La inmensa mayoría de analistas internacionales venían pronosticando desde hacía meses que las revueltas internas en los países árabes terminarían degenerando en un conflicto militar, más o menos abierto, contra Israel. Las causas, básicamente, eran dos: por un lado, las revueltas estaban demostrando que el victimismo islamista consistente en culpar de todos los males del mundo a Israel carecía de base, en tanto en cuanto la Primavera Árabe no tenía su origen en el odio hacia el Estado hebreo sino en la exigencia de reforma de las autocracias gobernantes; por otro, la debilidad de los propios gobiernos ante las manifestaciones callejeras aconsejaba buscar un enemigo exterior que desviara el foco de atención.
Finalmente, parece que estamos asistiendo a un inicio de las hostilidades por parte de Siria, donde la autocracia de los Assad ha estado tambaleándose durante los últimos meses. Así, en el día de ayer, miles de palestinos cruzaron la frontera israelí por tres zonas distintas –la frontera siria, la libanesa y la gazatí– ocasionando alrededor de diez muertos. No es que los problemas fronterizos con Israel sean algo excepcional, pues ser un islote de libertad y democracia en medio de un océano de dictaduras no facilita precisamente una convivencia pacífica con los vecinos. Sin embargo, el hecho de que los conflictos se hayan producido simultáneamente en tres fronteras y que, al menos una de ella, la del Golán, se encuentre fuertemente controlada por el ejército sirio, sugiere la existencia de una cierta coordinación entre las autoridades de los tres territorios –Siria ejerce una poderosa influencia en el Líbano; y su aliado Irán la ejerce en Gaza a través de Hamás– para apuntalar el régimen de los Assad en estos momentos de zozobra.
Como cabía esperar, el primer ministro Netanyahu ya ha avisado de que harán todo lo posible para defender su soberanía de esta nueva agresión. Una advertencia cuyo sentido deriva del genuino derecho a la legítima defensa, pero que no obstante será recibida con críticas y reproches por parte del resto del resto del mundo (siempre más interesado en favorecer la avanzadilla del islamismo que en defender los valores occidentales en la zona). Nada a lo que, por otro lado, no esté acostumbrado Israel, salvo por un decisivo detalle: en esta ocasión, Estados Unidos podría alejarse definitivamente de su tradicional aliado y abrazar la causa palestina.
Obama está convencido de que será muy beneficioso para la zona que los Hermanos Musulmanes gobiernen Egipto y que una coalición entre Hamás y Al Fatah se sitúe al frente de un nuevo Estado palestino. A buen seguro que Israel no se amilanará ante la traición de la primera potencia mundial –pues les va la supervivencia con ello–, pero en esa coyuntura de completo aislamiento, será más necesario que nunca que todos aquellos que tenemos muy claro quiénes son el bueno y los malos en el conflicto de Oriente Medio les expresemos nuestra solidaridad y comprensión. Al cabo, por causas muy distintas a las que apunta la progresía, en Oriente Medio está en juego algo más que el futuro de Israel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario