Sólo lo muerto no muere. Zapatero es cadáver. Eso hace, por primera vez, de él un adversario serio. Ocasión hubo para liquidarlo. Nadie se tomó la molestia: parecía un despilfarro usar tiempo e inteligencia en borrar a un don nadie. Entiendo la pasividad de Rajoy entonces: da como vergüenza aporrear a aquel a quien uno sabe incapacitado para una esgrima entre adultos. Ahora está muerto ya. Como tal, es invulnerable. Y, de pronto, la estrategia del PP puede estrellarse contra su vacío, en esa extraña coyuntura de un partido y un gobierno al frente de los cuales hay sólo un despojo. Los muertos son irresponsables. Aunque nos amarguen tanto la vida a los vivos.
Alguien debió recordar a los dirigentes del PP, tras la derrota de 2008, el postulado taoísta del Tratado del vacío perfecto: «¡Sutil! Sé sutil hasta el punto de no tener forma. ¡Inescrutable! Sé inescrutable hasta el punto de no hacer ruido. De ese modo, te erigirás en amo del destino de tu enemigo». Un muro de ausencia debe rodear al general de gran escuela: todo se mueve en torno suyo, él permanece inmóvil tras su opaca muralla.
Puede que fuera una opción inteligente. En la política, como en la guerra, gana aquel que no es esperado; aquel cuya existencia, o bien no se conoce, o bien se cree conocer demasiado. Rajoy había ofrecido batalla entre 2004 y 2008. Fue vencido. El cambio de estrategia se imponía. «El que sabe no habla», enseñaba Lao-Tsé; «el que habla no sabe». Guardó silencio. Dejó que desbarrase Zapatero. Y éste lo hizo, más allá de lo imaginable. Sobre las redes de silencio que su adversario tejía, el socialista no perdió una sola ocasión de enredarse en sus propias palabras. En marzo de 2012 había logrado sobrepasar el peor vaticinio electoral de la historia constitucional española. Los estrategas taoístas de la calle Génova creyeron ya ganada la partida.
Pasó entonces. En abril, Zapatero se declaró difunto. No dimitió, no se marchó. Se declaró difunto y permaneció en el cargo. Nos gobierna un muerto, desde entonces. Y fue como si una perversa caligrafía circular volviera en contra del PP su propia estrategia. Nadie está tan blindado en su ficción de inexistencia como aquel que es de verdad inexistente. Muerto, Zapatero se trueca en irresponsable. Sin que nadie de su partido esté obligado a heredar la responsabilidad atroz de la ruina nacional generada. Y todo puede volver al punto cero. Las primeras encuestas indican que la estrategia fue acertada y que el cálculo puede tendencialmente confirmarse. Todo cae sobre la memoria del pobre cadáver. Y, junto con el vínculo, su heredero —el que sea— rompe el capital maldito de imposibles hipotecas que la herencia ha generado.
De aquí a la fecha en la cual sean las elecciones generales, nada va a moverse. Ni en el PSOE ni en el Gobierno. El vacío juega a su favor ahora. Y el silencio. Y, en la medida de lo posible, el olvido, si no la piedad.
Sí, puede que acertara Rajoy tras 2004. Puede que la estrategia del vacío jugara a su favor, hasta hace dos semanas. Pero ahora quien no existe es Zapatero. Ni existe nadie en su nombre. Y la astucia de guerra zen queda invertida:
«—¿Cómo gobernáis el Estado?
—No gobernando.»
Porque lo muerto no muere. Sólo mata.
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