jueves, 9 de diciembre de 2010

Un conflicto buscado

Luis del Pino en su blog de Libertad Digital

Chacón admitió ayer en la Ser que el ejército fue prealertado en la mañana del viernes, es decir, antes de la aprobación del decreto que desató el conflicto (el decreto que volvía a endurecer las condiciones laborales de los controladores).

Por tanto, el Gobierno sabía que la nueva vuelta de tuerca a los controladores podía desatar un plante masivo del colectivo.

A pesar de lo cual, el Gobierno - en lugar de esperar cuatro días, para que pasara el puente y el caos fuera el menor posible, cosa que podía haber hecho perfectamente - sacó de todos modos el decreto, desatando el caos.

Y, a continuación, para responder a un caos perfectamente previsto, decreta de modo ilegal el estado de alarma y pone a los controladores bajo jurisdicción militar, violando de forma clamorosa la Constitución.

Controlador

Juan Pablo Colmenarejo en La Razón

Veinticuatro horas antes de la intolerable desbandada en las torres de control, los militares ya estaban avisados. Así se lo han contado los uniformados a los controladores civiles. (...) Los controladores eran presa barata en el mercado de la opinión pública. El puñetazo en la mesa siempre ha gustado mucho en España. El PP no hubiera querido ni podido porque no tienen al controlador. Un Gobierno del PP hubiera vuelto a subirles el sueldo como en 1999 para quitarse el problema. Ni alarma ni nada. No lo hicieron después de la matanza de los trenes en 2004. Tampoco la policía disolvió las manifestaciones ilegales frente a las sedes del PP. Entonces apareció Rubalcaba megáfono en mano. Ahora le ha bastado con tocar el cornetín para controlar también el cielo.

Oigo, Patria, tu aflicción

Luis Alejandre en La Razón

No sé exactamente, si somos víctimas de alguna de las estrategias de manipulación social definidas por este ácrata filósofo norteamericano, Noam Chomsky, como la de «saber crear problemas, para después ofrecer soluciones» en las que se juega manipulando a la opinión pública ante un problema, para que exija leyes y medidas de seguridad coercitivas que, en consecuencia, refuerzan los propios instrumentos de poder del manipulador.

Cuando Rajoy se enfada

Paco Reyero en La Razón

Durante estos años, el líder del PP ha sido «el que espera que salga la reina de Saba frente a un cinematógrafo» (Enzensberger, del poema Hotel Fraternité). Con Zapatero, la reina de Saba se ha ido del cine y está esperando el metro para exiliarse, por lo menos, a Aluche; y pronto se darán el bote Salomón y todos los extras. Como sala, la España de ZP es aquel teatro anárquico de Fellini donde las madres ponían a orinar a los niños en el patio de butacas y los espectadores arrojaban gatos negros a los actores.

La medium de Aena

Rafael Martínez Simancas en ABC

El Ministro de Fomento ha visto que en Tele 5 aparece una medium que contacta con los espíritus de los famosos y dialoga con ellos, y ha copiado la idea. Lo mejor es que la medium no habla español y los fallecidos tampoco hablaban inglés, (quizá por ahí podamos mejorar los resultados académicos del informe PISA puesto que al morir aprendemos lenguas que en vida tanto nos costaron). Blanco se ha dicho: «Si estos tragan con la medium ahora van a tragar con el estado de alarma», y militarizados estamos hasta nueva orden.

(...)

Hay que volver a traducir la idea de Mc Luhan, digamos que «el miedo es el mensaje» y se podrá entender mejor el estado de alarma. Un truco a gran escala, da igual separar las aguas del Mar Rojo que abrir el espacio aéreo español, otorga a su autor la categoría de patriarca respetable. (...) Es Rubalcaba el que nos hace creer que sólo él puede cortar la cabeza del dragón y nos lo tragamos (Rajoy el primero), como lo de la medium de ojos claros, como si las almas en pena hubieran tenido necesidad de aprender idiomas. Una desmesura que habla de nuestra tierna pardillez.

Estado de alarma en educación

Fernando Fernández en ABC

Un aniversario previsiblemente insulso de la Constitución nos ha traído sin embargo una inesperada novedad. El estado de alarma puede ser decretado para devolver la normalidad a los servicios públicos esenciales. Ese es al menos el aparente consenso de constitucionalistas y opinión pública. No lo comparto porque me cuesta calificar de calamidad pública o catástrofe natural el cierre del espacio aéreo. Pero como no soy experto jurista, acato su sabia doctrina y me limito a extraer las consecuencias oportunas. Teníamos un problema y lo hemos resuelto es el nuevo catecismo de la izquierda. Sobra recordar que cuando Aznar pronunció esa frase ardió Troya, pero la vida cambia y las opiniones también, según el color del gobierno de turno.

