lunes, 31 de enero de 2011

La ley del silencio

César Vidal en La Razón

Recuerdo la primera vez que vi «La ley del silencio» de Elia Kazan. Fue en la adolescencia, por televisión y con cortes publicitarios, pero aún así me impresionó profundamente. La causa no fue tanto la interpretación, quizá la mejor de su carrera, de Marlon Brando ni la valentía del sacerdote encarnado por Karl Malden. No, lo que me dejó abrumado fue descubrir que podía haber canallas como el interpretado por Lee J. Cobb que decidían quién trabajaba y quién no y, aún peor, que la mayoría, ovejunamente sometida, no se enfrentara con ellos. Pocas imágenes me han oprimido más el corazón que la secuencia final en que Cobb daba una paliza fenomenal a Brando ante una masa paralizada. Poco podía yo imaginar que a lo largo de mi vida contemplaría ese vil espectáculo vez tras vez. Durante años el PSOE y los partidos nacionalistas han gustado de utilizar a determinados segmentos sociales en sus movilizaciones. Para poder tener a su lado a gays, feministas o gente del mundo del espectáculo, todos esos partidos han recurrido además a entregarles de manera generosa el dinero que, previamente, han arrancado de nuestros bolsillos. Puede que a la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie no les guste la inmensa mayoría de las producciones del cine español o que no se sientan identificados con las metas de la agenda gay o feminista. Ha dado igual. Millones y millones de euros se han entregado a todos estos lobbies para poder movilizarlos a toque de silbato cuando se consideraba conveniente. Sin embargo, lo que muchos ignoran es que semejante entrega de dinero de todos, incluso en época de crisis como ahora, ha venido siempre unida a la exigencia de una obediencia servil y absoluta. El director, la actriz o incluso la feminista o el homosexual que en un momento determinado no obedece, no habla o no guarda silencio cuando así lo desea el poder socialista o nacionalista no tiene la menor posibilidad de recibir un céntimo. En muchos casos, eso equivale ni más ni menos que a no poder trabajar en determinadas profesiones. Estos días de atrás la china recayó sobre un colectivo homosexual como Colegas, excluido del Plan Anti-SIDA por sus críticas a la ministra Pajín y sobre un director de cine como Alex de la Iglesia nada convencido de que la ley Sinde sea buena. En ambos casos, la respuesta ha sido simplemente la represalia desde el poder. Se trata de una represalia que lleva implícito un mensaje más claro que el agua: «Si quieres trabajar, si quieres comer, calla y habla cuando y como yo te diga». Sólo un ignorante o un ciego no se percata de que determinados sectores de la sociedad están controlados desde hace años por comportamientos indignos como los perpetrados estos días por Sinde y Pajín y que los que no se pliegan o incluso tienen la osadía de protestar quedan convertidos en parias o en sujetos sobre los que se descarga cualquier tipo de inmundicia. Frente a esa tiranía digna del totalitarismo más miserable sólo existe una solución, la de enfrentarse a semejantes mafias como en «La ley del silencio». Es peligroso, pero también es la única manera de sacudirse de encima un despotismo que encima se ejerce en nombre del progresismo o de una supuesta construcción nacional.

En dos años, todo "arreglado"

José García Domínguez en Libertad Digital

Pierre Poujade, el Lenin de los tenderos en la Francia del existencialismo, cimentó su gloria efímera con un número que luego habrían de imitar todos los populistas que en el mundo han sido. Y es que para aquel mesías de las clases medias con tresillo de skay, la política económica resultaba un quehacer prosaico por pueril. Al punto de que el asunto se resumía en agarrar una lechuga y explicar al respetable público que, si le votaban, la noble hortaliza iba a bajar de precio en el acto; al tiempo, los salarios subirían y los impuestos serían derogados de facto; mientras tanto, los servicios estatales procederían a multiplicarse a imagen y semejanza de lo acontecido en su día con el célebre milagro de los panes y los peces.

Y ello merced a las virtudes telúricas de un único catalizador mágico: la universal confianza generada por su propia persona. Ni Marx, ni Keynes, ni Friedman, ni Stiglitz, pues. Con la varita del mago Houdini había más que de sobras con tal de poner orden en el cuadro macroeconómico de la República. Por cierto, es el poujadismo droga dura en la que siempre termina por caer una derecha tan pobre en defensas intelectuales como la que gastamos a este lado de los Pirineos. Don Mariano, sin ir más lejos, desoyendo la sabia máxima de que en boca cerrada no entran moscas, viene de cometer unas declaraciones en El Mundo que desprenden su inconfundible aroma.

Quizá engallado por los flashes, Rajoy, que es hombre del viejo paradigma, o sea varón aún ajeno a la sádica memoria de Google, ha "arreglado" la economía en dos años. Una tontería impropia. Y más si se repara en la indigencia argumental sobre la que trata de apuntalar semejante temeridad. Como muestra, un botón. Siempre fiel al Evangelio de Mateo –"que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda"–, pretende el de Pontevedra que, entre otras extravagancias, sobran los diecisiete defensores de la pedanía ahora asentados en sus respectivas ínsulas baratarias. Lástima que haya sido él mismo quien acaba de ratificar su muy perentoria necesidad en las sucesivas reformas estatutarias que han ido pasando por el Congreso. En fin, lo dicho, Poujade en estado puro.

Parte de guerra

Gabriel Albiac en ABC

La pureza es, en política, asesina. Como tal, la constituyó la edad moderna. Robespierre enunció su axioma: un Estado puede sólo asentarse sobre dos fundamentos: la corrupción o el terror, que es el nombre político de la virtud. Entre 1789 y 1794, terrorista y virtuoso fueron lo mismo; lo mismo virtuoso e «incorruptible». No han cambiado las cosas. Las palabras, sí.

Basta ponerse ante un mapa de la costa sur mediterránea para entender el actual envite. Para entender también su origen. De los Balcanes al Caspio, de Argel hasta la Meca, el Imperio Otomano desplegó su máquina de despotismo teocrático, ajena a fronteras nacionales. La nación y el Estado son conceptos cristianos que el Islam rechaza como aberraciones contra la umma, comunidad de los creyentes, a la cual da soporte el Califato. Al desmoronamiento del Imperio, siguió la imposición colonial, desplegada sobre las arbitrarias líneas de la administración otomana. Tras la segunda guerra mundial, la descolonización se ajustó a su plantilla. Y ninguno de los países que salió de ella era un país. Como mucho, una provincia al frente de la cual se buscó entonces poner a uniformados títeres a sueldo de las metrópolis. Una sola excepción iba a complicar las cosas: Israel, en la medida misma en que Israel era un Estado democrático europeo asentado sobre la costa sur del Mediterráneo. Como tal, ningún problema tuvo para construir su modernidad al modo de los regímenes parlamentarios de un occidente al cual, más allá de geografías, pertenecía de pleno derecho. Como tal, fue odiado por sus vecinos.

El ascenso del islamismo está ligado a ese desajuste. ¿Cómo una sociedad elegida por Alá y que se rige por su libro, puede haber fracasado frente a la patulea de los kafires, cafres incrédulos que nadan en humillante riqueza? Los egipcios de la Hermandad Musulmana fueron los primeros (desde 1928) en dar respuesta a la paradoja: una diabólica conspiración de judíos y cristianos se afanaba en torcer el designio divino. El proyecto hitleriano de borrar a los judíos fue así saludado como designio de Alá. La derrota nazi y la consolidación de Israel tras la guerra del 48 fueron golpes terribles en el inconsciente musulmán. Las sucesivas derrotas militares y la progresión vertiginosa en la ruina certificaron la hondura de las raíces satánicas del mundo moderno. Un doble error de los contendientes en los años finales de la guerra fría abrió la grieta que es hoy abismo: Irán y Afganistán. En el primero, la estupidez de Jimmy Carter, asentó una hasta entonces inimaginable república sacerdotal. Afganistán anudó la doble necedad de los rusos metiéndose en un avispero y de los americanos amartillando una máquina militar incontrolable: la de Bin Laden. La fascinación yihadista se abrió camino en todo el mundo musulmán.

Asistimos en estos meses al derrumbe de los últimos títeres postcoloniales. Es dulce hacerse, desde la ciega Europa, idílicas imágenes de democracia que viene. Es mentira. En Egipto, como en Argelia o Túnez, se afrontan los únicos poderes reales en el mundo árabe: corruptos militares y virtuosos clérigos; ladrones consumados y asesinos en ciernes; corrupción o terror. ¿Europa? En la inopia. Y tan contenta.

¿Para qué hacen leyes que no sirven?

Víctor Domingo en Libertad Digital

Que la adicional segunda de la Ley de Economía Sostenible, denominada Ley Sinde, era una aberración jurídica de corte totalitario era claro y notorio; de ahí que su rechazo por el Congreso de los Diputados el pasado 21 de diciembre fue la reacción lógica de un legislador que crea firmemente en el Estado de Derecho. Pero qué poco nos dura la alegría en casa de los pobres.

Esta semana hemos asistido y seguido, paso a paso, aún con el telón bajado, a cómo no se debe legislar en una democracia. A puerta cerrada y en un par de tardes, Gobierno y PP han reanimado la adicional que el Congreso echó a la papelera.

Si la adicional rechazada tenía como objeto esquivar la tutela judicial efectiva y dar categoría de autoridad competente a una comisión política afecta al Ministerio de Cultura, con esta adicional –y parece ser que gracias a la aportación del Partido Popular– nos encontramos que ahora hay dos jueces para esquivar y así justificar por los pelos el argumento de que las actuaciones censuradoras de la comisión garantizan la tutela judicial efectiva.

Lo explica en términos jurídicos muy claramente Andrés de la Oliva Santos, catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense de Madrid:

Ustedes dicen que es necesaria una autorización judicial para requerir, cuando para requerir basta con un notario o, más barato, con un burofax. Porque requerir es pedir con cierta vehemencia: nada más. Pero resulta que si el juzgado de lo contencioso-administrativo autoriza a pedir, el efecto no es poder pedir legítimamente, sino estar obligado a acceder a lo que se pide por la administración. En vez de ese retorcimiento, ¿no podían sus señorías haber establecido que se instara o solicitara del juez el requerimiento, exigiendo, claro es, que estuviesen justificadas esas solicitudes dirigidas al juez? ¿No podían haber dispuesto que fuese el juez quien requiriese?

Podían, pero muy probablemente no sabían o bien, lo que sería aún peor, han querido que la sujeción del presunto infractor de la propiedad sea a una autoridad administrativa, lo que constituye una perversión jurídica de primera categoría especial.

Es evidente que el espíritu de prohibicionismo de nuestro Gobierno ha calado profundamente en el Partido Popular, quien en contra de la opinión de muchos de sus votantes ha protagonizado este paripé de corte totalitario.

Pero no sólo por lo ya enunciado; además, la adicional segunda incorpora un punto para reformar el canon digital en el plazo de tres meses. A eso se dedica el Partido Popular, en lugar de a pedir al Gobierno que cumpla con el dictamen de Tribunal de Justicia Europeo, exima inmediatamente a las Administraciones Públicas y a las empresas del pago de esta arbitraria e indiscriminada tasa y exija la devolución del el dinero ilegalmente cobrado desde el año 2003 por este concepto. En contra de lo que están pidiendo decenas de alcaldes, muchos de ellos del Partido Popular, va ahora y avala esta tomadura de pelo al interés general.

Así las cosas, y para colmo del elogio a lo imperfecto, el diario El País, cuya sección de cultura ha liderado desde el pasado 22 de diciembre una campaña de acoso y derribo contra tod@s para que en el Senado prosperara la adicional rechazada, editorializaba esta semana bajo este titular: Conflicto abierto, que inmediatamente subtitulaba así: Aprobar la 'ley Sinde' es una buena noticia, aunque por sí sola no solucionará el problema. ¿Alguien puede explicarme dónde está la buena noticia de aprobar una ley que no soluciona el problema por la que unos pocos se han dejado tantos pelos en la gatera? Luego que nadie se extrañe de que la sociedad civil se aleje de los partidos políticos, los cuales a pesar de tod@s y contra tod@s se empeñan en leyes de encargo que, además, no sirven para nada.

domingo, 30 de enero de 2011

Luz de enero

José Jiménez Lozano en La Razón

Aparece muy clara la civilizada imagen de quien cuida sus animales y los hace bendecir, que resulta bastante distinta, por cierto, de la otra imagen de quienes deciden la explotación animal industrial sin muchos escrúpulos y ahí parecen experimentar lo que luego puede hacerse con los seres humanos también organizados como una granja productiva. No había granjas tecno-científicas ni de animales ni de hombres en los tiempos pasados, aunque en ellos tampoco era idílico el mundo, que nunca lo ha sido; pero, al menos, no se mostraba ningún interés especial, como sucedió después, en arrebatar a hombres y animales la alegría de vivir.

