de la libertad como el propio Bin Laden.