No se preocupe nadie, que no vamos a hablar de cosas feas como ventas de visados o trapacerías similares. No vamos a hablar tampoco del balance necesariamente trágico de lo que es ahora un ministerio devaluado y disminuido en el interior y en el exterior. En el exterior lo es porque España ha perdido una gran reputación de seriedad y credibilidad que se forjó en la transición y cultivaron con eficacia todos los ministros y presidentes del Gobierno antes de este septenio negro. Definitivamente hemos pasado a engrosar el grupo de países tramposos y frívolos con los que sólo hay que tratar lo imprescindible. Países cuya palabra dada hay que amarrar mucho para evitar sorpresas desagradables. Hemos sido casi desde los albores de la democracia un aliado de primer rango para los grandes europeos. Hoy sólo somos fuente de problemas e inquietud. Eso en Europa, porque en América nuestra desaparición como fuerza relevante es más sangrante si cabe. Todos nuestros lazos, fruto de mucho esfuerzo de todos —en especial de la Corona— durante décadas, han sido reducidos a poco más que simbolismo y nuestra influencia raya en nula. Pero ese no es el escándalo. Tampoco lo es que tengamos una ministra que nada sabe ni aprenderá. A la que se colocó allí porque sobraba en otra parte. Que hace pasar terrible vergüenza a sus equipos en los viajes. «Bochorno» sufre López Garrido, con el que no se habla. Ministra que desembarcó con una tropa de miembros del partido —«las maris», las llaman— que ejercen de comisarias políticas, que no distinguen entre francés e inglés y que han convertido los palacios de Santa Cruz y Viana en dicharachera Casa del Pueblo. Ni siquiera es escándalo ya, por habitual, que el sectarismo dicte todas y cada una de las decisiones de personal y de gasto. Ni que los diplomáticos de carrera que no huyen a una excedencia ni consiguen un puesto en el exterior, se hundan en la desmotivación más absoluta. Los diplomáticos españoles, que gozaron de merecida fama internacional como funcionarios eficaces y patriotas, asisten a la voladura descontrolada de una carrera otrora de prestigio. Intimidados por una vigilancia política implacable con cualquier crítica siempre sospechosa de derechista o clasista.
Todo eso se sobreentiende. Eso es mera inercia de la secta en su penetración y control de lo que fue una muy digna administración del Estado del Reino de España. El escándalo de Exteriores es el ex ministro Moratinos, el máximo responsable del hundimiento de este Ministerio en la ineficacia, la villanía y el sectarismo. Moratinos es, en sí, un escándalo. Lo es en medida extrema su forma de utilizar todos los recursos del ministerio para la campaña particular de venta de su candidatura a la secretaria general de la Organización mundial de la alimentación y agricultura FAO. Mientras los diplomáticos destinados en el exterior no tienen recursos para una representación digna de España, al nivel de sus colegas europeos, Moratinos viaja con avión oficial y séquito ministerial a «gestionar» el voto de países del Tercer Mundo a favor de su candidatura. No sabemos lo que nos cuestan decenas de viajes, especialmente a África. Ni sabemos qué nos cuestan los votos que pueda conseguir. Moratinos tuvo suerte de no ser ya ministro cuando cayeron todos sus amigos corruptos en Oriente Medio. Pero se comporta como ellos, un sátrapa oriental, en su trato a los diplomáticos y su uso del erario público. Ha conseguido que medio mundo desee que el cargo en la FAO se lo den a su rival brasileño. Se lo den o no a él, su jubilación internacional ya nos ha costado un Congo.
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