Pablo Molina en Libertad Digital
Ha resultado interesante leer y escuchar las agudas reflexiones de políticos, intelectuales y medios de comunicación acerca de la última andanada contra la libertad individual lanzada por el tripartito, es decir, por Zapatero, a cuenta de la fiesta de los toros.
Los calificativos han sido todo lo recios que permite el Código Penal, concluyendo prácticamente toda nuestra elite académica, mediática y política en que se trata de una injusticia intolerable que pone en peligro hasta las bases en que se sustenta la ex nación española.
Lo curioso es que toda esta oleada de indignación se haya producido por el hecho de prohibir en Cataluña un espectáculo en claro declive en aquella región al que sólo asiste una fracción marginal de sus habitantes. Se trata del mismo territorio en que la mitad de los ciudadanos no puede educar a sus hijos en su lengua materna, derecho reconocido hasta por la ONU (que ya es ponerse), en que la lengua común de todos los españoles está proscrita en el ámbito público, en que amenazan con multarte si llevas una bandera española en el vehículo con el que trabajas o en el que directamente te multan si no rotulas tu negocio en la lengua vernácula.
La comunidad autónoma que acaba de prohibir los toros es también la que cuenta con una clase dirigente declarada en rebeldía contra el ordenamiento jurídico español a cuenta del nuevo estatuto de autonomía, la misma región que en virtud de esa norma, inconstitucional a todas luces, somete a un vasallaje financiero al resto del país, expolia los recursos comunes a despecho de la solidaridad interterritorial y acaba con la igualdad de todos los españoles consagrada en la constitución.
Es, en fin, el mismo territorio al que un nefasto ex presidente del Gobierno, según el decadente periodista experto en conspiraciones republicanas "el mayor estadista español del siglo XX", y la actual ministra de Defensa han calificado de "nación sin Estado", sin que hasta el momento nadie (salvo esta casa) haya exigido la dimisión de la interfecta o su cese inmediato como ministra del Reino de España.
Todas estas fechorías no sólo han sido consentidas, sino saludadas con aplausos por muchos de los que ahora se declaran ofendidísimos ante el hecho de que José Tomás no pueda cortar sus dos rabos habituales en la Monumental de Barcelona, porque la "España plural" exige este catálogo infame de concesiones para no romper "el consenso". ¿Qué consenso? Desde luego a mí no me han preguntado. Que lo hagan. Que convoquen un referéndum para conocer la opinión de los que tenemos que financiar los caprichos del tripartito aguantando resignados y muy consensuadamente todos sus insultos, entre los cuales la prohibición taurina es tal vez el de menor entidad. Que lo convoquen mañana mismo. Muchos tenemos ya la respuesta preparada.
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