Hemos confundido el Twitter con un programa electoral, hemos considerado que convertir una plaza pública en un camping era muy guay y hemos otorgado la razón política a la fuerza de una ocupación. Es decir, hemos cedido el debate a aquellos que hacían más ruido. Y por el camino de deslumbrarnos con un mayo del 68 casero, y revivir la nostalgia adolescente, hemos olvidado que la democracia no se impone en la calle, sino que se gana en las urnas.
Cuando las urnas son despreciadas y los representantes son violentados, entonces la ley de la calle se impone. ¿Para mejorar la democracia? No, para destruirla.
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