España llegó a ser la octava potencia económica del mundo y es aún, pese a lo que se castiga a sí misma, una potencia media europea. Su estado, paternalista, metomentodo y rapaz, da empleo y comida a millones, cobra tributos con puntualidad teutona y eficacia cruel, hace carreteras, tiene aviones para que viajen los ministros, manda soldados muy lejos y hasta organiza cenas sin que se le queme el puré. Y sin embargo, ningún español se puede sustraer a la impresión de que nuestro Estado funciona como la mercería de la tía Rosita. Y cuando este Estado comete un error —casi siempre en perjuicio de sus maltratados súbditos— siempre recurre nada menos que a su carácter humano para justificarlo. De repente todos muy humanos. Ya saben, puede pasar. Hoy por ti, mañana por mí —Oiga, no: hoy por ti, mañana por ti y siempre por ti—. Para a continuación volverse a poner la cara de todopoderoso, mas justo Leviatán. Que irrumpe en las vidas de todos con sus pretensiones regulatorias, su crueldad ordenancista, sus caprichos experimentales y su infatigable vocación confiscatoria.
En estos últimos años hemos asistido a un proceso realmente curioso. Mientras el Leviatán ha crecido sin cesar en pretensiones, arrogancia, caprichos, voluntad intimidatoria y auténtica mala fe hacia sus administrados, cada día que pasaba adquiría más características de la entrañable mercería de la tía Rosita. En la que se perdían los pedidos y las cuentas con tanta facilidad como los botones y alfileres. Y donde todos los errores son justificados al gritito del susto impostado ¡ay, qué cabeza la mía! No vamos a hacer sangre ahora con algunos de los peores sustos de la tía Rosita cuando se va de viaje. Como el del miércoles, cuando nos hizo saber que les habíamos distraído a los chinos 9.000 millones de euros para las Cajas de Ahorros. Los pobres comunistas chinos —que. por cierto, deben de pensar que a Doña Rosita le parece bien que encarcelen, torturen y si es menester ejecuten a sus demócratas—, los pobres chinos, digo, se enteraron por la Prensa española de lo generosos —o insensatos— que habían sido. Se alarmaron y miraron los bolsillos. Y cuando vieron que la visita se había ido, hicieron saber al mundo que de 9.000 millones, naranjas de la china. Seguro que pensaron estos gestores chinos de sangre fría, que mueven los millones del superávit con la muñeca acostumbrada al tiro en la nuca, que dada la seriedad y la solvencia de la que hacen gala doña Rosita y su tropita, es recomendable darle más de una vuelta a eso de invertir dinero donde puedan meter mano éstos.
Pero el caso que admite hoy menos bromas entre los despistes y el tontiloquismo de nuestro Estado y su augusto piloto, es ese error excesivamente humano que ha permitido que se vaya a casa a brindar en el balcón un miserable asesino sin siquiera haber cumplido los 30 años que debía por sus veintidós asesinatos. No parece mucho pedir. A 14 meses el muerto yo sé de muchos a los que les saldrían las cuentas. Habría sólo que preguntar si nos van a mirar con tan buenos ojos en el Tribunal Constitucional como para recibir igual trato. Nos dicen voces juiciosas que ha sido «un error humano». Que la Fiscalía intenta ahora reparar, se dice. Parece que nadie pensó que convendría informar al fiscal que ponían en la calle al personaje y le ahorraban, justo ahora que los «batasunos» malos se vuelven «sortus» buenos, seis años de condena. ¡Qué cabecita, doña Rosita! Como siempre en la mercería, equivocándose en la cuenta a su favor.
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