¿Pero qué broma es esta? Enchufas el televisor, enciendes la radio o abres un periódico y te encuentras, a diestro y siniestro, con empalagosas crónicas sobre el «talento inversor» del emir Hamd Bin Jalifa al Thani y el «glamour» de su enturbantada jequesa.
No ha habido medio de comunicación español que no haya hecho suya esa solemne memez de que la primera dama de Qatar, «además de ser mundialmente alabada por su belleza y elegancia, es una firme defensora de los Derechos Humanos en el mundo árabe».
¿Nos hemos vuelto locos? La pregunta es retórica y ya les doy la respuesta: no. Hemos perdido la vergüenza. No se trata de insultar a tus invitados, sobre todo cuando cargan tantas joyas, visten de Chanel y vienen a invertir en las descalabradas Cajas de Ahorro, pero a cada uno lo que le corresponde.
¿Es qué ninguno de los que acudieron al besamanos sabe que el 80% de la población del emirato son trabajadores extranjeros cuyos derechos están en permanente cuarentena? ¿O que desde Al Yasira predica a diario el fanático Yusuf al-Qaradawi, con un programa llamado «Sharia y Vida» y cuya receta para los homosexuales es la muerte?
En descargo del polígamo emir es preciso reconocer que no hace caso en todo a Qaradawi: en lugar de colgar de las grúas a los gays, como hacen los ayatolás iraníes, se limita a administrarles latigazos. Y permite que las mujeres conduzcan. Hasta promociona el deporte. O eso creen en el Barça cuya hasta ahora inmaculada y mítica camiseta lucirá a partir del 1 de julio el anagrama de la Qatar Foundation. Todo por la módica suma de 165 millones euros en cinco temporadas.
¿Hubieran aceptado los culés el logotipo de una fundación de Pinochet? se pregunta Pilar Rahola en «La República islámica de España», libro cuya lectura recomiendo encarecidamente a progres, diletantes, comprensivos y distraídos.
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