Perfil bajo

Ángela Vallvey en La Razón

Hace casi 2500 años, la democracia brilló en Atenas y propició una gloria que aún recordamos. Desde Maratón, en 490, hasta la muerte de Pericles, en el año 429 a. D. C., cuentan los historiadores que la mayor fortuna de Atenas no radicaba en sus minas de plata del Láurium, sino en la abundancia de grandes hombres. Las reformas de Clístenes habían estipulado que la democracia ateniense se regiría por un Consejo de quinientos ciudadanos elegidos al azar, por sorteo. Incluso los nueve jueces del Areópago eran designados así: saliendo milagrosamente escogidos de entre los nombres que contenía una urna. Sin embargo, otros cargos, los de generales o «estrategos», no se confiaban a la casualidad: estaban reservados para los más dotados, ciudadanos de talento que, sin embargo, carecían de privilegios o preeminencias que los distinguieran del resto de sus compatriotas. Formaban una élite, pero sin prerrogativas, supremacías ni subvenciones inherentes a sus cargos. Ponían su genio al servicio de Atenas, de los ideales de la democracia de su época, y dirigían el Estado de manera notable. Dicen que Pericles, al salir de casa cada mañana para ir a su oficina en el Ágora, se repetía a sí mismo: «Acuérdate de que eres un jefe de los griegos, de estos griegos que son hombres libres dentro de una Grecia libre».

Hoy día, desde nuestra perspectiva, podemos poner todos los reparos que nos de la gana a aquella época. Demasiadas obras públicas, expediciones militares, populismo, teatro, riqueza, filosofía… Aristófanes ya se burló de la «suntuosa Atenas» y del gobierno democrático con «sus artes tiránicas y sus malas artes». Pero aquel fue sin duda un momento de la historia extraordinario. (Lo que aconteció después, no tanto). De logros y conquistas humanas, y de más de un hombre valeroso que «sin ser político de profesión se preocupó por saber cuál era la mejor forma de gobierno».

Han pasado los milenios: del siglo de Pericles al de los periclitados (el XXI, el nuestro). Las estatuas de Fidias que decoraban el Partenón ahora son polvo; apenas quedan restos de su viejo esplendor, de la antigua belleza que, hoy como ayer, aún estremece al que la contempla. La humanidad ya no es la misma. Pocas personas con grandes virtudes y formación elevada sienten atracción e interés por los asuntos del gobierno. La política es un oficio bien remunerado, aunque poco prestigiado socialmente. Aquella Atenas era pequeña y rica. Hoy, somos muchos y cada día más pobres. Nuestros próceres, en estos tiempos difíciles, no quieren dar grandes pasos al frente. Huyen despavoridos ante la dificultad. Adoptan un perfil bajo en la tormenta política, social y económica que nos zarandea sin piedad. No quieren destacar, sólo pasar inadvertidos, resistir. Gobierno, oposición, sindicatos, banqueros… Ya ni Rubalcaba da la cara. Todos callados, en lo posible, esperando a que pase el temporal (pero en vez de temporal puede ser definitivo, y a ver qué hacemos…).

Estamos sobrados de pusilanimidad y faltos de «estrategos». Montaigne, tan práctico como lúcido, diría: será mejor, entonces, que nos vayamos acostumbrando cuanto antes...

Viñeta de Montoro en La Razón

El rey tartaja

Antonio Burgos en ABC

La frase del día: "Cuantas más películas españolas veo, más me gusta el cine inglés."

"Si llamas a alguien «mongolo» o «retrasado mental», tienes inmediatamente que presentar excusas. Pero si te burlas de los tartajas contando el chiste del naufragio y el marinero tartamudo («mi capitán, mejor que zo,zo,zobre que no que fa,fa,falte»), todo el mundo ríe la gracia."

El cine subvencionado no admite disidencias

Editorial de Libertad Digital

Para demérito de sus protagonistas, responsables de su mediocridad, y desgracia de los contribuyentes españoles, que hemos de financiarlo, el cine español rechaza prácticamente sin excepciones someterse al criterio de los consumidores para que, en uso de su libertad, decreten el éxito de cada producto. El principal problema del cine español es que, en lugar de ganar el favor del público con su talento, los cineastas prefieren cultivar las relaciones políticas para hacer que las subvenciones públicas permitan la subsistencia de una industria que difícilmente podría sostenerse por sí misma.

Siendo ésta la situación de nuestro cine, el ejemplo del director Alex de la Iglesia adquiere una mayor relevancia por lo que tiene de inusual en un sector distinguido por el monolitismo con que ha defendido siempre sus privilegios injustificados.

De la Iglesia ha sido el único presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas que se ha atrevido a exigir a sus afiliados un mayor respeto a las preferencias del público español, única fórmula válida para crear una industria sólida sin necesidad de recurrir a la limosna estatal. Ocurrió en la Gala de los Premios Goya del año anterior, ocasión que tradicionalmente ha sido utilizada por los cineastas y actores para mostrar su inquina política hacia la derecha o reclamar mayores subvenciones y, a tenor de cómo se están desarrollando los acontecimientos en torno a la Academia de Cine, parece que hay un sector de la profesión dispuesto a cobrarse también aquella afrenta.

Por si fuera poco, el dimisionario presidente de la Academia ha tenido la sensatez de escuchar a los internautas acerca de la peliaguda modificación legal impulsada por la ministra de cultura, y la honestidad de apoyar en conciencia la posición que ha considerado más leal para con los ciudadanos, que dista notablemente de la tesis impuesta por el gobierno socialista y aplaudida por un sector empeñado en no prescindir de las gabelas de que goza gracias a la coacción estatal.

En efecto, Alex de la Iglesia, como les ocurre a los espíritus libres, no era muy popular en el mundo de la cinematografía, rebaño pastoreado con cayado de hierro por una ministra de cultura, que considera a una institución privada como la Academia de cine una simple terminal cuya misión es apoyar sin fisuras el proyecto liberticida del Gobierno Zapatero.

