En España se da la curiosa circunstancia de que la derecha política es la primera que sostiene la matraca histórica del socialismo como promotor y garante de la paz y los derechos humanos, de forma que no es extraño que nos luzca el pelo nacional de la forma en que lo hizo el martes pasado en el congreso de los diputados.
¿Qué hacemos en Libia? Pues no lo sabemos, porque de hecho ni siquiera el gobierno tiene claro qué hemos ido a hacer allí. La ministra soldados-digan-conmigo-viva-España afirma que hemos acudido para intentar acabar con Gadafi, Zapatero dice que eso ni pensarlo, y la sucesora de Moratinos rinde homenaje a su antecesor informando a la opinión pública de que eso no es una guerra; de hecho, no es ni un ataque aéreo, sino tan sólo una resolución de la ONU.
O sea, que le hemos declarado una resolución de la ONU a los libios, a unos cuantos centenares de los cuales nos vamos a cargar... no con las bombas de los aviones y los misiles de los barcos, sino por culpa de un golpe mal dado con el reglamento del procedimiento administrativo en el ámbito internacional. Un consuelo para los caídos en esta resolución de la ONU, que al menos se van al otro barrio no como víctimas de una ofensiva armada, sino por un leñazo democrático, asestado con el destilado doctrinal del derecho de gentes que recoge el documento aprobado por el consejo onusino de seguridad.
Por su parte, los actores, cineastas, escritores, columnistas, payasos televisivos y demás gentes de la cultura (sic) siguen sin dar un mugido más alto que otro. Son tan buenos actores, que aguantan perfectamente la risa mientras dicen que la "operación" de Libia es legal, legítima, justa y necesaria, a diferencia de la guerra de Irak II, porque ahora hay un documento de la ONU que dice que el que quiera ir a pegar petardazos a los libios puede hacerlo con la bula de Su Laicidad Ban Ki-Moon.
¿Por qué le va a salir gratis la fantochada bélica de Libia a los sociatas? Pues porque la derecha es más izquierdista que ZP y porque todavía hay dinero mantener callada a la gente de la cultura con abundante forraje presupuestario. El dinero acabará acabándose –con perdón–, por la propia dinámica del derroche público. Pero lo del izquierdismo de la derecha, por desgracia, no cambiará jamás.