La reescritura de esa historia ya está en marcha. Hace algunos años, un hijo de Fernando Múgica declaró: "Se tiene que saber quiénes son las víctimas, sus nombres y apellidos, su historia anónima de persecución, de humillación y de ofensa. (...) Hay que saber quién murió y quién mató". Se hubiera dicho entonces que era una demanda redundante, que estaba claro quién había matado e incluso quiénes eran cómplices y quiénes compañeros de viaje. Parecía que la aduana democrática había levantado, al fin, una frontera inexpugnable entre los criminales y las víctimas. Y que las víctimas habían salido, definitivamente, de su anterior condición invisible. Pues no. El partido de Múgica y de tantos otros asesinados acaba de derribar aquella nítida barrera. Lo ha hecho al promover el reconocimiento de las "víctimas policiales".
En un Estado de Derecho, los abusos cometidos por agentes de las fuerzas de seguridad se sustancian en los tribunales. El parlamento vasco, sin embargo, ha decidido conceder a ciertos afectados un reconocimiento institucional e idéntica atención que a las víctimas de ETA. Entiéndase: no se conferirá ese rango a cualquier detenido que fue maltratado en comisaría, pero sí al presunto simpatizante de ETA al que le ocurriera eso mismo. Ah, es "violencia de motivación política". Así, bajo ese extraño paraguas, el Gobierno de Patxi López agrupará a un nuevo colectivo de víctimas; uno paralelo, uno que representará al otro "bando" –el otro bando de la guerra–, y que será exactamente igual a las víctimas de ETA en razón del sufrimiento. Unas víctimas taparán a las otras, y las de ETA serán indistinguibles, invisibles, de nuevo.
Como quien no quiere la cosa, se ha dado el primer paso para oficializar el relato del "conflicto vasco" que hasta ahora difundía en exclusiva el nacionalismo. Y todos los partidos menos uno han dado el plácet. Como quien no quiere la cosa, se ha precipitado un cambio radical en la esencia del pasado y en la configuración del futuro, que para eso trabajan los Winston Smith de turno. La consagración de "las otras víctimas" no sólo conduce a la anulación de las víctimas de ETA. Significa reemplazar el paradigma de vencedores y vencidos por el de "todos perdedores" y sustituir el lenguaje de la democracia, la ley y la justicia por la retórica afectiva: no importa quién murió y quién mató, sino que unos y otros comparten sufrimiento. De ahí a la impunidad, al perdón que sella la reconciliación entre sufrientes, no queda nada.
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