De la Iglesia abandona obligado por las circunstancias, pero no antes de celebrar la entrega de los Premios Goya de este año en fecha inminente, y ya saben sus compañeros de profesión cómo se las gasta el bilbaíno cuando se trata de defender lo que cree mejor para la industria española del entretenimiento. A poco que la torpeza conocida de la ministra y las maniobras de su fieles en la institución sigan enturbiando el ambiente, la gala de este año va a ser un espectáculo digno de verse.

Los piratas y la señora Sinde en Debates en Libertad -29/01/11 (esRadio-LDTV)



Hubiera sido más interesante sin la prescindible presencia de la señora Rodríguez Salmones, que ni se entera de lo que dice, ni de lo que le dicen, ni de lo que ha votado su partido. O sí lo sabe y está intentando darnos gato por liebre, que es peor. En definitiva, una buena muestra del PP marianista y de la clase política actual en general. Así nos va...

César Vidal entrevista a Juanjo Puigcorbé - 28/01/11 (esRadio-LDTV)

sábado, 29 de enero de 2011

El paro, la tragedia que no cesa

Editorial de Libertad Digital

Es hora de acometer reformas en profundidad sobre el rígido y obsoleto sistema de relaciones laborales que impera en España desde tiempos del franquismo. Un sistema que fomenta la improductividad, nos condena a liderar siempre y en cualquier circunstancia las listas de desempleo de la OCDE y que, por culpa de los privilegios adquiridos, envía de un modo masivo al paro a las generaciones más jóvenes, provocando un síndrome de expectativas disminuidas como los que padece la juventud de muchos países del Tercer Mundo.

Lo que nos debe quedar claro es que el problema del paro, que ya ha adquirido tintes de tragedia nacional, no se va a solucionar solo ni aplicando viejas recetas. Un desafío para nuestra clase política que, de una vez por todas, debe abandonar las supercherías autocomplacientes en las que retoza desde hace más de treinta años. Ha llegado el momento de que nuestro mercado laboral haga la transición a la democracia.

Viñeta de Montoro en La Razón

Los internautas criminales

Juan Manuel de Prada en ABC

A Manuel Gutiérrez Aragón se le ha atribuido una frase la mar de simpática: «No hay que dar ninguna tregua a los internautas, porque es como pactar con los terroristas». Frase que tal vez sea apócrifa, pero que desde luego es inconsecuente, pues si hay algo que distinga a terroristas e internautas es que con los primeros se ha pactado repetidamente.

(...)

La llamada «ley Sinde» será un fracaso sin paliativos, porque no se puede poner puertas al campo ni mantener artificialmente la respiración de un muerto; a menos, claro está, que se pretenda encerrar a todos los internautas en un inmenso, desquiciado, pesadillesco campo de concentración, para intentar mantener vivo al zombi. Que eso es, al fin y a la postre, lo que pretenden quienes identifican a los internautas con criminales: convertir el mundo en una cárcel orwelliana.

Rubalcaba apunta a internet

Antonio José Chinchetru en Libertad Digital

Es un mal asunto que Rubalcaba vincule la existencia de internet con la del terrorismo "internacional". No se ha limitado a señalar algo que todos sabemos, que los terroristas utilizan la red para comunicarse y difundir sus mensajes (al igual que usan los teléfonos para hablar, los coches para desplazarse o las casas para esconderse). Muy al contrario, ha afirmado que sin la red no existiría ese tipo de terrorismo al que desde el Gobierno tanto cuesta calificar de "islamista" o "islámico" (sin que esto último quiera decir que todos los musulmanes sean miembros de Al-Qaeda, Hamas, Hizbollah y otras organizaciones similares).

Lo que ha hecho el ministro del Interior es criminalizar la red en su conjunto sin fundamento alguno. Las redes de terroristas que actúan en diversos países, con independencia de sus objetivos y naturaleza ideológica, existen desde mucho antes de la invención de internet. Grupos como la OLP y Septiembre Negro se dedicaban a asesinar, secuestrar aviones o barcos y capturar rehenes en todos los continentes desde antes de que se hiciera algo parecido a comunicar unos ordenadores con otros a través de la línea telefónica. Y no sólo eso. Durante la segunda mitad del siglo pasado, grupos terroristas como ETA, IRA, la Fracción del Ejército Rojo o las FARC colaboraban entre sí y con muchos otros sin necesidad de páginas web y correo electrónico.

Incluso limitándonos al terrorismo islamista, este es también anterior a la red. Sólo por poner un ejemplo, el iraní Hizbollah se fundó entre 1977 y 1979. De hecho, su patrocinador, el régimen de los ayatolás, lleva apoyando a grupos similares en varios países desde que Jomeini tomara el poder en Irán en 1979.

Pero lo más preocupante de las declaraciones de Rubalcaba no es la falta de conocimiento de la historia del terrorismo de la que hace gala. Lo peor es que si un ministro del Interior señala a "internet" como una de las causas de dicho terrorismo, puede tener en mente medidas coactivas para la libertad en la red. Durante la década pasada, y con la alarma mundial causada por los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU, en todo el mundo se impusieron normas (en gran medida todavía vigentes) que lesionan los derechos de los ciudadanos en internet (como el secreto de las comunicaciones o la intimidad) al tiempo que no ofrecen una gran eficacia. Máximo ejemplo de eso son la Patriot Act en Estados Unidos junto a la directiva de retención de datos en Europa y su transposición a la legislación de los estados miembros de la UE.

Por tanto, nada bueno se puede esperar. Y menos aún si se tiene en cuenta el poco respeto por los derechos de los ciudadanos en internet que ha demostrado este Gobierno –con el apoyo final de un PP que ha preferido ponerse del lado de los cantantes y demás "culturetas" en vez de junto al resto de los españoles– en todo el asunto de la Ley Sinde.

Esperemos que la declaración de Rubalcaba se quede en una de esas muchas cosas (en numerosas ocasiones escritas por asesores) que numerosos políticos dicen en una conferencia para rellenar tiempo y no señale futuras normas lesivas para la libertad en internet. En definitiva, que tras una "Ley Sinde" con la excusa de los derechos de autor no venga una "Ley Rubalcaba" que traten de justificar con la lucha contra el terrorismo. También en internet hay que luchar contra el terror, por supuesto, pero sin dañar la libertad de expresión o la intimidad de los ciudadanos.

