Florentino Portero en La Razón
No voy a volver a explicar porqué creo que la generalización de "asentamientos" ha sido el mayor error cometido por los gobiernos israelíes a lo largo de toda su historia. Sólo quiero señalar que representan su flanco más débil en la guerra de la propaganda y que, por eso mismo, conviene analizar con cierto detalle la razón de ser de las nuevas edificaciones que tanta discordia están generando entre los gobiernos de Washington y Jerusalén.
El término "asentamiento" hace referencia a poblamientos judíos en territorios externos a la Línea Verde, o demarcación entre los ejércitos israelí y árabe tras la Guerra de la Independencia, allá por 1949. Cuando en 1948 Naciones Unidas ofreció a las partes en conflicto la creación de dos estados con fronteras claramente delimitadas, los judíos aceptaron pero los árabes no sólo rechazaron el ofrecimiento sino que declararon la guerra al país recién creado. Fracasaron en su intento de abortar el estado judío y además se encontraron con que sus unidades, todavía irregulares, les derrotaron, adelantando sus posiciones hasta las puertas de la vieja ciudad de Jerusalén.
Aquello había sido un mal paso. En la siguiente ocasión tratarían de hacerlo mejor. Durante la Guerra de los Seis Días intentaron rematar la chapuza anterior, pero sólo consiguieron que el Ejército israelí alcanzara el Jordán, ocupando toda la Cisjordania. Arrebataban a Jordania los terrenos que había ocupado ilegalmente durante la Guerra de la Independencia, cuando cruzó el Jordán con la intención de echar a los judíos al mar, y que incorporó tras el alto el fuego. La incompetencia y desorganización crónica de las fuerzas árabes permitió a los sionistas más radicales dar alas a su imaginación sobre las futuras lindes de un Gran Israel. De aquellas ensoñaciones surgieron asentamientos a diestro y siniestro, ante el escándalo de muchos, empezando por el propio Ben Gurion.
Con Israel en la orilla del Jordán, la Línea Verde resultaba un mal menor, sobre todo cuando de lo que se trataba era de hacer propaganda. Los estados árabes asumieron que hacer volver a Israel a sus fronteras originales era imposible, más aún después de la nueva intentona fallida que supuso la Guerra del Yom Kippur, y trataron de contenerles en las fronteras reales del 49 con dos condiciones: garantizar que la vieja ciudad de Jerusalén –Jerusalén Este– sería la capital indivisible de Palestina y que los refugiados árabes tendrían derecho a volver a sus tierras en Israel, lo que en el medio plazo supondría la arabización del estado judío. Dos condiciones inaceptables para Israel.
No hay fronteras definitivas entre el Jordán y el Mediterráneo. Los europeos sabemos bien por experiencia propia que las fronteras son el resultado de las guerras. Las pifias de las campañas de los Seis Días y Yom Kippur tienen un precio que, entre otras cosas, se medirá en metros cuadrados. Si tras la Guerra de la Independencia se avanzó hasta la Línea Verde, nuevos territorios se incorporarán definitivamente a Israel tras las restantes campañas fallidas. Benjamín Netanyahu tiene toda la razón cuando afirma que construir en "asentamientos" ya existentes en el entorno inmediato de Jerusalén no es una provocación, ni una ilegalidad, ni nada por el estilo, porque esos enclaves son ya parte de Israel, de la misma forma que la antigua ciudad de Koënisberg, donde se escribieron algunas de las páginas más trascendentales del pensamiento alemán y europeo, es hoy la ciudad rusa de Kaliningrado. La República Federal de Alemania ha asumido el coste de sus derrotas y gracias a ello Europa ha podido ser reconstruida. Los palestinos no y de ahí los problemas que todos, unos en mayor medida que otros, padecemos.
Muchos de los "asentamientos" no debieron haberse construido, pero eso ya no tiene solución. Tras los Acuerdos de Oslo la diplomacia israelí hizo de una parte de los asentamientos moneda de cambio. Si los árabes reconocían el derecho a existir de Israel y unas fronteras seguras, los asentamientos serían levantados, al tiempo que se establecería un estado palestino. Pero el proceso de paz murió en manos de Arafat en Camp David y Taba. Está acabado, por mucho que diplomáticos de aquí y de allá se empeñen en hablar de él como si siguiera en pié. Sharon firmó su certificado de defunción cuando proclamó la nueva estrategia israelí de "desenganche" o separación unilateral. Si no era posible llegar a un acuerdo con los palestinos y, además, una buena convivencia exigía la separación física de las comunidades, el silogismo llevaba a una conclusión evidente: Israel se separaría de motu propio. Ese fue el origen de la valla-muro-alambrada que los divide y de la retirada de Gaza.
Israel ya ha demostrado al mundo su disposición a retirarse de parte de los territorios en disputa, al tiempo que los dirigentes palestinos de Fatah y de Hamas han escenificado la imposibilidad de llegar a una posición común que sirva de punto de partida para una hipotética negociación. El "desenganche" continúa adelante. Si no es viable una solución diplomática, entonces toca consolidar lo que en todo momento ha sido considerado como innegociable.
La Línea Verde, a menudo citada eufemísticamente como "las fronteras anteriores a 1967", no es ni será la frontera de Israel por mucho que la Liga Árabe se empeñe. Las guerras de los Seis Días y del Yom Kippur tienen un precio. Todos somos conscientes de ello. De ahí que resulte tan hipócrita la posición de la diplomacia norteamericana al exigir a Israel, un aliado, lo que no pide a los árabes y además por su propio interés en otros teatros. No es algo que nos pueda sorprender porque la tentación norteamericana de trasformar su ayuda económica a Israel en gestos de buena voluntad hacia los árabes, para que Washington mejore sus relaciones con determinados gobiernos, es tan antigua como la propia ayuda. A veces es necesario hablar claro para que los equívocos se superen. Sharon tuvo que aclarar a George W. Bush que Israel no era Checoslovaquia, en indisimulada alusión al premier Chamberlain. Desde aquel momento las relaciones transcurrieron con normalidad. Netanyahu ha ido hasta el corazón de Washington para recordar que los judíos viven en Jerusalén desde hace tres mil años y que no entra en sus planes abandonar la colina de Sión ni los terrenos colindantes. Ha hecho lo que debía, aunque no creo que su declaración tenga los mismos efectos que la del viejo general.
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