Ha sido el escritor Jordi Soler, un hijo pródigo del exilio mejicano, quien, tras interminable querella bizantina, nos ha aclarado, al fin, qué es eso de ser catalán.
"Yo soy hijo de una familia barcelonesa que emigró a Veracruz, México, donde ser catalán consistía en sumar un ramillete de variables tales como llamarme Jordi, oír a Joan Manuel Serrat, seguir los resultados del Barça en el periódico, cantar el Sol solet y el Cargol treu banya, comer butifarras, beber un horrible vino importado del Penedès y hablar catalán, una lengua que, en aquella selva mexicana donde nací, nos dotaba de un lustre exótico", escribiría el hombre. Sin embargo, fue tras "volver" a casa cuando descubrió perplejo que aquella Cataluña imaginada e imaginaria donde él había crecido resultaba ser mucho más real que ésa otra de la que hablan todos los políticos catalanistas, sin excepción. "La mía estaba asentada en Veracruz. La de ellos, en La Luna", concluía Soler. ¿Cómo, entonces, no iba a ser catalán Zapatero? Más que nadie.
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