El aborto sólo podrá detenerse si se logra una verdadera «metanoia», un cambio o conversión social; y ese cambio no lo «producirán» las leyes, ni mucho menos el teatrillo de marionetas de los togados. Con el aborto entronizado como derecho sólo acabará el testimonio contagioso de las personas que acojan amorosamente la vida, que prediquen con el ejemplo teniendo hijos y mostrando a sus contemporáneos el inmenso bien que esos hijos traen al mundo; provocando, en fin, entre sus contemporáneos envidia (sana envidia) de ese bien que a ellos les falta. Esto mismo fue lo que hizo un patricio llamado Filemón, hace veinte siglos, acogiendo como un hermano a su esclavo Onésimo, en una sociedad que había encumbrado la esclavitud a la categoría de derecho: sembrar la semilla de una conversión social.
lunes, 5 de julio de 2010
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