Es sabido que muchos artistas y pensadores genuinos han cedido a la tentación de intentar forrarse garabateando algún best seller mundial. Ninguno lo ha conseguido. A menos, claro, que se tenga por novelista a Umberto Eco. Así, pese a los ímprobos esfuerzos para anular el talento propio, el resultado acostumbra a ser decepcionante. Ni demasiado bueno ni demasiado malo, no consigue dar con el muy preciso toque de mediocridad intelectual que el género exige. De ahí que el Zola del J´accuse nunca hubiese acertado a concebir algo lejanamente parejo a ese ¡Indignaos!, el librito monserga del tal Stéphane Hessel. Diríase que literal traslación de ¿Quién se ha llevado mi queso?, aquella cumbre de la cultura occidental, al territorio de la ciencia política.
Al respecto, e igual a diestra que a siniestra, ya no hay tonto con balcones a la calle que se resista a recitar el mantra de Hessel. Ese efectista ¡indignaos! tras el que mora el preceptivo carrusel de lugares comunes de barra de bar; en su caso, una exhaustiva retahíla de tópicos donde apenas se echa a faltar nuestro castizo "¡con la que está cayendo!". Surtido, en fin, de manidas convenciones retóricas que culmina con cierta concesión inopinada, a saber, la de que "el terrorismo no es eficaz". Repárese, pues, en que el repudio del beatificado Stéphane a pistolas, bombas, metralla y cadáveres mutilados obedece a un móvil de orden técnico. Exclusivamente. Nada que ver con valor ético alguno.
Que semejante mercancía de saldo cause furor únicamente puede obedecer a una frase que luce radiante en solapa del libro. Ésta: "En 1948, formó parte del equipo redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos". Por lo demás, la mayor mentira editorial del siglo. Y es que genuinos redactores de la Declaración fueron Eleanor Roosevelt, de Estados Unidos; René Cassin, el único representante francés; Charles Malik, de Líbano; cierto chino que respondía por Peng Chun Chang; Hernán Santa Cruz, chileno; Alexandre Bogomolov y Alexei Pavlov, el doble sarcasmo que ofreció la Unión Soviética para la ocasión; un lord Dukeston que junto a otro Geoffrey Wilson representaría a Inglaterra; y William Hodgson, australiano por más señas. Punto. Indignaos, sí: os acaban de colar otro Enric Marco, el farsante de los campos de concentración nazis.
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Pues sí que es "graciosa" la presencia en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de un chino y dos soviéticos, tan respetuosos ellos no ya con los derechos, con los humanos en general. Lo que es raro es que no acabara apareciendo el derecho a gulag. Público y gratuito, por supuesto. O el derecho a pagar la bala con la que te ejecuten.
El éxito del tal Hessel en España no es de extrañar, pues vivimos en un país de analfabetos ilustrados: cuanto más estudiamos, menos sabemos. Cualquier analfabeto "clásico" (sin estudios) de hace un siglo era más listo que un universitario de hoy en día. Y es que, parafraseando un famoso anuncio de neumáticos, el conocimiento sin raciocinio no sirve de nada. Eso por no hablar de los efectos que el botellón, la televisión y otras drogas tienen sobre los cerebros.
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