Gabriel Albiac en ABC
Vuelvo hoy sobre el Séneca en Auschwitz de Raúl Fernández Vítores. Vuelvo, porque las palabras del químico Rubalcaba a favor de legislar la muerte me trajeron el recuerdo de la clave en la cual pone ese libro el inicio del Holocausto nazi: «Los alemanes se lanzan a la conquista de Polonia el 1 de septiembre de 1939. ¡Eutanasia! El famoso documento firmado por Hitler autorizando el programa estatal de eutanasia fue antedatado para hacerlo coincidir con el inicio de la campaña polaca. En él el Führer delega en su director de Cancillería y en su médico personal para que puedan autorizar a determinados médicos la prescripción de una muerte de gracia a los enfermos incurables. Este programa, designado con la clave T4, no se dio a conocer nunca en público: fue más bien un secreto de Estado».
(...)
Mi decisión sobre mi forma de morir no es materia de ley. A mí solo concierne. Y, en el caso del creyente, a aquel Otro al cual se tiene por más yo que yo. Ni no creyente ni creyente pueden conceder al Estado carta en esto. Que es un absoluto privado y previo a norma. Morir no se ajusta a ley. No hay más legislación buena sobre la muerte que la no legislada. Eso o la T4. O Rubalcaba.
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Sólo escuchar hablar a don Alfredo sobre la muerte, por muy digna que sea, le hiela a uno el alma...
La salud (y sus límites, vida y muerte) es algo muy serio para dejarlo sólo en manos de los médicos (aborto, experimentos, eutanasia...). Menos en las de políticos y jueces.
Vuelvo hoy sobre el Séneca en Auschwitz de Raúl Fernández Vítores. Vuelvo, porque las palabras del químico Rubalcaba a favor de legislar la muerte me trajeron el recuerdo de la clave en la cual pone ese libro el inicio del Holocausto nazi: «Los alemanes se lanzan a la conquista de Polonia el 1 de septiembre de 1939. ¡Eutanasia! El famoso documento firmado por Hitler autorizando el programa estatal de eutanasia fue antedatado para hacerlo coincidir con el inicio de la campaña polaca. En él el Führer delega en su director de Cancillería y en su médico personal para que puedan autorizar a determinados médicos la prescripción de una muerte de gracia a los enfermos incurables. Este programa, designado con la clave T4, no se dio a conocer nunca en público: fue más bien un secreto de Estado».
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Mi decisión sobre mi forma de morir no es materia de ley. A mí solo concierne. Y, en el caso del creyente, a aquel Otro al cual se tiene por más yo que yo. Ni no creyente ni creyente pueden conceder al Estado carta en esto. Que es un absoluto privado y previo a norma. Morir no se ajusta a ley. No hay más legislación buena sobre la muerte que la no legislada. Eso o la T4. O Rubalcaba.
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Sólo escuchar hablar a don Alfredo sobre la muerte, por muy digna que sea, le hiela a uno el alma...
La salud (y sus límites, vida y muerte) es algo muy serio para dejarlo sólo en manos de los médicos (aborto, experimentos, eutanasia...). Menos en las de políticos y jueces.
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