Méndez, Toxo y ZP nos hacen un "chamosa"

Pablo Molina en Libertad Digital

El régimen público de previsión social, eso que los pusilánimes llaman "uno de los vértices del Estado del Bienestar", es una estafa piramidal en función de la cual el Gobierno te roba una parte de tu salario para pagar los subsidios actuales, a cambio de la promesa de que cuando tú te jubiles habrá los suficientes pardillos en activo como para hacer lo propio contigo. En el proceso desaparece el ochenta por ciento de todo lo que has pagado a lo largo de tu vida laboral, pero asombrosamente es un robo que el español medio acepta con la mejor de sus sonrisas, porque encargarse de su propia jubilación le produce un pánico insuperable.

Queremos que López i Chamosa gestione nuestra jubilación y luego nos escandalizamos de la magnitud del latrocinio, una reacción absurda porque es lo que ocurre invariablemente cuando entregamos a los políticos la capacidad de decidir sobre nuestras finanzas. Si, además, en el conciliábulo parlamentario en que se decide la cuantía del robo una de las voces autorizadas es la de la oronda académica del PSC, el resultado no puede ser otro que el que finalmente han rubricado los sindicatos y ZP tras la tradicional cena copiosa y los dos paquetes reglamentarios de tabaco.

Es preocupante que los chamosas decidan cuándo tenemos que dejar de trabajar y a cambio de cuánto dinero, pero mucho más lo es que el borrador de intenciones surgido de la comisión parlamentaria de la que forman parte deba ser validado por los sindicatos llamados mayoritarios. Méndez y Toxo, junto al presidente del "sindicato de productores" y ZP, acuerdan la reforma del sistema público de pensiones aumentando la intensidad del robo institucional, y asombrosamente no hay una manifestación espontánea de los dieciocho millones de cotizantes actuales exigiendo a los cuatro que saquen sus sucias manos de nuestro dinero.

Está visto que la estafa de las pensiones públicas va a perdurar en España durante muchas generaciones, por eso lo único que cabe exigir es que nos dejen fuera del sistema a los que no queremos permanecer en él ni un segundo más. Queremos sufrir los rigores del capitalismo y depositar nuestro dinero únicamente en planes de ahorro privados como ZP, que los contrata a pares. Y si nos arruinamos lo asumiremos con gallardía. Preferimos compartir el destino financiero de ZP a continuar sometidos al despojo solidario del clan de los chamosas. Cuestión de gustos.

viernes, 28 de enero de 2011

Álex, el enemigo del pueblo

Cristina Losada en Libertad Digital

La jefa de la Cultura oficialista le condena por no comulgar con "una decisión democrática" adoptada por tres partidos políticos con millones de votantes. De modo que, según esa mentalidad rudimentaria y antiliberal que equipara las decisiones de la mayoría con la razón y la verdad, hay que colgarle al díscolo el sambenito de "enemigo del pueblo". Si esto fuera Inglaterra, una pediría que al cineasta desafecto se le concediera el título de Sir. Como no lo es, que se le ponga su nombre a alguna calle. Aunque sólo fuera por el gesto excepcional de dimitir.

lunes, 24 de enero de 2011

Recuperar la verdad

Juan Manuel de Prada en ABC

Una sociedad que reniega de la verdad que la constituye se convierte, inevitablemente, en pasto de ingeniería social; se convierte en barro moldeable en manos del político que, a cambio de exaltar sus caprichos y conveniencias, puede instaurar un reinado de la mentira sin violencias ni sobresaltos, sabiendo que quienes lo sostienen no se rebelarán, pues previamente han sido sobornados.

lunes, 17 de enero de 2011

Orwell en la España de Zapatero

José Carlos Rodríguez en Libertad Digital

Las 33 páginas del anteproyecto de ley para la igualdad de trato y la no discriminación nos llevan, ya desde el tí­tulo, a un mundo orwelliano. sin ironías ni como una denuncia, sino como un objetivo deseable. En el planeta pajillesco no habrá acción u omisión que resulte en una discriminación, menoscabo o perjuicio de terceros.

Sigamos el texto, y hagámoslo fielmente, porque de otro modo todo lo que se diga de él parecerí­a mentira. Su objetivo es "prevenir, eliminar y corregir toda forma de discriminación en los sectores público y privado". No sólo serán penadas las acciones que considere la administración que están tipificadas en la ley, sino también las omisiones. Y no cabe descargarse en el error, pues tipifica la "discriminación por error", esto es, la que "se funda en una apreciación incorrecta acerca de las caracterí­sticas de la persona discriminada". Atentarán contra la ley las meras opiniones. Dice: "Queda prohibida toda conducta, acto, criterio o práctica" tipificada. Un mero criterio, una opinión, podrá ir contra la ley. Y cualquier uso social asentado, cualquier tradición, se puede convertir en ilegal con la plasmación de este texto en el BOE.

Si les cabe aún el asombro, sepan que queda invertida la carga de la prueba. Será el acusado quien tenga que demostrar que es inocente: "Corresponderá a la parte demandada o a quien se impute la situación discriminatoria la aportación de una justificación objetiva y razonable". Como es un delito de opinión, de ofensa, y es el ofendido quien alega sus razones para sentirse así­, resultará muy difí­cil defenderse. Además, cualquiera puede verse en la tesitura de ser denunciado por llevar una vida normal, como la que hacemos todos los dí­as Y los ofendidos o discriminados tienen la consideración, en el texto que quiere ser norma, de "ví­ctimas". Lo cual nos convertirá a los ciudadanos de a pie en... bueno, ya se lo imaginan.

El anteproyecto "incorpora expresamente tres nuevos motivos"de discriminación: "enfermedad, identidad sexual y lengua". Bien, por fin el Gobierno va a echarse atrás en su connivencia con las discriminaciones contra quienes quieren recibir la educación en castellano en regiones como Cataluña, Paí­s Vasco, Galicia o Valencia. Pues no, porque dice textualmente: "La prohibición de discriminación por lengua excluye cualquier diferencia de trato por el uso del castellano en todo el territorio nacional así­ como por el uso de las distintas lenguas cooficiales en sus respectivos territorios y en aquellos otros ámbitos previstos en las leyes". Hay que leerla varias veces para creérsela. Es decir, que el anteproyecto introduce un nuevo criterio de discriminación, que es la lengua, pero saca del ámbito de la ley las lenguas oficiales, precisamente las que están creando un problema de derechos civiles por discriminación y atentado contra nuestra libertad. Por lo que se refiere a la "identidad sexual", ya podemos ver claramente que cualquier opinión que resulte intolerable a la ideologí­a de género de los socialistas estará perseguida por la ley.

