La democracia se erige sobre la más imponente máquina de acumulación de poder y violencia que ha conocido la historia: el Estado moderno. Sin un duro automatismo legal que lo proteja, el ciudadano está condenado a ser hecho fosfatina por dicha máquina. Sólo el veto a cualquier interferencia en lo privado salva a los individuos de su completa deglución por el Leviatán público.
lunes, 28 de diciembre de 2009
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