Bernd Dietz en Libertad Digital
En España, entendemos a la perfección el asunto cuando se trata de entrenadores de fútbol, al considerar que son meramente instrumentos temporales, personajes que reciben considerables recompensas a cambio de la promesa de obtener metas verificables, por lo que resulta natural vigilar su rendimiento, pedirles cuentas inmediatas cuando el rumbo se tuerce y prescindir de ellos sin sentimentalismo alguno en aras de la ineludible enmienda. Pero tratándose de la política, el criterio varía. Nuestros partidos tienen un suelo electoral que no dista mucho del techo, unos cochambrosos centímetros, porque el elector medio, creyéndolo loable, presumirá de continuar adherido a sus colores habituales manque se embadurnen, y temer como al mismísimo demonio no sólo el albur de que pudieran venir los otros, que se le antojan extraterrestres abyectos, sino, lo que es muchísimo más grave, que éstos pudieran hacerlo mejor y aumentar la higiene.
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