lunes, 24 de noviembre de 2008

Está claro: apoyar a Rodríguez sale rentable

Juan Goytisolo, otro de los "artistas de la ceja", Premio Nacional de las Letras

"Cómo discutir con una pared", por Juan Carlos Girauta en Libertad Digital

Desde que la nueva izquierda, la del prejuicio, el sentimentalismo y la vanidosa ignorancia, sustituyó a la antigua, los principales desafíos a nuestro sistema de libertades vienen siempre disfrazados de causas justas con fuerte carga simbólica. Las palabras fetiche, las consignas, los gestos de adscripción (como el dedo en la ceja), son en ocasiones simples distintivos de pertenencia; en otras encierran sombríos proyectos. "Paz" y "diálogo" significaron durante años disposición a pagar un precio político a la ETA; mencionar el "cambio climático" de buenas a primeras apenas quiere decir "hola, soy uno de los nuestros".

Bajo diferentes invocaciones a la libertad se persigue la eliminación de todo signo católico del espacio público o se perpetra directamente la conculcación de derechos, como el de recibir la educación en la lengua oficial del Estado. La izquierda ha realizado un prodigio minimalista. En el debate político puede prescindir ya de casi todo: de discurso legitimador, de argumentos, de ideología, de lógica. Difunden expresiones muy simples, en el mejor de los casos frases hechas que se repiten sin alterar un artículo. Con eso tienen bastante. Por poner un ejemplo de la muy nacionalista nueva izquierda que cualquier catalán reconocerá: todo intento de discutir la inmersión o las sanciones lingüísticas a los comercios, cualquier invocación a los convenios internacionales, a la Constitución, a las leyes para denunciar tales prácticas, se despacha las más de las veces con la frase textual "En Cataluña no existe ningún conflicto lingüístico". Punto.

El debate resulta imposible cuando tu oponente se limita a repetir mantras, escudos contra la interacción, preservativos del pensamiento. Esa es la razón de la superioridad intelectual de los jóvenes liberales frente a sus iguales progres. Pero también la causa de la impotencia de la oposición, incapaz de articular una alternativa al pensamiento único que impregna, para empezar, todo el periodismo "progresista" y dos terceras partes del periodismo "conservador".

¿Se ha de entregar el PP, como hace el PSOE, a la fabricación de consignas simplicísimas? ¿Ha de dotar a los suyos de pseudo ideas susceptibles de ser esgrimidas por cualquiera y en cualquier situación? No parece muy edificante. Sin embargo, alguna consecuencia ha de extraer el partido todavía liderado por Rajoy de la cruda evidencia: se está granjeando la desafección de muchos, hartos de la ineficacia sistemática de sus estrategias de comunicación. La derecha ha caído de lleno en las coordenadas del imaginario izquierdista. Son vanas sus esperanzas de transitar, desde ellas, hacia posiciones realmente alternativas.

"Heredar a Zapatero", Editorial de Libertad Digital

Tras su segunda derrota electoral el pasado 9 de marzo, el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, llegó a la sabia conclusión de que si su candidatura había perdido dos veces frente a Rodríguez Zapatero, era necesario introducir cambios de envergadura. Sin embargo, se equivocó enormemente en la dirección de esos cambios.

En las democracias maduras, las sucesivas derrotas electorales de un equipo político suelen despertarles la intuición de que a los ciudadanos no les gustan. Es hora de hacer las maletas y dejar que otras cabezas perfilen la estrategia. A Rajoy, sin embargo, esta saludable regeneración no le convenció: si el PP había perdido en dos ocasiones frente a ZP, él, jefe de filas, no podía tener ninguna responsabilidad. Los españoles habían dado sendos portazos al gallego por el tenebroso pasado aznarista que arrastraba; había llegado la hora de soltar amarras.

A partir de entonces comenzó la era del "liberalismo simpático", esto es, quedarse con el caparazón y la etiqueta de la ideología pero vaciarla de contenido. La tesis era sencilla: los españoles odian la crispación, no hay librar batalla contra la izquierda y la oposición debe limitarse a ser un grupo de diputados bien remunerados que acuden –o no– al Congreso p’ayudar al Gobierno. Si no se dejan notar demasiado, la crisis económica desgastará al PSOE y en 2012 ascenderán, por fin, al poder.

Los problemas de esta estrategia son, sin embargo, demasiado evidentes como para que incluso los arriolistas no los vean. Cuatro años es mucho tiempo para confiarlo a la marea de una crisis económica internacional. Aun cuando en 2012 la situación sea mucho peor que ahora (algo bastante probable), resulta ingenuo considerar que el PSOE se quedará de brazos cruzados observando como la economía y el paro van consumiendo su granero de votos. 48 meses dan para mucho; por ejemplo, para extender redes clientelares de subsidios públicos por toda España y para articular un discurso alternativo sobre la crisis, dirigido a atacar la línea de flotación del PP: la depresión se debe al neoliberalismo que encarnan los populares. No hay que olvidar que Franklin Delano Roosevelt construyó su imperio político (cuatro victorias electorales) durante la crisis económica más profunda de la historia de Estados Unidos. Y es que, como decía Revel, las motivaciones políticas bien puede llevar a que un Gobierno opte por la bancarrota económica.

Las pobres expectativas electorales para el PP de la última encuesta del CIS sólo auguran un futuro decadente. Si durante los peores meses de Zapatero en La Moncloa, con el desempleo creciendo a razón de 800.000 parados anuales y con un Gobierno desorientado en su estrategia política (¿hay crisis o no la hay?), el PP sólo logra empatar, dentro de unos años la debacle será memorable.

Quizá por esto, los miembros históricos del partido no han tenido más remedio que levantar la voz y advertir sobre la errática estrategia. El ex presidente del Gobierno, José María Aznar, sin estar, ni mucho menos, libre de culpa por el rumbo actual del PP, ya dejó claro el sábado que había que librar la batalla ideológica y no conformarse con heredar el poder, si es que tan improbable suceso acaece en 2012.

Sensatas palabras que, no obstante, sólo podían caer en saco roto. Rajoy quiere librarse de sus fantasmas del pasado y, para ello, nada mejor que dejar claro que él ni es Aznar ni tiene nada que ver con él. La secretaria general, María Dolores de Cospedal, certificando la ruptura con el "viejo PP", ha aprovechado para renunciar a la victoria, ya que lo suyo es el convencimiento de las masas.

Ahora bien, si el "liberalismo simpático" consistía en desechar a la batalla ideológica para no crispar y en heredar al PSOE por simple desgaste natural, ¿de qué quiere convencer Cospedal a los españoles? ¿Qué valores defiende el PP salvo los de un PSOE al que pretende suceder? Pero acaso si el PP convence a los españoles con las ideas del PSOE, ¿no estará haciendo campaña electoral a favor de los socialistas?

La actual dirección popular no parece darse cuenta de que al matar a Aznar están renunciando a la herencia de un Gobierno con cuyas reformas España salió ya de una crisis económica y que, al mismo tiempo, se están abrazando al vacío ideológico de ZP, lo que facilitará que este último les endose a las primeras de cambio la responsabilidad de todas las catástrofes que sufre España.

"He Andado Muchos Caminos", de Antonio Machado

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancòlicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.

"Los ignorantes, los malos", por Gabriel Albiac en La Razón

La crónica del veneciano Dux Leonardo Donà la transcribe Eugenio Garin en alguno de sus indispensables estudios sobre el renacimiento. Un grupo de inquisidores llega a la ciudad, en los inicios deslumbrantes del siglo XVII. Es portador de las licencias papales que lo habilitan para dar fuego a aquellos libros que pudiera juzgar pecaminosos. El inquisidor al mando de la misión pide, como es de rigor diplomático y cortesía, audiencia al gobernante veneciano, quien lo recibe en la gran sala del Palacio Ducal, frente a la plaza de San Marcos. Es Donà quien narra los detalles del encuentro: «Reverendo Padre, hemos dado licencia a los libreros venecianos para vender toda clase de libros, aun los prohibidos. De vendéroslos incluso a vos, siempre que la Santidad de nuestro Señor el Papa se avenga a pagarlos como todo el mundo. Si obráis así, podréis quemarlos. No de otro modo». Donà termina su relato: «Le escupí a la cara y me di media vuelta». La audiencia había terminado. A eso se reduce todo. En una sociedad civilizada -y Venecia lo era mucho en aquel siglo XVII, y no estoy tan seguro de que España, o como haya que llamar ya a esto de lo cual yo ya sólo sueño en huir, lo sea hoy tanto-, cualquiera posee el derecho de quemar tantos objetos -libros, muebles, Grecos, palacios, papel de estraza u hojarasca- cuantos sean propiedad legal suya. Y ni uno solo que pertenezca a otro. A eso se reduce todo, en rigor; ésa es la línea sencilla que separa la civilización de la barbarie. Cualquier sentimentalismo, en esta materia como en cualquier otra, sirve sólo para confundirnos acerca de lo esencial que está en juego. No voy a perder el tiempo hablando de una pobre ciudadana que ha sido toda su vida la caricatura de una caricatura. Ni a mí me importa que alguien queme libros de autores clásicos o modernos, ni me afecta un comino que queme aquellos que llevan mi firma. Siempre que los compre y pague de acuerdo con los precios fijados por el mercado. Lo de prenderle fuego a un estante dentro de unos grandes almacenes me temo que infrinja un par de normativas de seguridad pública; pero tampoco es cosa mía velar por eso. Pero cuidado con lo de complacernos a nosotros mismos, fingiendo que eso de las hogueras de papel impreso es sólo peculiaridad patológica de gentes muy analfabetas o muy mal de la azotea. Propongo un inocente juego a los lectores, del cual quedan exentos, desde luego, los del gremio periodístico, que están obligados a conocer la respuesta. ¿Quién firmó la bien escrita crónica que aquí transcribo? ¿En qué diario? Berlín, 11 de mayo de 1933, arden los libros en la plaza pública. «Un auto de fe con el producto de la inteligencia, en pleno siglo XX, es cosa que no se puede ver a diario. Tan insólito, que el todo Berlín se ha removido entre inquieto y asombrado, y yo mismo he tardado en convencerme de que esta quema, en la que van a arder cerca de veinte mil volúmenes no es precisamente un acto político de infracultura, sino más bien lo contrario¿ Han ardido libros indignos e ideas abominables». No, aunque el Dux Donà quizá lo pensase, ignorancia y maldad no son lo mismo.