Menciona expresamente, para que nos vayamos todos preparando, a los medios de comunicación, y precisa que "se prevé su sometimiento a dicha prohibición". Si han podido multar a Intereconomí­a por una autopromoción sin necesidad de la ley, ¿qué no harán cuando entre en vigor? Pues lo que harán será cerrarla; a esta cadena o a cualquier otro medio de comunicación que les resulte incómodo, como este mismo. Acaso no sólo por sus contenidos, pero sí­ porque la ley entra en el ámbito de la empresa, y arroga a la administración la facultad de cerrar cualquier compañía que considere recalcitrante en la discriminación. Ah, y lo de la Educación para la Ciudadanía va a ser de risa en comparación con lo que puede esperarle a los colegios, pues el texto ya apunta que va por ellos.

Yo no soy capaz de identificar una sola norma desde el final de la Guerra Civil que sea tan totalitaria como la que ha concebido el Gobierno socialista. Es un instrumento para modelar la sociedad según los pobres esquemas de nuestra izquierda. Pero no es un salto cualitativo. Es la culminación de todo un proceso intelectual que conduce al sometimiento de los individuos a las terrorí­ficas ensoñaciones socialistas.

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Mienten los calendarios, estamos en 1984.

El PSOE prepara su ley de blasfemia

Victoria Llopis en Libertad Digital

Desde que Moncloa emitió el 7 de enero la nota de prensa informando del anteproyecto de ley "antihumillaciones" impulsado por la ministra Pajín, la red se ha desparramado con todo tipo de chanzas al respecto: "multarán por llamar feo", prohibirán los piropos... Pero según se va leyendo más gente el siniestro anteproyecto, van saltando las alarmas: los colegios con la opción pedagógica de educación diferenciada serán excluidos de los conciertos, no podrás negarte a alquilar tu casa a, por ejemplo, un inmigrante sin trabajo, podrán cerrarse empresas que "discriminen", etc, etc. Como bien apunta la redactora de la noticia, teniendo en cuenta que esta ley se aplicaría prácticamente en todos los ámbitos –empleo, asociaciones de todo tipo, educación, sanidad, servicios sociales, bienes y servicios y medios de comunicación–, no habrá parcela libre de la amenaza de cierre o fin de actividad si comete una infracción que sea considerada como "extraordinaria".

Como la motivación oficial, al parecer, es evitar las humillaciones a los españoles, nos preguntamos: ¿es que hasta el anteproyecto Pajín los españoles estábamos humillados? ¿No teníamos quién nos defendiera? Es obvio que la Constitución española y su ordenamiento jurídico tenían suficientes instrumentos para impedir y castigar humillaciones y discriminaciones objetivas en cualquier campo. Por ahí no va el tema, pues. Lo confirma también el hecho de que esté contemplada una "Autoridad para la Igualdad de Trato y no Discriminación", que al artículo 38 del anteproyecto prevé sea "organismo público de carácter unipersonal", y que –échense a temblar– tendrá potestad para investigar, por iniciativa propia, la existencia de posibles situaciones de discriminación de especial gravedad o relevancia. También tendrá la facultad de ejercitar acciones judiciales, de solicitar la intervención de las administraciones y la Fiscalía. O sea, un super-comisario político, por encima del sistema judicial. Para rematar la amenaza, se contempla la llamada "inversión de la carga de la prueba", es decir, fin de la presunción de inocencia; cualquier acusado de haber discriminado a alguien, tendrá que demostrar que no lo ha hecho.

Algunos empiezan a ver que, curiosamente, gracias a esta ley-Pajín, se tendría que derogar, por ejemplo, la actual ley antitabaco, porque los fumadores estarían discriminados si quisieran fumar en cualquier local público, y eso no se puede consentir. La esquizofrenia y pulsión totalitaria de estos necios lleva a estas paradojas.

Como la Sra. Pajín invocó para presentar las bondades de su anteproyecto, ¡cómo no! a los países de nuestro entorno, vamos a ver algunos ejemplos prácticos de qué se hace por Europa y Estados Unidos con normas de este tipo llevadas hasta el extremo por los particulares talibanes que las promueven e interpretan. Y digo talibanes porque éste es justamente el punto clave: la motivación última es impedir en la sociedad la libertad de opinar, actuar y moverse con criterios diferentes de los propugnados por la "nueva religión" que empieza a imponerse en Occidente, y que gira en torno a tres parámetros fundamentales: laicismo agresivo con tintes cada vez más claros de cristianofobia, feminismo de género con promoción de la agenda del lobby gay, y odio a la sociedad abierta y el libre mercado.

Uno de los primeros casos que ya en 2004 alcanzó notoriedad fue el del pastor luterano Ake Green, que fue condenado a la cárcel por predicar en su iglesia sobre el pasaje de la Carta de San Pablo a los Corintios sobre la homosexualidad. Aunque se limitó a exponer la doctrina de San Pablo, fue denunciado y condenado por "incitación a la violencia".

En marzo de 2007 una asociación metodista de New Jersey no quiso dejar sus locales privados, que tenían unas bonitas vistas al mar, a unas lesbianas para que celebraran en ellos su "boda". El tribunal falló que la asociación había violado las leyes anti-discriminación de New Jersey, aunque admitía que se trataba de una propiedad privada.

En febrero de 2008, se multó con 63.000 euros a un obispo anglicano que se negó a contratar como monitor de jóvenes a un hombre homosexual, entendiendo que era una discriminación por razón de orientación sexual, sin atender a las razones del obispo: no quería contratar para cargos de confianza en las actividades de su iglesia a personas que están en contra de la moral cristiana.

El año pasado, un padre de familia americano terminó siendo encarcelado por pedir que en el colegio no inculcaran a su hijo de 5 años que las uniones homosexuales eran moralmente aceptables, porque eso iba a contra de sus convicciones.

