Zapatero ha sido y sigue siendo el peor presidente de la democracia española. De modo que el anuncio de su marcha no puede sino producir alegría, aunque matizada por el convencimiento de que, de no haber tomado él la decisión, la puerta abierta se la habrían señalado igualmente los españoles.
Quiso llevar a España a la rendición ante ETA, ofreciendo a los terroristas triunfos políticos, traicionando el sacrificio de los cientos de españoles a los que la banda asesinó, y denigrando a sus familias y los supervivientes de los atentados. Su apuesta por aliarse con los nacionalismos ha producido el Estatuto catalán, engendro sólo parcialmente anulado por el Tribunal Constitucional y que consagra la desigualdad entre los españoles. Su política internacional nos ha alejado de nuestros aliados para acercarnos a regímenes como Cuba o Venezuela, poco democráticos, incapaces de reconocer los derechos humanos, pero de izquierdas, que es el único salvoconducto que los socialistas han tomado en cuenta. Ha dividido constantemente a los españoles con leyes como la del matrimonio homosexual, la igualdad, la memoria histórica, el tabaco, el aborto, la educación para la ciudadanía, empeñado en que todos vivamos según el manual del progre rancio indica que debemos vivir y morir.
Pero ha sido la economía la que finalmente le ha dado la puntilla. Su ineptitud en la materia, que ni dos ni mil tardes han podido reducir, y ese sectarismo ideológico con el que se enfrenta a todos los asuntos que ha abordado han agravado en España una crisis que sí, es mundial, pero que en nuestro país ha hecho más daño y nos está siendo más difícil salir. Sólo cuando la ruina amenazaba con llevarse por delante el euro, y el "corazón de Europa" nos ha obligado a tomar medidas más racionales, Zapatero ha renunciado en parte a su programa izquierdista y, por lo tanto, ruinoso. Pero ha sido demasiado tarde, y demasiado poco para los cinco millones de parados que su política ha dejado sin empleo.
Con el anuncio de su marcha, Zapatero ha vuelto a demostrar que lo que más le importa no es España sino el PSOE y él mismo. Anunciándolo antes de las municipales y autonómicas su partido espera contener la sangría de votos. Y haciéndolo con casi un año de plazo da tiempo a que la sucesión se produzca y el vencedor se cure de las heridas del proceso. Pero en esta España que se desangra, a Zapatero no le importa abrirle otra brecha: la de su sucesión. Un presidente que se va porque sabe que nadie le quiere en el cargo es un presidente que no debería seguir ni un minuto más en el cargo. Sería lo mejor para España. Por eso continuará hasta 2012.
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