Las continuas escaramuzas de Mariano Rajoy para escabullirse de la prensa convencional y dedicarse en exclusiva a dialogar con los espectadores de Jorge Javier Vázquez, les parecerá a muchos un estrambote poco apropiado para dar lustre al nivel intelectual del debate de ideas en el seno del Partido Popular. Sin embargo, es evidente que el PP ha decidido que su objetivo electoral es el espectador medio de los programas galantes y eso es algo que todos debemos respetar.
La política en los sistemas democráticos consiste en engañar al mayor número de votantes posible en el momento oportuno, con el fin de que las urnas garanticen cuatro años en el poder al más avispado de los contendientes. Bajo esa premisa los espectadores de Sálvame presentan una dificultad añadida para ser timados, porque acostumbrados como están a ver desfilar continuamente por la pantalla a mentirosos compulsivos y quinquis de todo pelaje, no es fácil que un político, por muy ducho que sea en su oficio, les engañe de buenas a primeras. Desde esa perspectiva, la decisión del equipo de Rajoy de que su líder le dispute minutos de pantalla a la hetaira o el cornúpeta del momento es absolutamente coherente con la necesidad de ganar las próximas elecciones.
El debate público en torno a un partido político sobre los principios compartidos, las ideas testadas sobre la realidad o una cierta visión de la moral carecen de sentido para los gabinetes demoscópicos que asesoran a los líderes, preocupados únicamente de que su marca electoral se diferencie del resto de sus competidoras en el mercado democrático ganando en la comparación.
Sucede que muchos españoles todavía creen que el partido que representa a la parte más pujante de la sociedad española, la que paga impuestos, o sea, la derecha, debería tener una actitud mucho más aguerrida frente al Gobierno más dañino que jamás ha debido padecer una nación civilizada, pero es que esa gente no entiende de encuestas electorales. Tan sólo vota. Al menos antes lo hacía.
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