Procede agradecer a Xavier García Albiol que nos haya librado del tedio insufrible que suelen acarrear las campañas municipales. Recurrente vía crucis de la inteligencia en el que fulanito promete, solemne, que gobernará para las personas, no para los roedores o las moscas, como sería de prever. Y ello al tiempo que el contrincante menganito propala, compungido, su amor por el terruño do mora. Porque lo normal debe ser odiar al paisaje y al paisanaje propios con furia cainita. Así las cosas, Albiol está a punto de dar al traste con ese estado de excepción oficioso que prescribe excluir al PP de cualquier parcela de poder institucional en Cataluña; el Tinell tácito que estableciera el Partido Único Catalanista allá por los albores mismos de la Transición.
Razón, esa posibilidad al fin cierta, la de que un hereje españolista mancille la Alcaldía de Badalona, de la honda consternación que abate al establishment local y a sus domésticos. Que de ahí la muy urgente llamada a rebato del somatén mediático, con la Hannah Arendt de La Noria capitaneando la banda de la porra. Tal resulta el grado de pavor en el gallinero identitario que no sería de extrañar otro De profundis contra la democracia liberal en forma de editorial conjunto. Todo un éxito, el de Albiol, consecuencia de haber osado franquear los márgenes que delimitan el angosto espacio de la corrección política en el Oasis. Pues resulta que, tras lustros y lustros pidiendo perdón por existir, alguien en el PPC, ese Albiol por más señas, ha descubierto cuál es la diferencia ontológica entre verlas venir e ir dándolas.
Al cabo, no otro es el secreto del hombre que ha desatado esa ola de pánico transversal que va de las cotorras de TV3 a las más engoladas plumas mercenarias de la demarcación. Airados tartufos que gritan "xenófobo" a Albiol por pretender, ¡anatema!, que la igualdad de todos ante la Ley no excluye a los carteristas rumanos. Las mismas veletas morales que aplaudieron a rabiar cuando el mando –esto es, CiU y PSC– votó el empadronamiento para todos en Madrid. Y que volverían a batir palmas –su genuino oficio– al poco, tras reclamar los mismos papeles para nadie en Cataluña. Tristes tigres de papel.
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