Hace un año, la ministra de Igualdad británica soltó un globo-sonda similar, anunciando un proyecto de ley que expresamente tenía en el punto de mira a la Iglesia Católica en el país, y pretendía obligar a la jerarquía a no impedir que sus sacerdotes puedan casarse, tener abiertas conductas homosexuales, realicen operaciones de cambio de sexo, mantengan estilos de vida abiertamente promiscuos o realicen cualquier otro tipo de actividades que sean reconocidas como formas legales de expresión sexual. Y naturalmente, no podrán rechazar como candidatas a mujeres que se presenten para ser ordenadas. No hemos vuelto a tener más noticias del tema; suponemos que se debe a que la sociedad y la clase política británica no han perdido completamente la cordura.

Sin haberse aprobado aún la ley Pajín, en España ya es palpable que no hay libre circulación de ideas, si éstas chocan con la "nueva religión", como ha ocurrido también hace unos días en la Universidad de Sevilla, donde se ha impedido que se promocionara el libro de un terapeuta americano. La diputada Rosa Díez, el escritor Pío Moa, y otros muchos relevantes "disidentes" del discurso oficial hace tiempo que son violentamente acallados en sedes universitarias. Las razones son distintas del motivo tratado en este artículo, pero el clima que los propicia es hijo del mismo humus ideológico talibán que inspira a la Sra. Pajín y al Gobierno de Rodríguez Zapatero.

"¿Qué ha hecho Mahoma por vosotras?". Esta simple pregunta ha condenado a muerte a la cristiana Asia Bibi, a tenor de lo que prevé la ley de blasfemia que marca en Pakistán una línea roja: todo lo que cuestione al islam, merece la muerte.

En España, todo lo que cuestione al laicismo radical, al lobby gay, al intervencionismo estatal asfixiante va a merecer la cárcel, la multa, la muerte civil.

El PSOE prepara su ley de blasfemia. Si se aprobara, la libertad de pensamiento, opinión y expresión, y el derecho a la propiedad privada habrán muerto definitivamente en España.

La conexión murciana de Palin

Juan Manuel de Prada en ABC

ME ha flipado bastante el aquelarre que la prensa mundial ha montado, convirtiendo al Tea Party y a Sarah Palin en instigadores de la matanza de Tucson. Uno está acostumbrado a esa suerte de impunidad moral con que se desenvuelve la izquierda, repartiendo a discreción anatemas entre las filas adversas; también se ha habituado uno a que la izquierda asigne al adversario ideológico el papel de archivillano en la tragedia de la Historia, reservándose para sí el papel de corderillo pacífico, con desprecio olímpico de la realidad; pero este aquelarre desborda la copa de la verosimilitud, para derramarse por los lodazales del delirio rocambolesco. No es que Loughner, el mozalbete que se lió a tiros con la congresista Giffords, no tuviese relación alguna con el Tea Party; es que parece exactamente el antípoda del retrato-tipo del acólito del Tea Party con el que, durante meses, la prensa izquierdista ha estado apedreándonos las meninges. Y, más allá de que Loughner revelara —en sus hábitos, lecturas y aficiones— proclividades que lo aproximan más bien a la izquierda antisistema, lo que parece fuera de toda duda es que se trata de un tarado con manías paranoides que aliviaba su soledad eyaculando incoherencias y procacidades por las redes sociales.

A este elemento la prensa de izquierdas le ha adjudicado sin empacho la condición de secuaz de Sarah Palin; y, como si nos halláramos ante un caso inexplicable de abducción universal, tal majadería ha sido rumiada por sesudos analistas, glosada en tertulietas y, en fin, incorporada al inconsciente colectivo como si de un mantra se tratara. Lo de menos es que el tal Loughner jamás haya pertenecido al Tea Party, ni mostrado adhesión alguna a Palin, ni defendido ninguna de las posiciones por las que tal movimiento o tal señora se han significado. Basta con que tal movimiento o tal señora hayan editado un mapa en el que se señalaba con dianas a varios congresistas demócratas y a sus respectivas circunscripciones como objetivos electorales para que se les considere «autores intelectuales» de la matanza. Señalar a los adversarios con dianas tal vez sea una metáfora excesiva; pero aun aceptando, que es mucho aceptar, que tal mapa sea una «incitación al odio», para relacionar tal mapa con la matanza de Tucson es preciso establecer una asociación desquiciada que la razón repudia.

Y en ese tipo de asociaciones irracionales, manipuladas emotivamente, la propaganda izquierdista se ha revelado maestra. Claro que tales asociaciones serían imposibles si previamente no se hubiera impuesto la creencia de que la violencia es una suerte de tic o pulsión irrefrenable de la derecha, un ingrediente constitutivo de su código genético; o, dicho en términos teológicos: una mancha de pecado original que arrastrará mientras exista. De nada sirve que la realidad refute abrumadoramente tal creencia, prodigando por doquier —lo mismo antaño que hogaño— ejemplos de violencia ejercida por la izquierda como método válido de convicción social y asalto al poder. La violencia, en el imaginario colectivo, se ha convertido en patrimonio exclusivo de la derecha; y la propaganda izquierdista puede permitirse desahogos como este aquelarre montado en torno a la matanza de Tucson. Mientras escribo este artículo, leo que han aporreado al consejero de Cultura del Gobierno de Murcia, quebrándole la mandíbula. Siendo el instrumento de agresión un «puño americano», la prensa izquierdista no debería vacilar el atribuir la agresión a un secuaz murciano de Sarah Palin; y, tirando del hilo, tal vez descubra que en Murcia hay montado un Tea Party clandestino.

Nada es seguro en Túnez

Gabriel Albiac en ABC

NO basta con derrocar a un dictador para poner en pie una democracia. Los que tienen mi edad recuerdan el chasco de 1979. En un Irán donde iba a instalarse, desde entonces, el nudo de las tormentas de después de la guerra fría, tras el inicio de una guerra de religión —la declarada por la Yihad a los infieles— con la cual habremos de pechar aún por muchos años.

