Mostrando entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de abril de 2011

La mentalidad anticapitalista: ignorancia, envidia y odio

Domingo Soriano en Libertad Digital

Decía Jean-François Revel en La gran mascarada: "Lo que marca el fracaso del comunismo no es la caída del Muro de Berlín en 1989, sino su construcción en 1961". Como casi siempre, estaba en lo cierto el gran pensador francés.

Ninguna imagen puede explicar mejor la diferencia entre el capitalismo y el comunismo que esa enorme pared de hormigón de 42 kilómetros de largo, custodiada por miles de vopos y que más de 100.000 ciudadanos de la extinta Alemania Oriental intentaron cruzar, jugándose la vida, en sus casi cuatro décadas de vergonzosa existencia. Cinco años antes de que la pusieran en pie, Ludwig von Mises escribía uno de sus más deliciosos panfletos: La mentalidad anticapitalista, que me dispongo a comentar.

El autor de La acción humana gustaba de mezclar los grandes tratados filosófico-económicos con pequeñas obras (la que hoy nos ocupa apenas supera las 100 páginas) monográficas, en las que diseccionaba la sociedad, la política, el mercado o la historia. En este caso, el autor austriaco se centra en desentrañar uno de los interrogantes más complicados de resolver para los liberales: ¿qué se esconde detrás de la ideología anticapitalista?

Parece evidente, para todo aquel que reflexione mínimamente, que la humanidad ha mejorado sus niveles de vida de forma sorprendente en los últimos dos siglos. Da igual qué indicador se analice (riqueza, esperanza de vida, bienestar general, avances científicos,...), en estos doscientos años hemos avanzado más, mucho más, que en todos los milenios anteriores. Y habría que ser muy ciego para no percibir que es precisamente allí donde más se han cuidado las instituciones inherentes al capitalismo (la libertad, la empresa, la propiedad privada...) donde más incidencia ha tenido ese crecimiento, que ha esparcido sus beneficios sobre toda la especie humana.

¿Cómo puede ser, entonces, que aún haya quien defienda que se vive mejor en La Habana que en Miami, en Pyongyang que en Seúl? A explicarlo dedica Mises esta obra, que ahora reedita, con acierto, Unión Editorial. Porque aunque hace más de veinte años que cayó el Muro, la crisis ha vuelto a poner de moda a los profetas anticapitalistas, que denuncian el sistema que les proporciona los ordenadores con los que escriben, los medios de comunicación desde los que se expresan y los transportes que les llevan, de protesta en protesta, por todos los rincones del globo.

Mises comienza con un directo al mentón, al asegurar en el primer párrafo que si algo caracteriza al capitalismo es que beneficia, especialmente, a "aquellos desgraciados que a lo largo de la historia formaron siempre el rebaño de esclavos y siervos", y que por él se transformaron en los compradores cortejados por los hombres de negocios, en el cliente que siempre tiene la razón. A pesar de la retórica antiliberal, que dibuja un escenario idílico en los siglos previos a la Revolución Industrial, con pastorcillos, granjas estupendas y honrados artesanos agrupados en gremios, lo cierto es que nunca vivieron mejor las grandes masas que bajo el capitalismo, que, al contrario de lo que tantos piensan, "desproletariza a los trabajadores, aburguesándolos a base de bienes y servicios", que "vierte sobre el hombre común un cuerno de abundancia (...), poniendo al alcance de millones de personas comodidades que hace poco eran asequibles a reducidas élites".

Ahora bien, como señala Mises, nada de esto es evidente, por mucho que pensemos lo contrario los defensores del libre mercado. "Aun en el apogeo del liberalismo pocos comprendieron realmente los mecanismos de la economía de mercado", recuerda el sabio austriaco; y es que se generó una suerte de pensamiento global que creía en "la existencia de un impulso automático que haría progresar a la humanidad".

"El sindicalista americano considera natural el nivel de vida del que disfruta", anota aquí Mises, y nosotros pensamos, por ejemplo, en el progresista que grita contra la maldad de las grandes corporaciones y la globalización sin preguntarse –o callándose– de dónde salieron los bienes que le facilitan su queja.

Los anticapitalistas defienden una utopía que nunca existió y atacan un sistema imperfecto, como la vida misma, pero incomparablemente mejor que ningún otro conocido. ¿Por qué? Mises da tres claves: ignorancia, envidia y odio. La ignorancia de quien piensa que si vive mejor que sus padres es porque así lo ha decidido "un ente mítico llamado progreso". La envidia de quien se ve superado por otros, en un sistema en el que la posición de cada uno depende de la valoración de los demás. Y el odio del que se siente "humillado por quienes le superan", que es el mismo que primero envidia, sí.

