Si una fiesta ancestral, constitutiva del genio hispánico, tiene que justificarse como una conquista de la democracia o como un espacio de libertad, por mí que la vayan enterrando; y, desde luego, viendo que son estas majaderías las que se estilan, desde hoy mismo me apeo de su defensa, que dejo a los vindicadores de la democracia y a los apóstoles de la libertad. Toda esa morrallona progresista es el caballo de Troya que acabará desnaturalizando la fiesta nacional. Antes que contemplar sus efectos, prefiero seguir las prédicas del Dalai Lama.
lunes, 22 de febrero de 2010
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