La semana pasada se me ocurrió escribir sobre política nacional, fechoría que cometo muy de vez en cuando, y me he encontrado con la justa penitencia. Los lectores de Libertad Digital no sólo me han leído sino que me han escrito con el estilo claro y directo que los caracteriza. En pocas palabras me han exigido que explique cómo se puede trasladar a España el fenómeno del Tea Party. Asumo mi responsabilidad y trataré de aportar mi grano de arena.
Ni la sociedad española es la norteamericana ni nuestros problemas los suyos. Hay coincidencias, pero también importantes diferencias que aconsejan evitar mimetismos artificiosos. Lo fundamental, aquello por lo que el movimiento del Tea Party nos interesa, es que supone el triunfo de una reacción social que ha logrado alterar un proceso electoral, defendiendo una política basada en valores arraigados en la tradición, frente al cotarro partidista.
La España liberal-conservadora se encuentra con los problemas derivados de la refundación del Partido Popular en el Congreso de Valencia, donde un moribundo Rajoy trató de encontrar su futuro rompiendo con el legado de Aznar, buscando el apoyo de las taifas, manifestando su disposición a entenderse con las formaciones nacionalistas y apostando por un relativismo que considera seña de modernidad. Hoy el Partido Popular es tan parte del problema como el Socialista, tan culpable como aquél del desastre autonómico y del desmedido gasto público. Como recordó Zapatero a Rajoy, ¿con qué cara critica al Gobierno por sus políticas económicas teniendo al lado y protegiendo al político que más deuda ha generado, que no es otro de Ruiz Gallardón? Aquel Congreso se llevó por delante a la figura más digna que tenía la política española, María San Gil, y su ausencia es el recordatorio de que el Partido Popular no es el que fue. ¿A quién le puede extrañar que mantenga al Partido Socialista vasco en el poder a pesar de las declaraciones de Eguigüren?
El Partido Popular es hoy un obstáculo para la necesaria reforma de nuestras instituciones, pero al mismo tiempo es de justicia reconocer que tiene la experiencia y los cuadros necesarios para hacerlo. Como he oído en más de una ocasión el problema es de liderazgo dentro de la derecha, no de apoyo social o de falta de cuadros. Vamos a suponer que esto sea cierto. En este caso lo que correspondería hacer, según mi entender, es apoyar a los medios de comunicación más próximos, participar activamente en asociaciones comprometidas con distintos aspectos del programa liberal-conservador, existentes o por crear y, por último, pedir el voto o la abstención respecto de listas presentadas por el Partido Popular en cada distrito. Para la dirección de este partido la sartén está en su mano, porque o les votamos o seguimos con Zapatero. "O Rajoy o el diluvio" será el lema que de hecho utilizarán en las próximas elecciones generales. Es posible evitarlo y para ello nos vienen ni que pintadas las próximas elecciones autonómicas y locales previstas para el 22 de mayo. Si nos abstenemos masivamente en lugares como, por ejemplo, el Ayuntamiento de Madrid entenderán el mensaje y rectificarán. De lo contrario podríamos volver a abstenernos en las generales, porque Rajoy es una variante del diluvio, es parte consustancial del problema.
El Tea Party actuó en las primarias, apoyando a los candidatos que consideró más leales al ideario tradicional. Nosotros no podemos hacerlo, porque en España los partidos se han revestido de un preservativo que les evita el desagradable contacto con la sociedad. De esta forma siempre pueden chantajearnos con el principio del mal menor. Pero eso no quiere decir que España no sea una democracia. Lo es. La última palabra la tenemos nosotros y tenemos los medios para enviar tanto al jefe del gobierno como al de la oposición al baúl de las pesadillas. Lo único que hace falta es querer.
Sin embargo, yo no comparto el optimismo de aquellos que piensan que el problema de la derecha española es el liderazgo. Creo, por el contrario, que es la propia sociedad, desmovilizada por el efecto de la Guerra Civil y del Franquismo y moldeada por la izquierda ante la dejadez de la derecha. Cuando el Partido Popular tenía dirigentes con valores y sentido de misión no supo entender el papel estratégico de la comunicación, la necesidad de convencer a la sociedad de que sus valores, sus principios y sus proyectos eran superiores. Ahora que no los tiene, busca el poder sin poner en duda el liderazgo intelectual de la izquierda, a la que admira y envidia en muchos aspectos.
Un Tea Party nacional no sólo se encontraría con la dificultad de no poder actuar en primarias. Además podría llevarse un susto al descubrir que Rajoy y el programa aprobado en Valencia tienen más apoyo social del que se imaginan. Rajoy es más representativo de la derecha española de lo que algunos creen. España se merece a Rajoy de la misma manera que a Zapatero. Son las dos caras de la misma moneda. No es casualidad que hayan llegado a la dirección de las dos grandes formaciones políticas y de ahí que España se encuentre en tan grave situación. Como Recarte ha señalado, podemos recuperar el camino del sentido común y del progreso, sabemos cómo hacerlo... pero cosa muy distinta es que queramos.
En Estados Unidos se ha producido el fenómeno del Tea Party porque previamente se había creado una opinión pública consciente de sus derechos y firme en sus convicciones. Las casas se empiezan por los cimientos. Por eso es tan importante el trabajo que han venido haciendo personas como Federico Jiménez Losantos al apostar por una comunicación comprometida con un ideario y radicalmente independiente de partidos y de políticos.
Hay que actuar, aunque sólo sea por dignidad. Sugiero una estrategia que aúne las dos posiciones. En el corto plazo comportémonos como si creyéramos que sólo tenemos un problema de liderazgo. Eso requiere comunicación, movilización y acción, pidiendo el voto o la abstención en cada distrito según la lista que se presente. En el largo plazo tratemos de formar a nuestros conciudadanos desde los valores y desde la razón. Estamos en una guerra de ideas y la causa del relativismo nos está barriendo o, lo que viene a ser lo mismo, está empujando a nuestro pobre país a la descomposición y la decadencia. O entramos de lleno en la batalla o no nos quejemos de lo que nos espera.
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