Es como si todo el envilecimiento de la España en la cual vivimos se hubiera condensado en un solo punto. Y le hubiera tocado a Jesús Neira pagar el precio. No se perdona a aquel que, al atenerse a normas de dignidad moral básicas, nos muestra a todos, como un agrio espejo, hasta qué subsuelos fue tragada nuestra dignidad moral. Mejor romper el espejo. Eso empezaron a hacer, desde el primer día, los televisores. Eso consuma un juez ahora. Aquel en cuya perseverancia se hace presente todo cuanto fuimos incapaces de salvar del colectivo naufragio, debe ser destruido. No lo logró la agresión física. Sólo casi. Puede que la agresión moral sea más eficiente.
miércoles, 24 de febrero de 2010
La soledad de Neira
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