Lejos de lo que muchos creen, o seguramente simulan por cobardía, la violencia es el principal problema político de España, especialmente después de que el Tribunal Constitucional legalizara a ETA para entrar en las instituciones. ¿Quién se limitará en su agresividad ante esa perversa sentencia? Si los criminales de ETA están en la calle, y sus representantes políticos en las instituciones, entonces pocos tendrán miedo de ejercer la violencia en el espacio público. Ese mal ejemplo es una prueba más de que la violencia trae réditos. Los efectos de la violencia en la institucionalidad y sociabilidad son obvios. Están a la vista.
En verdad, esa violencia es una prueba más de que es posible la redención por la sangre. Esa vieja idea pagana, que la civilización cristiana no ha logrado vencer, se ha enseñoreado por todo el siglo veinte, y amenaza con arruinar el actual. Todos los totalitarismos, especialmente el comunista y el nazi, hicieron suya la necesidad de la sangre, sobre todo de de inocentes, para liberarnos del mal. La traducción que la izquierda ha hecho de esta vieja idea es sencilla: la violencia política es liberadora. Era y es la primera lección de los viejos manuales leninistas. Hoy, otra vez, esta idea es impulsora de amplios sectores de la izquierda mundial. España, otra vez, es utilizada como campo de experimento. Acaso, por eso, haríamos bien con empezar a diseñar un mapa de la violencia en España para entender lo que se nos viene encima.
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