Cuando yo nací, todo el mundo gastaba bigotillo en procesión de hormigas a modo de tatuaje fascista. Y es que el fascismo, que en España, cuando no está prohibido, es obligatorio, era el monoencaste de la época, con su bigotillo y su forma (la misma para todos) de pensar, de leer y de decir.
Luego, entre el 77 y el 80, hubo dos o tres años de descanso, con una libertad pequeñita, como la que, entre clase y clase, se da en la escuela con el cambio de maestro, con Juanito tirándole una tiza a Pepito y robándole a Manolito el bocata de panceta.
Pero un día, donde había un yugo con flechas, pusieron un puño con rosa, y a todo el mundo le dio por gastar barbita esquiladita a modo de tatuaje progresista. Y es que el progresismo, que en España, cuando no está prohibido, es obligatorio, es el monoencaste de la época, con su barbita y su forma (la misma para todos) de pensar, de leer, de decir, y además, de mirar, de andar, de beber, de fumar…España siempre fue así. Fernández Flórez cuenta cómo a los hombres de su generación nunca les fue dado escribir como quisieran: lo mismo antes de la Dictadura de Primo que en la Dictadura de Primo que en la República de Azaña, razón por la cual opinaba de la libertad de expresión como aquel bohemio que, al oír a otro bohemio que los millonarios tomaban café con tostada todos los días, moderó, razonablemente:
—¡Hombre, todos los días… no será!
En el caso de la libertad de expresión (¡el derecho de todo hombre a ser honrado!, que dijera Martí), más bien ninguno, y todo por culpa de la cultura española del monoencaste, que viene de Quevedo, con su ciego llevando a cuestas al tullido, que «el mundo en estos dos está entendido»:
—Pues unos somos ciegos y otros cojos, ande el pie con el ojo remendado.
Y quien no lo vea claro en los hombres, que mire a los toros. San Isidro será la feria del monoencaste sobre la dulce sangre domesticada de Domecq, que permite a unos señores más feos que Picio encadenar posturas de falsos sultanes de Persia.
—Detrás va Pedro Domecq con dos sultanes de Persia.
Lorca dijo a Pemán que no sabía muy bien por qué en el funeral del Camborio iba Domecq, salvo el recordatorio de las etiquetas de Domecq en las juergas flamencas.
El monoencaste isidril supone el funeral de la tauromaquia: si ninguna oenegé se hace cargo de ellos, los toros fieros morirán de viejos en las dehesas como las liebres castellanas que veía Dumas al viajar. O como esos tipos verdaderamente geniales que todos conocemos y a los que nadie invita a las grandes ferias, para evitar el chirrido con el monoencaste. Y no estoy pensando en don Isabelo Herreros, que con la euforia del día anda convencido, el hombre, de que, para comer, el mejor régimen es la República.
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