Desde que la nueva izquierda, la del prejuicio, el sentimentalismo y la vanidosa ignorancia, sustituyó a la antigua, los principales desafíos a nuestro sistema de libertades vienen siempre disfrazados de causas justas con fuerte carga simbólica. Las palabras fetiche, las consignas, los gestos de adscripción (como el dedo en la ceja), son en ocasiones simples distintivos de pertenencia; en otras encierran sombríos proyectos. "Paz" y "diálogo" significaron durante años disposición a pagar un precio político a la ETA; mencionar el "cambio climático" de buenas a primeras apenas quiere decir "hola, soy uno de los nuestros".
Bajo diferentes invocaciones a la libertad se persigue la eliminación de todo signo católico del espacio público o se perpetra directamente la conculcación de derechos, como el de recibir la educación en la lengua oficial del Estado. La izquierda ha realizado un prodigio minimalista. En el debate político puede prescindir ya de casi todo: de discurso legitimador, de argumentos, de ideología, de lógica. Difunden expresiones muy simples, en el mejor de los casos frases hechas que se repiten sin alterar un artículo. Con eso tienen bastante. Por poner un ejemplo de la muy nacionalista nueva izquierda que cualquier catalán reconocerá: todo intento de discutir la inmersión o las sanciones lingüísticas a los comercios, cualquier invocación a los convenios internacionales, a la Constitución, a las leyes para denunciar tales prácticas, se despacha las más de las veces con la frase textual "En Cataluña no existe ningún conflicto lingüístico". Punto.
El debate resulta imposible cuando tu oponente se limita a repetir mantras, escudos contra la interacción, preservativos del pensamiento. Esa es la razón de la superioridad intelectual de los jóvenes liberales frente a sus iguales progres. Pero también la causa de la impotencia de la oposición, incapaz de articular una alternativa al pensamiento único que impregna, para empezar, todo el periodismo "progresista" y dos terceras partes del periodismo "conservador".
¿Se ha de entregar el PP, como hace el PSOE, a la fabricación de consignas simplicísimas? ¿Ha de dotar a los suyos de pseudo ideas susceptibles de ser esgrimidas por cualquiera y en cualquier situación? No parece muy edificante. Sin embargo, alguna consecuencia ha de extraer el partido todavía liderado por Rajoy de la cruda evidencia: se está granjeando la desafección de muchos, hartos de la ineficacia sistemática de sus estrategias de comunicación. La derecha ha caído de lleno en las coordenadas del imaginario izquierdista. Son vanas sus esperanzas de transitar, desde ellas, hacia posiciones realmente alternativas.
lunes, 24 de noviembre de 2008
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