El anticapitalismo es un cóctel explosivo que provoca que "la mayoría de los intelectuales, políticos –y muchos votantes– no ansíen otra cosa que destruir el sistema" que les permite protestar. Ninguno de esos furiosos anticapitalistas se marcha a vivir a La Habana, Caracas o Pyongyang. Qué curioso.

Ninguno de esos tipos exquisitos parece preguntarse por qué murieron 136 personas intentando cruzar el infame muro que partió Berlín en dos. Ni por qué la dictadura comunista alemana consideró oportuno erigirlo. Del Paraíso no se podía escapar. Ni por qué los alemanes que quedaron del lado occidental prosperaban mientras sus compatriotas del este se hundían en la miseria. Aparentemente, sólo les separaban unos metros; en realidad, la distancia era infinita, la que va de la libertad (capitalismo) a la opresión (comunismo).

Desgraciadamente, aún hoy, muchos de nuestros más conocidos intelectuales, periodistas o escritores no han comenzado, siquiera, a recorrer ese camino.

LUDWIG VON MISES: LA MENTALIDAD ANTICAPITALISTA. Unión Editorial (Madrid), 2011 (1ª ed. 1956), 110 páginas.

'Haciendo de República', así que pasen ochenta años

Mario Noya en Libertad Digital

Nada mejor, en estos días de abril reventones de melancolía, que darse a la lectura de Haciendo de República, el clásico de Camba del año 34 que parece escrito para esta hora nuestra posmoderna, en que hacemos como podemos de Monarquía parlamentaria.

Camba era un señor muy suyo y muy escéptico, revenido y cuasi alérgico a las efusiones colectivas. Así que el 14 de abril del año 31, Día del Advenimiento para la grey republicana, él, en vez de ponerse bien de fervorines, se tomó las cosas con circunspección y mucha calma. Qué coño, lo cierto es que se preocupó, porque conocía el paño del que estaban malhechos quienes se encaramaron a las poltronas. "Los intelectuales han triunfado totalmente. Y esto será la muerte de la República", le vaticinará enseguida a Josep Pla.

Los intelectuales no saben más que escribir libros y papeles. No saben nada de nada. El relumbrón de la letra impresa, generalmente copiada, se ha impuesto. Antes en las embajadas había unos viejos routiers administrativos que sabían el sistema. Ahora, nada: ignorancia total, sistemática y definitiva.

Camba, que no consiguió desentrañar la "relación misteriosa" que en las revoluciones vincula "la capacidad para gobernar un país y la capacidad para estarse en el café cuatro o cinco horas diarias", sabía con Valle-Inclán que aquel 14 de abril España no había saltado de la cama irradiando republicanismo tras pasarse la noche de los tiempos yaciendo complacida con testas coronadas.

Aquel voto, más que un voto en pro, fue un voto en contra [un momento: recuerden o sepan que aquellas elecciones municipales las ganó la Monarquía]; pero no sólo en contra del rey, como es opinión corriente, sino en contra de todo un sistema que le tenía harto y que equivalía, en política, al pollo de los hoteles en gastronomía o al tango argentino en música. Era un sistema que se repetía a sí mismo con una monotonía desesperante. Un sistema chabacano y ramplón de tópicos, de ratimagos, de frases hechas y de actitudes estudiadas, en el que entraban por igual monárquicos y republicanos e izquierdas y derechas. Un sistema, en fin, del que se había escamoteado la realidad y en el que no quedaba más que eso que los franceses llaman métier; es decir, los trucos, las artimañas del oficio.

A su juicio de gallego agudísimo y mordaz, dotado de un sentido común extraordinario, el españolito de a pie o en mula ya estaba "cansado de andar a la greña con sus Gobiernos" y lo que en el fondo deseaba era "ayudarlos lealmente".

Lo que pasa es que no se fía. Quiere jugar limpio; pero ve que el banquero juega sucio, y entonces él sigue sacándose ases de la manga. Habría que dar la sensación de que por fin no se venía a asegurar el porvenir de los sobrinillos, sino a trabajar en serio y de buena fe por el país (...); y esta sensación nunca se le hubiera podido dar mejor que a raíz de un cambio de régimen.

