El 26 de abril se cumplirán 25 años desde que estalló el reactor número cuatro de Chernobyl. Cuentan que la explosión liberó 400 veces más radiación que la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima 41 años antes. Así como la matanza bélica en la ciudad japonesa está fielmente documentada -80.000 muertos al instante; decenas de miles en los meses posteriores-, aún no sabemos a ciencia cierta los efectos de la muerte invisible que comenzó a cabalgar en Ucrania hace un cuarto de siglo. Sin embargo, hay indicios de que el accidente no tuvo los efectos apocalípticos que se presagiaron. Científicos de prestigio y organismos internacionales sostienen que las muertes directas se cifran en decenas, la mayoría niños o miembros de los equipos de emergencia que intentaron controlar a la bestia con una entrega suicida. Otros expertos niegan la mayor y multiplican los efectos letales. A este paso, ya haremos balance dentro de 24.000 años, más o menos, cuando se hayan extinguido los efectos del cesio 137 o del mismísimo sol. Los profanos estamos sometidos a mentiras patentadas. Las centrales nucleares pasan de ser templos tecnológicos a barracas de feria. Nuestro voraz apetito por las vaguedades convincentes se mezcla con la desconfianza atávica hacia la modernidad tecnológica. Vemos imágenes de la zona cero de Chernobyl y su vecina ciudad fantasma de Pripyat, con muñecas rotas, pupitres oxidados, norias muertas antes de girar y, ¡oh sorpresa!, con una exuberante vegetación que se ha adueñado de parajes fantasmales. También contemplamos a ancianos que cultivan las teóricas tierras del infierno y desafían la radiación, ¿Dónde está la verdad radiactiva?
lunes, 4 de abril de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario