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"¡Quiero ser un animal!", por César Lumbreras en La Razón
Hoy he decidido huir de la crisis y de la bajada del euribor, para pedir que me traten como a un animal. Por ejemplo, cuando viajo en avión. Llega uno al aeropuerto y comienza el suplicio. De entrada, hay que enseñar no sé cuántas veces la tarjeta de embarque y la documentación. Luego toca desnudarse antes de pasar por el arco que detecta los objetos metálicos: monedas, bolígrafos, teléfonos, llaves y demás artilugios, a la bandeja; el cinturón, fuera de su sitio y los pantalones por el suelo; la bolsa de aseo, sin líquidos; el ordenador, solo en una bandeja y, a veces, hay que abrirlo para que el vigilante compruebe vaya usted a saber qué. A pesar de todo suena el pito. Pueden ser los zapatos con hebilla, los gemelos metálicos o el «chismito» que llevan los pantalones en la cintura. «¿Me tengo que quitar los pantalones?», preguntó. «No, no hace falta», me responden. Uf que alivio, pienso. Después, el avión. Cada día hay menos distancia entre los asientos y nos llevan encajonados. Han suprimido la comida y la bebida gratis. Además, como suelen ir llenos, no hay manera de estirarse un poco o de coger una posición cómoda. Tras aguantar esto durante más de tres horas, llego a Bruselas. Me traslado a la sede del Consejo de la Unión Europea (UE) y compruebo que los ministros de Agricultura siguen debatiendo las medidas propuestas por la Comisión Europea para mejorar el bienestar de los animales durante el transporte. A saber: el interior de los camiones debe ir acolchado para que no se lastimen; el vehículo tiene que disponer de climatizador para regular la temperatura; se fija el espacio vital para cada uno de los animales: se establece una duración máxima del periodo de transporte, las veces que hay que parar y su comida, entre otras medidas. No seré yo quien se oponga a que los cerdos, vacas y ovejas tengan un trato humano, y lo digo sin ironía. A cambio sólo pido que la Comisión y los ministros obliguen a las compañías aéreas a que me den un trato animal.
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