"Por esto he deseado yo a veces que cambiase el régimen político de España", agregaba él, para despejar equívocos y reafirmarse en el posibilismo; "pero no porque me sintiera republicano. Republicano, como digo, no lo fui nunca". Menos lo sería a partir del mero 31, Año Uno para los tres fanáticos y los cienmil conversos. Ese posibilismo dio paso al pesimismo y, en el final fatídico, a la amargura.

Bajo la República, como bajo la Monarquía, la sopa del español sigue estando fría y el gazpacho templado, y quien habla de la sopa fría y del gazpacho templado habla de una Constitución liberal con una apostilla dictatorial y de tantas otras cosas por el estilo.

Camba llevaba fatal la ristra de ismos que no tenía más remedio que asociar al nuevo régimen: oportunismo, fanatismo, dilentantismo, esnobismo, adanismo; claro que caciquismo (¡y enchufismo, neologismo!), anticlericalismo, cainismo. Cinismo. Tan jóvenes y tan viejos, eran esos modernos:

(...) nuestros republicanos son unos señores de la época del candil que, no habiendo logrado implantar en su tiempo el quinqué de petróleo, han hecho una revolución para imponérnoslo ahora, cuando todo el mundo se alumbra por medio de la electricidad.

Igual les suena de algo todo esto. Lo mismo reconocen el aroma. Qué no pensarán cuando lean las páginas que dedica Camba a "los pobres magnates del socialismo español, condenados a predicar la revolución social para seguir disfrutando los encantos de la vida burguesa" (¡Leyre-leyre-leyre y Bibiana Aída con la puña en alta en Rodiezma!); a los mustios tipos sin oficio ni beneficio que, tras amorrarse al caño de la pública mamandurria, van por ahí despampanando, "con las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes, el traje a la última moda y los tacones de los zapatos en toda su correcta integridad" (¡sindicalistos y cofrades de la patronal!); ¡al Estatuto de Cataluña!

Un día, al final de cierta sesión nocturna, don José Ortega y Gasset apareció en el salón de sesiones del Congreso, donde, con voz débil y ademán vacilante, porque su salud se encontraba entonces bastante quebrantada, declaró que los conceptos de autonomía y federalismo no eran conceptos análogos, sino conceptos opuestos. Para decir una cosa tan sencilla, tuvimos que sacar de la cama con toda urgencia, hacia las cuatro o cinco de la madrugada, al filósofo máximo de la nación, llevándolo a la plaza de las Cortes poco menos que en unas parihuelas; y es que, sencilla y todo, esa cosa no la sabía nadie en el Congreso. Para aquellos energúmenos era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzzle, y era igual buscar un aumento de poder en la unión con otros países que desmembrar el territorio nacional en regiones más o menos independientes.

No se hablaba entonces más que del Estatuto de Cataluña, compromiso de honor de la República, porque algunos catalanes, reunidos un día con otros señores en un café de San Sebastián, dijeron que ellos no contribuirían a la revolución si no se les prometía el Estatuto, y aunque la revolución no la hizo nadie y la República vino sola, los señores del café acordaron:

  • Primero. Que ellos tenían que encargarse de la gobernabilidad del Estado, porque para eso habían resuelto traer la República por medio de la revolución; y
  • Segundo. Que, pasara lo que pasara, el Estatuto catalán estaba por encima de todo.

No hubo medio humano de hacer rectificar al Gobierno, por lejos que fue la indignación de las gentes. Don Manuel Azaña hacía grandes aspavientos ante lo que, a su juicio, constituía un caso manifiesto de incomprensión colectiva, y en un discurso memorable declaró que, después de todo, España no es, realmente, un país unitario, y que la unidad nacional carece de tradición entre nosotros. ¿Qué les parece a ustedes?

Qué nos va a parecer, don Julio, ochenta años después. Con un presidente que te alecciona que, en tratándose de España, el de nación es un concepto discutido y discutible y con un presidente del Congreso que hace gala de patriotismo cinco jotas pero al que le toca las jónadas ver una enseña nacional talla XXXL presidiendo la plaza que dedica Madrid al Descubridor, el Genocidia para los socios predilectos del Gobierno de España (ah, no, queara no toca).

"El tren de Villagarcía", las Constituyentes que parieron un ratón que los iluminados adiestraron para el liberticidio, "El pueblo, los pueblos y las Casas del Pueblo", la furia anticatólica, el divorcio, la pena de muerte y la secularización de los cementerios. "Lo que pudo hacerse". Nada escapa a la pluma de Camba, gallego que no se quita de en medio. Casas Viejas:

Ya puede la República mandar sus vestiduras al tinte. La sangre de Casas Viejas las empapó de tal modo, que no hay procedimiento químico ni político capaz de darles una apariencia decente.

