Un perro es un perro, y los perros están la mar de bien, si son perros de verdad y no frankensteins. La preocupación empieza cuando el perro se convierte, para sus dueños, en algo más, en la compensación de lo que les falta y, puestos a escoger, los escogen de esas razas artificiales, paracaninas más que caninas, creadas por el hombre para ser desaforadamente agresivas y contundentemente mortales. Desde principios de año, en Francia, a los dueños de perros de este tipo que maten a alguien los pueden condenar ya con penas entre dos y diez años de cárcel. Me parece lo mínimo. Y si el muerto es hijo del dueño del perro, en vez de consolarlo con una palmadita en la espalda, le duplicaría automáticamente la pena, por imbécil.
miércoles, 9 de junio de 2010
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