(...)

Propongo aplicar a la educación la doctrina Rubalcaba, no me atrevo a llamarla Zapatero porque todavía ando buscándole. Hay un problema, resolvámoslo. Suspendamos los derechos sindicales de los profesores y maestros, recalculemos sus horas de trabajo para incluir solo las que están dentro del aula, retirémosles el derecho a elegir a los directores de Centros y de organizar su jornada de trabajo, ignoremos sus propuestas educativas pues solo piensan en mantener sus privilegios, liberémosles de la captura sindical, animémosles a delatar las presiones recibidas de sus colegas y representantes, amenacémosles con importar profesores —los hay a manadas en el mundo hispánico y a menor coste—, y si aún así se resisten procesémosles por sedición.

Agüita amarilla

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

Ni un cigarro, canta Paquita la del Barrio. Ni una cerveza, contesta, en la misma onda, Rubalcaba, el Cromwell de Solares. El otro Cromwell, el de Huntingdon, antes de darles de palos, gritó a los escoceses: «¡Por los clavos de Cristo, os ruego que consideréis la posibilidad de estar equivocados!», lo cual impresionó mucho a Carlyle. Ellos creyeron que no lo estaban y ya ven lo que pasó. Si Rubalcaba hubiera obrado así con los controladores, ahora no sería un caudillo. Como tal, al menos, se fue con Gallardón a inaugurar una comisaría en Usera. (...) En América, Rubalcaba y Gallardón sólo serían dos personajes de la Loca Academia de Policía y habrían improvisado en la comisaría un bar de Moe cantando «Agüita amarilla» de Carbonell con una «Duff» de las de Homer Simpson en la mano.

El cáliz

Ignacio Camacho en ABC

Al aceptar esta meridiana renuncia de sus propias convicciones con tal de permanecer en el poder, Zapatero se inmola como dirigente de futuro y anula el discurso electoral de cualquier eventual sucesor. ¿De qué oculta agenda de intenciones antisociales puede él o cualquier otro acusar ya al PP? ¿De vender empresas públicas? Ya las ha vendido él. ¿De congelar pensiones? Ya las ha congelado. ¿De suprimir prestaciones sociales? Ya las ha suprimido. ¿De bajar salarios? Ya los ha bajado. Y a todo ello le ha añadido la militarización forzosa de un colectivo civil, expresión extrema de autoritarismo.

Por qué el Gobierno es delincuente

Pío Moa en Libertad Digital

La colaboración del Gobierno con la ETA, enmascarada como "proceso de paz" y "diálogo", convierte a ese Gobierno en delincuente y degenera el Estado de derecho y la democracia. Y la no aplicación de la ley, permitiendo a los políticos situarse por encima de ella, revela que la justicia en España está a su vez envilecida por los enemigos de Montesquieu, incluido el PP. Como incluye al PP la responsabilidad por todo este proceso, ya que ese partido no ha ejercido de oposición ("la economía lo es todo", dice su líder-pensador). Nos encontramos con una democracia en plena involución, dirigida pura y simplemente por políticos corruptos que han convertido su profesión en una forma de delincuencia.

La pusilanimidad alienta nuevas provocaciones

Editorial de Libertad Digital

La indigna renuencia del Ejecutivo español a condenar actos tan execrables como los perpetrados por Marruecos hace escasas semanas en el Sahara no se borra con la tibia y tardía condena que finalmente tuvo que suscribir el PSOE para no quedarse solo en el Congreso. Y, desde luego, esa pusilanimidad, como ha quedado por enésima vez en evidencia, lejos de aplacar las provocaciones de Rabat, no hace otra cosa que alentarlas.

El caso Wagner

Javier Moreno en Libertad Digital

Friedrich Nietzsche, filósofo apasionado, amó primero y odió después, intensamente, a su contemporáneo y conocido Richard Wagner. Pasó de considerar su arte como la más excelsa expresión del espíritu humano a percibir en el mismo una degeneración casi corporal. Y es que, para Nietzsche, la importancia de una filosofía no radicaba tanto en su contenido de verdad cuanto en la salud de cuerpo y mente indisociables que revelaba. Habría, según su juicio, unas filosofías de negación y otras de glorificación de la vida, unas sabidurías de decadencia y otras de grandeza, unas ideas que conducían al rebaño y otras al individuo, con los respectivos y consiguientes colapsos y triunfos de la civilización.

