Ni siquiera Friedrich Nietzsche en el más anticristiano de todos sus libros, Aurora, se hubiera atrevido a proponer una procesión atea y, menos aún, por el tradicional barrio madrileño de Lavapiés, hoy internacionalizado por la inmigración, en el que el casticismo chulapón se bailó siempre un chotis con el cristianismo tradicional y excesivo en sus modos. Y, sin embargo, un grupito que se dice librepensador pretende que, el Jueves Santo, Madrid sea escenario de una liturgia atentatoria contra la fe católica y, más grave todavía, ofensiva para la cultura cristiana. A tal efecto han distribuido unos pasquines barrocos y anacrónicos para convocar a una procesión que no puede ser entendida, según su anuncio, como meramente atea y mucho menos por laica. Es radicalmente antitea en general y anticristiana en particular.
Como Voltaire, a quien la fe no le llevaba a comerse los santos crudos, le escribió a Diderot hace más de dos siglos y medio, «es impertinente adivinar lo que es Dios, pero es temerario negar su existencia». Y, niéguese o no, resulta inadmisible la falta de respeto con quienes no la niegan. ¿Qué energúmenos son esos que, en pleno siglo XXI, propugnan el culto del odio a las creencias ajenas y tratan de ridiculizarlas? La torcida intención de quienes convocan tan estrafalaria procesión se pone de manifiesto en su propio pregón, que encabezan con la imagen de un Nazareno. Eso no es negar la existencia de Dios, sino tratar de ridiculizar al Dios concreto de unos cuantos cientos de millones de personas que, a partir de Cristo y durante los últimos veinte siglos, con diversas formas, confesiones y liturgias, han mantenido la llama de una fe y la inmensa extensión de una cultura que es, precisamente, la nuestra. La de Occidente.
Los abuelos de estos majaderos, que lo son no por su falta de creencias, sino por la carencia de respeto con las ajenas, tenían más ingenio. En el Ateneo, cuando la República, convocaron una votación para decidir sobre la existencia de Dios y Dios perdió por un voto. Excesivo y provocador, pero ingenioso y privado. Reducido al ámbito de un grupito intelectual difícil para el escándalo. Sacar a la calle esa tensión es evidencia de que estamos en un país y en un tiempo enfermos en los que flaquean las neuronas de muchos individuos y, si las hubiere, también las del común.
La nueva delegada del Gobierno en Madrid, Dolores Carrión, como para subrayar el disparate, rechaza su competencia para autorizar o denegar la procesión atea. Dice que es asunto municipal. Eso es peor que la procesión misma. Es convertir a Dios en problema jurisdiccional.
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