Óscar Elía en Libertad Digital
El problema no es ni era Ben Laden. Ni siquiera la red alqaedista, que permanece aún estable y dispuesta a golpear. El problema es que el islamismo ha avanzado desde 2001, y aunque no bajo la tutela directa de Ben Laden, sí en la misma versión nihilista y despiadada de émulos y discípulos. Y sí en la versión "moderada" de políticos, imanes o intelectuales, que desde Casablanca a Yakarta siguen impulsando impunemente la ideología de la yihad. Y ese es el problema; Occidente, lejos de aprender que los islamismos acaban en terrorismo, juega con una doble ficción: que los primeros pueden sustituir, apaciguando, al segundo, y que basta con eliminar o detener a éste o aquel dirigente para solucionar el problema. De ahí que se esté celebrando la muerte de Ben Laden como si todo hubiese acabado, como si con él terminase una realidad que siempre nos ha aterrado y que nunca hemos querido mirar de frente. Pero el carácter global del islamismo nos recuerda que a Ben Laden le sustituirá Al-Zawahiri, que en Afganistán Occidente negocia la entrada talibán en el Gobierno, que los Hermanos Musulmanes cogen fuerza en Egipto, y que para Al Qaeda se abre una oportunidad de oro con las crisis libia y tunecina en el Magreb y el Sahel. Hoy, como en 2001, Ben Laden no es el problema. No el más importante, al menos. ¿Queremos verlo?
martes, 3 de mayo de 2011
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