Suponga por un momento que es usted presidente de la comunidad de propietarios del edificio en el que vive, trance nada agradable por el que todos pasamos tarde o temprano, dicho sea de paso.
En su junta directiva hay lógicamente un tesorero que, vaya por Dios, resulta imputado por la justicia y al que se acusa de haberse aprovechado de su posición para trincar comisiones de las empresas que prestan servicios diversos a su comunidad. Súmele a eso el hecho de que el tesorero, hombre de su máxima confianza, haya aumentado sensiblemente su nivel de vida pagando grandes sumas en efectivo a lo largo de su mandato. Llegados a este punto, ¿seguiría usted manteniéndolo en su puesto con la llave del dinero de todos los propietarios en su poder? Yo tampoco, mayormente porque a estas alturas los vecinos nos habrían corrido a palos a usted y a mí por las escaleras, y ante argumentos tan categóricos acabas reconociendo tu error de inmediato.
Lo raro sería que los afectados por las actividades delictuosas de ese tesorero imaginario no exigieran su despido fulminante y se personaran en el juzgado como acusación, porque no sólo es que tales conductas afecten negativamente a la imagen de un colectivo, sino que el perjuicio económico causado a sus miembros es evidente, dado que el dinero entregado bajo mano al comisionista se traduce inmediatamente en un sobreprecio del servicio realizado. ¿O es que alguien piensa que las comisiones pagadas por el fontanero, el electricista, el pintor y el resto de oficios salen de sus bolsillos? Naturalmente que no. Siempre que hay un convolutto el producto se encarece y lo que sorprende es que personas formadas pretendan creer que existen individuos, dueños de negocios en los aledaños del poder, a los que les encante regalar cientos de miles de euros a cambio de nada.
Si un líder político, Dios no lo quiera, se viera algún día en esa tesitura, actuaría de inmediato y con la máxima firmeza por muy amigo que fuera del tesorero, porque cuando uno depende del voto de los demás, estas cosas las cuida especialmente por una cuestión de mera supervivencia. Es lo menos que cabe esperar de alguien que aspira a presidir el edificio de La Moncloa. ¿O no?
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