lunes, 11 de abril de 2011

Barcelona Decideix

José García Domínguez en Libertad Digital

Certifico con el escándalo justo que TV3 premia con nueve minutos de telediario a los cuatro gatos domésticos que se han prestado a ejercer de figurantes en la performance secesionista de Barcelona. Y al punto recuerdo lo que dijera en su día dijo Julio Camba sobre el particular, aquello de que una nación se fabrica igual que cualquier otra cosa. "Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas", sentenció. De ahí que con un kilo de los de entonces se comprometiese a hacer de Getafe una nación oprimida. "Me voy allí y observo si hay más hombres rubios que hombres morenos o si hay más hombres morenos que hombres rubios". Algún tono cromático, claro, tendría preponderancia en las cabelleras de Getafe, "y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad". Et caetera.

Con el tiempo, al fin consumado el proceso de la construcción nacional getafeña, "si alguien osara decirme que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que él entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio", concluyó triunfal. Como siempre en Camba, broma muy seria tras la que yace la sórdida evidencia de que no cabe decirse nacionalista sin enfangarse, y hasta el último pelo de la cabeza, en la charca identitaria. Razón última de que el mito de la autodeterminación no remita a cuestión cuantitativa alguna, sino a una tautología pedestre. Así, imagínese por un instante que los extras de la comedia barcelonesa no hubiesen sido cuatro, sino cuatro millones. La cuestión, entonces, continuaría siendo la misma: ¿Y qué?

De hecho, si a las dizque naciones, tal como los creyentes predican, les asiste el derecho a la soberanía por el hecho de serlo, nada más peregrino que reclamar la autodeterminación. ¿A qué preocuparse por lo que opine la tropa de a pie si ese ente metafísico, la nación, existe al margen de los mortales que lo encarnan? ¿O acaso tendría alguna importancia cuanto barruntasen los catalanes de carne y hueso sobre el particular? Desventura, ¡ay!, que aboca a otro callejón lógico sin salida. ¿Pues con qué argumento impedir que los perdedores ansiaran ejercitar también el derecho presunto a la escisión, una y otra vez, hasta ver colmada su voluntad? Merda de país petit!

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