La ley debe primar ahora. Y la Iglesia cargar con el coste de no haber velado lo bastante sobre sus pastores. Es duro aceptar esa culpa. Y admirable que un Papa se atreva a decirlo: «Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos». Y en la asunción de esa culpa colectiva, Benedicto XVI persevera en el rigor teológico de Ratzinger. Admirable. Aun para aquel que no cree. Para él, sobre todo.
miércoles, 24 de marzo de 2010
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