Camba pasó del posibilismo al pesimismo y de ahí a la amargura, escribí antes. Escribió entonces, cediendo –un escéptico– al desencanto: "La República es el fenómeno más desmoralizador que se ha producido en España desde hace muchísimo tiempo". Porque la República no era la República sino la Esperanza. "Ya no podemos, como antes, en nuestros momentos de irritación contra lo existente, tomarnos dos copas y gritar '¡Viva la República!', porque hoy este grito carecería totalmente de sentido".

Tampoco se detuvo en la amargura. Ya en la guerra, en el ABC de Sevilla –o sea, el nacional–, verterá hiel, vitriolo puro sobre el padre fáustico de la criatura tarada:

De ser ciertos los rumores en circulación, Azaña quiere pegarse un tiro, y, con todo el respeto que me ha inspirado siempre la vida ajena, diré que la idea no me parece completamente mala. Más cuerdo, sin embargo, más sensato y más puesto en razón me parecería todavía el que ese desgraciado se volviera loco de una vez y acabara su triste experiencia sujeto por una camisa de fuerza.

Hay pajarracos siniestros que viven siempre en la obscuridad y que, según la creencia popular, auguran males sin cuento cuando salen por azar a la luz del sol. Azaña es uno de esos pajarracos de mal agüero, y yo no sé qué potencia demoníaca lo arrancó un día de su covachuela del Ministerio de Gracia y Justicia, negociado de últimas voluntades, para ponerlo en el primer plano de nuestra vida pública, pero desde entonces no ha habido en España sosiego, cordialidad ni alegría. (...) Azaña fue la discordia, el rencor, la división en bandos irreconciliables, la envidia y el secretismo. (...) Yo creo que, en su enorme engreimiento, el monstruo no se daba cuenta de nada, imaginándose, por el contrario, que, bajo su dominio, España sería siempre una balsa de aceite. (...) Indudablemente, Azaña nació bajo un signo fatídico, y si muriese de una manera normal nuestra decepción no estaría determinada tan sólo por un deseo de justicia, sino también, y en grandísima parte, por un sentimiento instintivo de ponderación y armonía. Un monstruo no puede morir de una manera normal, así como la luna no puede caerse en un pozo.

De principio a fin, la República fue un resentimiento, acción y efecto de resentirse, tener sentimiento, pesar o enojo por algo. Los orgullosos nietos de los que, tras maltratarla y violarla, la asesinaron, andan ahora poniéndole flores sobre el osario.

JULIO CAMBA: HACIENDO DE REPÚBLICA Y ARTÍCULOS SOBRE LA GUERRA CIVIL. Libros del Silencio (Barcelona), 2010, 381 páginas.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Alan Sokal. O como ser de izquierdas y, sin embargo, honesto

Santiago Navajas en Libertad Digital

Los últimos capítulos son los de más sustancia política. Sokal denuncia, como Finkielkraut en La derrota del pensamiento, la rendición de gran parte de la izquierda a los postulados antiilustrados y antiirracionalistas del movimiento postmoderno, que habría de esta forma traicionado el mensaje y la lucha progresista que arranca con la Ilustración.

No me gustaría palmarla

Carmen Grimau en Libertad Digital

La extrema dispersión de sus textos se juzgó como una estética de lo superficial. Sus libros se fueron catalogando entre parámetros literarios que resultan hoy ridículos y que, sin embargo, perduran. Hay un Vian para adolescentes atormentados (La espuma de los días), otro pornográfico y corruptor del sistema (Escupiré sobre vuestra tumba); entre medias, un Vian de panfleto antipatriótico (El desertor), hasta que se llega al profeta poético de la muerte (No me gustaría palmarla). Su obra aún queda atrapada en esta maldición circular, sí.

jueves, 3 de diciembre de 2009

¿España se convirtió en nación en el siglo XV?

Texto de Mitos y falacias de la Historia de España (César Vidal, Ediciones B), en Libertad Digital

No puede caber la menor duda. España era la nación situada al sur de los Pirineos, que en parte resistía al islam y en parte estaba ocupada por él. (...) El gran rey Sancho de Navarra –convertido disparatadamente en los últimos tiempos en rey de Euzkadi– se hizo sepultar como "rey de España", y señaló su vinculación con los monarcas visigodos que habían reinado siglos atrás (...)

