Nadie reprochará la coherencia de la norma coránica. En sociedades donde la mujer sea un estadio intermedio entre animal y humano, tal tipo de fe religiosa no puede sino contar con el mayor consenso. El conflicto surge, inevitablemente, cuando una religión así se ve implantada en un mundo —éste tan decadente en el cual vivimos— cuyo fundamento es la igualdad ciudadana ante la ley. Sin distinción de sexos ni creencias. Y ese conflicto ni tiene solución ni es siquiera negociable. La compatibilidad es imposible: o la igualdad legal sobre la cual reposa la democracia, o la teológica desigualdad islámica de la cual da testimonio el velo femenino. ¿Prevalecerá el Islam o la democracia? No está claro.
lunes, 28 de junio de 2010
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