César Vidal en La Razón
Persecución y desprecio, insultos y golpes, presiones para abrazar el islam y ejecuciones padecen los coptos de Egipto discriminados desde hace siglos; los católicos de Irak, de los que murieron cincuenta y ocho el pasado 31 de octubre en el curso de un ataque terrorista; los millares de evangélicos de la Kabylia o de Indonesia; los ortodoxos que han ido abandonando los territorios palestinos presa del pánico; los cristianos sudaneses de cualquier confesión a los que se caza como bestias para ser vendidos como esclavos. Los ejemplos citados constituyen tan sólo unos botones de muestra de un traje tejido de lágrimas, dolor y sangre, ante el que no dicen una sola palabra los gobiernos que defienden la Alianza de civilizaciones o que estrechan con gusto la mano de los ayatollahs del régimen islámico de Irán. Quizá esa conducta sea, desgraciadamente, coherente, pero no es de recibo en nadie que pertenezca a cualquier confesión cristiana, que crea en Dios o que simplemente ame la libertad. Frente a la situación de persecución sufrida por los cristianos en los países islámicos, no cabe el apaciguamiento, ni el silencio, ni el mirar para otro lado ni tampoco –como pretenden algunos– el convertir a Israel en moneda de cambio para conseguir una discutible impunidad. Si se actúa así, la sangre derramada de nuestros hermanos que padecen bajo el islam clamará desde la tierra indicando que en nuestro silencio se escucha más alta que nunca la voz de Caín, que dice desdeñosa y criminal: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?».
lunes, 22 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario