Se ha hablado, se ha escrito mucho estos días sobre la deficiente protección de los datos de los ciudadanos por parte de algunos organismos estatales. Pero esto no es nada raro.
Mientras las denuncias falsas por malos tratos salen gratis, se sigue asesinando a mujeres sin que, por lo visto, nadie sea capaz de evitarlo. Mientras en los medios oficiales y oficiosos se habla continuamente de "violencia machista" (qué me importará a mí, y menos a las víctimas, si los asesinos son machistas o fervientes seguidores de la Santa Igualdad de doña Bibiana Aído; ¿es que nos ha de importar si los ladrones creen o no en la propiedad privada?), se silencia el fallo del Estado en proteger a unas víctimas que, en muchos casos, estaban amenazadas de antemano. ¿De qué sirve un Estado carísimo, incapaz de proteger la vida y la integridad física de sus ciudadanos (uno de los pocos motivos que justifican su existencia)? ¿Libertad de portar armas? ¡No! ¿Protección eficaz del Estado? Tampoco.
Mientras el presidente del gobierno promueve por los foros internacionales el respeto a los derechos humanos y el derecho a la vida, en insultante contradicción facilita el aborto, elevándolo a la categoría de derecho (como si no hubiera suficiente con los más de cien mil abortos anuales que se producían con la ley anterior). Ya que el Estado no protege a los no nacidos, por lo menos no debería facilitarles la tarea a los carniceros matasanos (o mataembriones, o matafetos... cualquier cosa menos "médicos" o "cirujanos") que se lucran con la muerte. Pero es que ya se sabe: los fetos no votan y las mamás y los papás egoístas y cobardes (no he encontrado calificativos más suaves; no para ciudadanos de un país que, todavía, se encuentra entre las primeras potencias económicas mundiales), sí.
¿Cómo podemos esperar de un Estado que no protege nuestras vidas, que proteja nuestros datos?
domingo, 11 de abril de 2010
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