Mientras Lord Hartington —que fue, según André Maurois, el más inglés de los políticos ingleses— ponía énfasis en las virtudes del bostezo, Théophile Gautier, en la otra trinchera, alumbraba un conjuro obsesivo y maléfico que todavía hoy es un grito de guerra: «Plutôt la barbarie que l'ennui!». Que venga la barbarie y nos redima del tedio. Y acabó viniendo. Mucho antes de lo que el luminoso Gautier podía imaginarse. El siglo veinte ha sido, sin duda, el menos aburrido de los siglos europeos. Aunque haya habido que pagar tanto entrenamiento con cifras portentosas de cadáveres. Ni la Alemania nazi ni la Rusia bolchevique, ni siquiera la histriónica Italia mussoliniana, fueron precisamente reinos del tedio. La muerte es la mar de entretenida.
Perseveramos hoy en una variedad fofa de las políticas divertidas. Lo público está en manos de bárbaros chistosos y de zombis risueños. Todo es puro «entertainment», gesticulación grotesca, desplantes chocarreros. La política, ahora, es un hipermercado emocional en el que se especula con estímulos en vez de con ideas. La casta gobernante (que ni es casta ni cauta, como se acaba de poner de manifiesto) ha transformado a los electores en clientes y, con la excusa de elevarle la moral, intenta programarle la entrepierna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario