miércoles, 6 de abril de 2011

Goldstone en Pallywood

Gabriel Albiac en ABC

La historia me la contó un periodista ya curtido en años de cubrir guerras. «Llamé a mi periódico y pedí hablar con el director. Oye, aquí no hay ningún genocidio, le dije, ni siquiera una matanza; esto es una escaramuza entre guerrilleros y fuerzas regulares. Él me respondió que el periódico había apostado por el genocidio y que a mí me pagaban por contarlo. Así que lo conté». Sólo cuando Human Rights Watch publicó, meses después, su informe sobre Yenín, estuve seguro de que aquel viejo escéptico no me tomaba el pelo. El medio millar de víctimas civiles exhibidas por las fuentes palestinas, quedaban en 75: 52 combatientes fedayines y 23 soldados israelíes. Apenas ocupó ese informe algún que otro cuadradito en páginas interiores. El genocidio vende. Sobre todo, si se atribuye a Israel. La seca verdad atrae a pocos compradores.

La historia se repite. No es tan nuevo. La certeza de ver en lo judío al diablo acompaña al inconsciente occidental desde hace demasiado tiempo. El 16 de octubre de 2010, la Comisión de Derechos humanos de la ONU ratificaba el informe de la comisión, presidida por el juez sudafricano Richard Goldstone, en el cual se atribuía veracidad a las denuncias por crímenes de guerra, lanzadas —vivimos en un mundo muy paradójico— por Fatah y Hamas contra Israel tras la operación abierta por el Tsahal en Gaza a fines de 2008. Era la prueba del nueve de la perversidad judía, y como tal fue exhibida por los titulares de casi toda la prensa europea. La gran ventaja de vivir en tiempos de Internet es que no hace siquiera falta acercarse a la hemeroteca para comprobarlo. Basta con irse a Google y hacer búsquedas en tres o cuatro idiomas. Crímenes de guerra. En primera página. Y punto.

El viernes pasado, el Washington Post publicaba un sobrio artículo de título calculadamente frío: Reconsidering the Goldstone Report on Israel and war crimes. Lo firmaba Richard Goldstone (http://www.washingtonpost.com/opinions/reconsidering-the-goldstone-report-on-israel-and-war-crimes/2011/04/01/AFg111JC_story.html?hpid=z3). Se requiere un gran coraje moral para escribir allí que las claves mayores sobre las cuales él había alzado su propio informe eran falsas. Y pedir perdón por el mal causado: «Si hubiera sabido entonces todo lo que ahora sé, el informe Goldstone hubiera sido diferente». Ni hubo «crímenes de guerra», ni «civiles tomados como blanco» por las fuerzas israelíes; tomados como escudo por Hamás, en todo caso. Los lectores de prensa escrita podrán hallar la noticia, rebuscando atentamente en el interior de sus periódicos. Para quienes se alimentan de lo que las pantallas televisivas dictan, esta retractación no habrá ni sucedido.

El antisemitismo no es una locura. No sólo. Es una estrategia eficacísima. Por eso ha funcionado igual de bien en tiempos y mundos tan diversos. Si alguien acapara sobre sí todo el infinito mal para el cual está tan capacitada la especie humana, si ese alguien puede ser aislado, puesto aparte como la nefanda semilla de Satán, marcada por el deicidio, entonces todos podemos quedar tranquilos con nuestra conciencia. Apostamos por contar el «genocidio de Israel contra los palestinos». Y a lo benéfico unimos lo beneficioso.

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