Cuando, en 1271, Jaime I salió del concilio de Lyon, tras haber ofrecido la cooperación de sus hombres y de su flota para emprender una cruzada, exclamó: "Barones, ya podemos marcharnos; hoy a lo menos hemos dejado bien puesto el honor de España". De la misma manera, cuando socorrió a Alfonso X de Castilla en la lucha contra los moros de Murcia, (...) sostuvo que lo hacía "para salvar a España". (...) En el s. XIV, el catalán Ribera de Perpejà escribió la Crònica d'Espanya señalando precisamente cómo Cataluña era una parte de esa España despedazada por la invasión musulmana, pero ansiosa de reunificación.

jueves, 9 de julio de 2009

Enfermos de lectura

Lucrecio en Libertad Digital

"Leer por libre es un hermoso fogonazo en el crepúsculo; una elegía por lo ya perdido. Leer, después de la generación de los Maestre, se desleirá en la nada. No quedará recuerdo. Ni verdad. Ni hombre libre. Ni enfermedad. Mundo, tampoco."

Aquí, ahora

Ana Nuño en Libertad Digital

"Está en buena compañía este libro de Federico. Que no desmerece, ni mucho menos, de sus ilustres predecesores y algunos de sus contemporáneos. Eso sí, no me hago ilusiones: el establishment literario español es mayoritariamente dado a honrar los ídolos de la tribu más políticamente correctos. En el mejor de los casos, le aplicarán el clásico ninguneo español, y no dirán nada. Lo que, dadas las circunstancias, en el fondo sería el mejor homenaje que el vicio podría rendirle a la virtud."

viernes, 26 de junio de 2009

Lo que no canta Silvio el cervizial

Mario Noya en Libertad Digital

"Vivir en una casa de cristal, permanentemente expuesto, vigilado, para que ni en tu cama ni en tu baño ni a los postres que no hay puedas descargar, ser persona y no manada. El socialismo era, es y será esto. A ver, que venga el servil Silvio y nos los cante, los primores de lo lanar, el no poder abrir la boca sin miedo a que te la cosan."

miércoles, 24 de junio de 2009

jueves, 18 de junio de 2009

La libertad de la lectura

Agapito Maestre en Libertad Digital

"Mientras el personal se hace cargo de lo que, seguramente, ya sea irremediable, haríamos bien en asomarnos a la historia, buscar en nuestro pasado común la verdad, algo, que pudiera enfrentarnos a la desmoralización que provoca unos gobernantes que han elevado lo relativo a un valor absoluto, y han hecho de los medios los fines de la política."

martes, 16 de junio de 2009

martes, 9 de junio de 2009

martes, 2 de junio de 2009

lunes, 1 de junio de 2009

Hayek o Rousseau, libertad o tiranía

Mario Noya en Libertad Digital

"Lo que nos enseña el individualismo es que la sociedad es más grande que el individuo sólo en la medida en que es libre. Cuando está controlada o dirigida, está limitada a mentes individuales que la controlan o dirigen." (Hayek)

La solución liberal a la quiebra bancaria

Manuel Llamas en Libertad Digital

"En Una crisis y cinco errores el lector descubrirá de la mano de dos maestros –ambos son profesores universitarios y prestigiosos analistas económicos– una forma totalmente distinta de observar la difícil realidad que nos rodea. Es éste un libro que ayuda a entender cómo y por qué surgió esta crisis, y que propone recetas eficaces para combatirla. Una magnífica exposición que, sin duda, representa una luz, un faro de conocimiento en un mundo lleno de falacias, mentiras y falsos culpables."

martes, 26 de mayo de 2009

Cartas de un "culpable" liberal

Antonio Golmar en Libertad Digital

"¿Cómo contemplaría la actualidad política española un extraterrestre recién posado en la Tierra? Más o menos con el mismo asombro que un economista liberal de 27 años."

lunes, 25 de mayo de 2009

La culpa es del liberalismo

Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo

"En efecto, la hegemonía opresiva, la pobreza, la desigualdad, la destrucción ecológica y la imposición de un solo pensamiento no eran amenazas futuras, sino precisamente los ingredientes fundamentales del resquebrajado comunismo, cuyos partidarios optaron por ocultarlos y rápidamente se los endilgaron al mundo no comunista, donde no habían existido, ni existían, ni iban a existir en un grado comparable."