«Perdieron sus vidas -anota-, pero no perderán sus nombres». Es la última esperanza del teólogo torturado por Auschwitz: «En el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?» Y el Pontífice que comenta a Isaías ante el más duro lugar de recuerdo de la especie humana, sabe que no hay palabras para hablar de eso. Sólo silencio sagrado: Yad Vashem: «yad, memorial; shem, nombre». Silenciosa lucha contra el olvido.
lunes, 5 de abril de 2010
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