En la España de la anormalidad todo es posible. Que acabe siendo normal que un coronel trabaje en la torre de control de Barajas, que el estado de Alerta, o de Alarma, que no lo tengo claro, persista durante quince días —como si durante quince días estuviese sonando la alarma de su casa— o que una Comisión de Seguimiento de la Memoria Histórica presione a Patrimonio nacional para que supriman el dormitorio de Franco del recorrido de visitas del Palacio del Pardo… Y que Patrimonio lo conceda. En España empieza a ser normal lo anormal, incluidos los anormales que gestionan la cosa pública, sean inútiles, caraduras o timoratos.
(...)
Si la práctica de la contemplación de la historia consiste en eliminar aquello que ha resultado contrario a la dinámica democrática del siglo XXI que cierren inmediatamente Auschwitz, que dinamiten la momia de Lennin y que clausuren los osarios de Pol Pot.
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El Partido dijo que Oceanía nunca había sido aliada de Eurasia. Él, Winston Smith, sabía que Oceanía había estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia conciencia, la cual, en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. «El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar.
(George Orwell. 1984)
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