Nada soliviantaba más a Nietzsche que la deliberada negación del interés y el egoísmo como fundamento de nuestro obrar en sociedad. El presunto desinterés del que decían partir los asimismo presuntos altruistas de su tiempo repugnaba a su gusto, que gozaba de un muy fino olfato para detectar el hedor de los fariseísmos, tartuferías y mojigaterías a los que es proclive nuestra naturaleza, siendo en ese aspecto un precursor de la psicología evolucionista. Seguramente se equivocó al señalar al cristianismo como culpable último de estas imposturas, y se equivocó al creer que Dios podía morir tan fácilmente entre los hombres. Lo que sucedía es que el disfraz que entonces llevaban los representantes de la decadencia vital era el de la caridad cristiana, porque cada época tiene sus modas y vestimentas del alma.

Hoy, en cambio, las cosas son notablemente distintas. Un fino psicólogo y sociólogo de decadencias, testigo de nuestro tiempo, el literato francés Michel Houellebecq, falla también al diagnosticar el mal que ahora nos asola, y mira a los mercados y al liberalismo, creyendo que han provocado la ruptura de instituciones tradicionales que sustentaban la armonía social, tales como la familia o la religión, sin ofrecer alternativas. Pero es más bien la negación de nuestra naturaleza, primero –como sí comprendió Nietzsche– y de la libertad, después, la principal causa de las catástrofes sociales, políticas y económicas, tanto en la actualidad como en la antigüedad. Da igual en nombre de qué elevados ideales se nieguen ambas. Ahora podríamos hablar de ecologismo, socialismo, independentismo, multiculturalismo, islamismo o altermundismo, pero los "ismos" son potencialmente ilimitados. Se trata, no lo olvidemos, de negar por cualquier medio la libertad y la naturaleza humanas, justificando el medio los supuestos fines. Y esto se hace en aras de la dominación de unos hombres sobre otros.

Tras enemistarse unilateralmente con Wagner, Nietzsche escribió, con su habitual maestría, un panfleto contra el músico: El caso Wagner. Richard Wagner no era precisamente un ejemplo de moderación y racionalidad. Hábil polemista y genial creador, sentía una profunda aversión por los judíos, lo que expresó, con particular virulencia, en otro panfleto: El Judaísmo en la Música. Elautor de las sublimes Tannhäuser y Parsifal demostraba ser presa de las más primitivas emociones al juzgar a los miembros de una minoría racial, a algunos de los cuales, por cierto, les debía mucho. Hoy su antisemitismo se considera un anuncio del que, menos de un siglo después, llevaría al holocausto. Como Hitler es el supremo demonio del siglo XX –Stalin no es tan tenido en cuenta– su "inspirador" Wagner se encuentra entre sus arcángeles infernales, el que puso música a la tragedia.

Cabría preguntarse si Wagner, como representante del "mundo de la cultura" de su tiempo, dispondría hoy de un estatuto especial que otorgase a sus prejuicios políticos carta de ciudadanía ejemplar. Aquí y ahora, en la España de nuestro tiempo, los autodenominados representantes del "mundo de la cultura", cuyas creaciones –las más de las veces vulgares interpretaciones– distan mucho de igualar, tanto en elaboración como en calidad, a las de Wagner, se arrogan de ser referentes morales en la arena política. Firman manifiestos, se reúnen ante las cámaras de televisión –el ojo tan proclive a las ilusiones ópticas del público– y proclaman la superioridad de la izquierda sobre la derecha, de la igualdad sobre la libertad, del socialismo sobre el capitalismo y, claro está, de la cultura, tal y como ellos la entienden, sobre la incultura, o cultura distinta a como ellos la entienden.

Y aquí es importante aclarar cómo ellos entienden la cultura. Pensemos por ejemplo en los esperpénticos personajes de Almodóvar, ese héroe de nuestra cultura patria: planos, esquemáticos, sin una dimensión humana profunda. Revelan a miembros y miembras producto de la democratización extrema del rebaño humano. Igualados por su desenfreno vital y su falta completa de otro referente moral que la propia igualdad, estos peleles que inspirarían pena si se superase el asco de su contemplación, reflejan las fantasías ideológicas de su autor.

El paradigmático caso Wagner debería ilustrarnos sobre la poca autoridad moral que tienen los artistas, tomados como tales. Y si Wagner no merecía autoridad moral alguna, con lo inefable e indiscutiblemente superior de su arte, ¿qué podríamos decir de este conjunto de indigentes intelectuales de nuestra moderna cultura de masas, que administran el auténtico opio que es el socialismo al pueblo, por vía audiovisual?