La precampaña en España es un clásico en el que la pegada de carteles se ha convertido en un rito judicial mediante el cual las candidaturas de ETA son blanqueadas al filo de las campanadas. Doblan a muerto, tañidos negros y que corra el «kalimotxo». Para solaz de la grada proetarra, aquí sí ha habido patadas, entradas alevosas, agarrones y desgarrones, trampas, juego subterráneo y tensión en los banquillos. Y al final, el equipo arbitral, los jueces de línea y los del Constitucional que miran para otro lado; penalti a favor de Bildu. Hace cuatro años, otros jueces y los mismos jueces dejaron al equipo de ETA con la mitad de las listas sobre el campo. Este año, la noticia del clásico ha sido que todo vale. Ni una triste alineación ha quedado excluida de la gran «fiesta de la democracia». Y los últimos en enterarse, como siempre, han sido los probos ciudadanos. O sea, que cornudos como siempre y, también como siempre, chasqueados.
Toda la documentación elaborada por las Fuerzas de Seguridad del Estado, las actas de las reuniones entre los terroristas y sus mandados políticos, las evidencias, certezas y pruebas que conectan a los de la capucha con los de la urna, no han servido para nada, salvo que el objetivo fuera engordar la sensación de impunidad de la jauría etarra y ofrecerle, además, una satisfacción suplementaria a costa de reírse de las instituciones y repartir collejas a la «txakurrada». Rubalcaba tendría que dimitir-ja-ja (ojo al chiste, que es de plata) por prurito profesional y porque ni como traidorzuelo alcanza a dar la talla. Sin poner el acento en quisicosas menores (la moral, la decencia, la dignidad, la ética; el compromiso contraído con los vivos y el contrato de sangre con los asesinados), es reo de lesa incapacidad —formal y técnica— a la hora de poner coto a una siniestra martingala. En esas condiciones, cada minuto que continúe en el Gobierno es un ítem que corrobora las sospechas de que el fallo del Constitucional ha sido un petardazo. Si a la Guardia Civil, a la Policía Nacional, al CNI y al ministro del ramo no les cabía, ni les cabe, la más mínima duda de que Bildu es la ganzúa con que los taliboinas van a descerrajar los plenos y las cajas, el fracaso del vicepresidente resulta tan palmario que sólo le queda una salida: la de emergencia y cuanto antes. ¿Cuánto antes? Ja, ja. La carca-ja-ja-da inacabable.
En cuanto a esa notilla insulsa que ha expedido el PP atribuyendo el desafuero a una «exigua mayoría» de leguleyos descarriados parece una intentona de convertir el clásico en un penoso derbi a orillas del Manzanares. «Jugamos como nunca, perdimos como siempre». Vamos, que si el PNV hubiese cumplido su bravata de embestir contra la tramitación presupuestaria, ahí estaban Rajoy y sus mariachis para echar un capote al fugitivo en vez de los pies por alto. Una «exigua mayoría», qué alivio, qué descanso. «El día que la mataron, Lupita estaba de suerte. De seis tiros que la hirieron, no más tres eran de muerte». Corridos de vergüenza, se impone el corrido clásico. ¡Vengan clásicos!
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