Hay países que consideran a su universidad como el centro superior de formación, cuyo objetivo es ofrecer a la sociedad generaciones de grandes profesionales en todos los ámbitos del conocimiento. Al privilegio de recibir esta educación de élite, los estudiantes responden empleando todo su esfuerzo en alcanzar la excelencia académica, pues también su futuro profesional y personal depende del tesón que desplieguen en sus años universitarios. El resultado es que los profesionales más cualificados en las ramas de conocimiento avanzado proceden de países que se toman muy en serio la labor de la universidad para la economía, la cultura y el progreso del país en su conjunto.
En España, sin embargo, la universidad pública rechaza por reaccionarios estos principios basados en la excelencia y la utilidad social y por eso se ha convertido en un microcosmos en el que un grupito de ingenieros sociales fuertemente marxistizados juega a hacer la revolución, mientras se embrutece con ideas políticas que sólo es posible encontrar ya en la vida real tras una ardua labor paleontológica.
Lo ocurrido en la Carlos III contra Pío Moa es lo normal en las universidades que pagamos todos los españoles cuando un conferenciante ajeno al cotarro de extrema izquierda pretende decir unas palabras en su recinto. En lugar de ducharse y estudiar, la vanguardia estudiantil se dedica a acosar a los que defienden ideas distintas de sus profesores, lo que dice mucho también de la independencia de criterio que debe fomentar el Alma Mater.
Pero nada define mejor el estado de la universidad pública que los textos estudiantiles cuando nuestros futuros líderes sociales rompen a escribir. Sin ir más lejos, en la leyenda que cierra el video en que recogen su última hazaña antifascista, los miembros de la agrupación estudiantil Carlos Marx y del colectivo Rise Up, organizadores de la algarada, denuncian a Moa por practicar la "senofobia", asunto realmente sorprendente porque conozco al bueno de Pío desde hace tiempo y nunca percibí en él un rechazo a los senos, ni matemáticos ni mucho menos anatómicos. A mayor abundamiento, el kolectivo denuncia también en su web las medidas de "escepción" del Estado portugués a raíz de una algarada internacional a la que asistieron sus miembros más relevantes, lo que demuestra que, o bien los estudiantes marxistas tienen un problema ideológico con la letra equis a la que han identificado con el sector reaccionario del alfabeto y por eso no la utilizan, o bien dedican tanto tiempo a hacer la revolución contra el sistema que no han tenido tiempo de hacer acopio de los rudimentos educativos que maneja con soltura cualquier niño de diez años.
El resultado es que países que hace treinta años estaban en el subdesarrollo como Corea del Sur, Taiwán o Singapur, tienen a sus universidades entre las mejores del mundo mientras la universidad Carlos III, laboratorio revolucionario del perroflautismo patrio y ariete contra la "senofobia", no aparece ni entre las quinientas primeras. Vamos, lo normal en nuestras universidades o, como diría un afiliado de la asociación Carlos Marx, nada "escepcional".
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