Una de las cosas más delirantes que pasarán los próximos días serán las coloristas teorías de la conspiración que inundarán la red.
Veremos cómo Bin Laden no estará muerto y los estadounidenses serán los autorresponsables de los atentados que los matan. Y es que es posible que internet sea el invento del siglo, pero la cantidad de cretinos, extremistas e ignorantes que acumula es también una de sus grandes características. Y, cuando se trata de despreciar a los yanquis y minimizar a los fanáticos radicales, el ejército de paranoicos es inmenso. Más allá del judeomasonismo ideológico, la muerte de Bin Laden es un hecho simbólicamente muy relevante. Y uso este adverbio de manera expresa. Porque el gran valor de su muerte, en esta guerra no declarada pero muy cruenta, tiene que ver con la simbología. En realidad, y desde la estricta perspectiva de la seguridad, hacía mucho que Bin Laden era poco importante, más próximo al mito guerrero que al liderazgo operativo del terrorismo internacional. Primero, porque el fenómeno yihadista es una hidra de muchas cabezas, cada una de ellas con un gran nivel de autonomía. Es decir, cualquier cerebro destruido por esta ideología totalitaria y convencido de que tiene que matar en nombre de Alá se puede convertir en un asesino: recordemos el ejemplo de Theo van Gogh. Además, la mayor parte de los grupúsculos terroristas que actúan en el planeta no recibe ninguna orden de Al Qaeda, más allá de las ideas generales. Ciertamente, Bin Laden hacía tiempo que no era otra cosa que un espectro, cuyo liderazgo se había debilitado considerablemente. Su muerte, pues, tiene la fuerza de una importante victoria bélica, pero no cambia en nada el riesgo global del fenómeno. No olvidemos que cada día hay atentados, y que el número de muertos en nombre del islamismo radical se cuenta por millares. Por lo tanto, esta es una noticia muy importante para el estado anímico de cada parte del conflicto, pero desgraciadamente no lo es para la erradicación del yihadismo. Y ¿ahora qué?, se preguntan los micrófonos que recogen la desazón y el miedo ciudadanos. Sin duda, aumenta el riesgo específico, no en vano el yihadismo necesita alguna acción inmediata de impacto para recuperar posiciones, y sabemos que Occidente es el objetivo prioritario. Pero más allá del reforzamiento policial, sería importante que también reaccionara el mundo político y social, demasiado errático en la lucha contra este fenómeno. Hablo de radicalismo ideológico en nuestro país, de imanes que fomentan el odio a Occidente, de dictaduras que los financian, hablo, en definitiva, del buenismo yupiyaya con que nos enfrentamos al fenómeno.
Porque Bin Laden era, sin duda, un asesino de masas, pero en nuestra casa tenemos asesinos de ideas, cuya eficacia no mata personas, pero destruye cerebros. Y son tan enemigos de la libertad como el propio Bin Laden.
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