Ni judíos ni melancólicos merecen oficiar la liturgia que da escena al pintoresco código de Aído y de Zerolo. La verdad es que pocas tan ofensivas para la homosexualidad conozco cuanto esos cursis carnavales que se dan a sí mismo nombre de «Desfile del orgullo gay», y que, al cabo, sirven sólo para que una mafia, siempre al abrigo de un poder político corrupto, medre a costa de quienes con ingenuidad piensan estar trayendo algo de libertad y que no hacen, en realidad, más que perpetuar el tópico, cerrar herméticamente identidades sexuales en torno a folklorismos horteras, repetir los lugares comunes más restrictivos y, de paso, hacerle el caldo gordo a lo peor: el antisemitismo de, por ejemplo, un Moratinos. O bien de un Zapatero.
lunes, 5 de julio de 2010
La regla del gay jugar
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