Con explícito apoyo norteamericano —y una imprevisión muy de Jimmy Carter—, la salida a la calle en masa de una población iraní hastiada de la crueldad cleptócrata del Shah, tenía todos los atributos para fascinar a los ojos occidentales. Unanimidad de la población frente a un tipo ciertamente odioso, entusiasmo de un pueblo en busca de su regeneración moral tras décadas de corrupción y de ejercicio tiránico del poder. Había, bien es cierto, unos pintorescos tipejos mezclados en la fiesta. Barbudos y uniformados de los pies a la cabeza. Clérigos que, en el primer momento, sólo nos daban risa. A fin de cuentas, ¿cómo un país tan profundamente occidentalizado como Irán iba a hacer demasiado caso de aquellas reliquias rancias del pasado? Con la inestimable ayuda de todo el occidente democrático, el guía espiritual de los barbudos, un tal Ruhollah Jomeini, fue restaurado en la primacía de los ayatollahs. Y la ciudad sagrada de Qom pasó a ser el único centro de gravedad iraní. Los primeros políticos que soñaron hacer del país recién salido de la tiranía una democracia fueron desapareciendo: algunos tuvieron la suerte de poder huir (es el caso de Bani Sadr, que fue el primer Presidente de la República, antes de entrar en conflicto con un Jomeini que lo fulminó). Otros fueron asesinados. En Irán mismo o bien fuera de sus fronteras. La sentencia dictada por un Guía Supremo (autoridad en Irán muy por encima de la del primer ministro) no conoce límites ni en espacio ni en tiempo. Al cabo de muy pocos meses, las mujeres con pantalón vaquero y sin velo desaparecieron de las calles. Y, al fin, el código islámico, la sharía vino a ser la única legalidad de la nueva República Islámica iraní. Se lapidó adúlteras. Se ahorcó homoexuales. Fueron cortadas manos de ladrones. Todo para gran espectáculo, regocijo y aprendizaje públicos. Hoy, un Irán a punto de construir sus armas nucleares es el mayor peligro militar del planeta.

La revuelta que ha acabado en Túnez con un gobernante corrupto (o sea, lo normal en la política del mundo árabe), Ben Ali, se parece demasiado a aquella entusiasta oleada de jóvenes iraníes del año 1979 como para no desasosegarme. Porque es cierto que, en las movilizaciones que acabaron con Rezah Pahlevi, participó lo mejor de la juventud ilustrada y democrática iraní. Como es cierto que fue aniquilada en los años que siguieron. Físicamente. En el paredón o en la horca. Y que quienes soñaron desde Europa ver en la chusma de Jomeini un aliado providencial del mejor futuro -el caso más amargo fue el de Michel Foucault- cargaron para siempre con el remordimiento de no haber entendido nada.

Ben Ali ha huido. Hostigado por quienes claman por la democracia en Túnez. Pero no son ellos quienes han recogido el poder. Es el ejército. Tan corrupto como Ben Ali. Los clérigos y Al Qaeda aguardan su hora.

domingo, 16 de enero de 2011

El rey de Inglaterra

José Jiménez Lozano en La Razón

Nunca se releyeron sin alegría los versos en que Shakespeare habla en su «Hamlet» del tiempo de Adviento o anterior a la Navidad, en el que el aire se torna como de cristal en su transparencia, y el gallo aleja con su canto más madrugador y como en ninguna parte del año las pesadillas de la noche. La visión poética interpreta así esos fastuosos días y noches que transfiguraba; y los hombres, en su propio modo de vivir y éste en sus diversos aspectos han recogido como el desteñido de esa poesía en los demás tiempos del año, porque la poesía recrea el mundo para nuestros adentros.

Pero se ha perdido en buena parte el sentido de la fiesta, o, más bien, se ha renunciado a él como a otras estancias del vivir humano en seguimiento de ideas abstractas o acecinados por la política, de manera que la fiesta, que fue siempre memoria religiosa, costumbre heredada o decisión individual y de la comunidad, ha sido convertida en una ordenanza política utilitaria, y es lógico que algo tan artificial y construido precise también un construido énfasis y ruido y un encendido de luces de feria, dramáticamente empeñado en sacar a la alegría de allí donde pudiera haberse refugiado.

Pero ¿cómo se reprocharía éste y otros «como si» a un mundo como el nuestro que tiene con frecuencia la sensación de vivir junto a una morgue o en medio de ella, aunque sólo sea porque las noticias de cada día que le llegan son siempre de desgracia y muerte, de envenenamiento de tierra, mar y aire, y de inseguridad misma del andar por la calle, y hasta de los mismos alimentos que consume? Hasta el juego y la diversión están impuestos, normados y teledirigidos para su rentabilidad económica o política, o para la conformación y pedagogía del ánima, en vez de ser el puro ámbito de la libertad.

No se podrá decir, ciertamente de este tiempo nuestro lo que del XVIII, antes de la Revolución, decía Monsieur de Talleyrand, que quien no había vivido en él no podía saber lo que era la dulzura del vivir. Incluso adoctrinados permanentemente, como estamos, de vivir en la plenitud de los tiempos, no podríamos decir aquello ciertamente.

Las luchas político-religiosas del XVI y el XVII –las luchas son siempre políticas y suelen militarizar lo religioso como el resto de la realidad humana– vistieron de negro a Europa entera, y quitaron a sus hombres la alegría de vivir hasta un punto que se decía que en las grandes casas se rechazaban a los candidatos a cocineros que eran calvinistas por miedo de que su oscuro pesimismo sobre la naturaleza humana y la condición del mundo influyera tanto en ellos que hasta sus salsas se cortaran; pero al fin pudo respirarse. Sólo que entonces, como para que los hombres no olvidaran su condición siniestra, las revoluciones de fines del XVIII y de mediados del XX, volvieron a rodear la vida humana de amargor y tristura. Nazis y comunistas cerraron los cafés y otros lugares de esparcimiento en Praga y Viena, y por doquiera donde triunfaron, y se abrieron escuelas de formación global para fabricar un mundo nuevo, a comenzar por una nueva gramática, según la cual la esclavitud es libertad, cultura la ignorancia, alegría la barbarie, y jugar o reír serían prohibidos como no fuera para alabar y divertir al líder redentor.

A la llamada post-modernidad no le ha faltado razón en querer zafarse de toda esa losa de seriedad y horror, pero «tiró el niño con el lebrillo», y el alegre nihilismo en el que se nos invita a vivir no nos proporciona una residencia que sea codiciadera precisamente como Martin Buber decía que no podíamos residir en territorio hegeliano.

Demasiadas explicaciones, en efecto; demasiada atención a los señores de la historia siempre pronunciando un discurso interminable. «¿Y a ti qué te importa lo que piensa el rey de Inglaterra?», preguntaba Erasmo a su lector.

Pues nada, verdaderamente.

Yo acuso a ciertos sindicatos de ser criminales

José Antonio Martínez-Abarca en su blog de Libertad Digital

No estoy acusando como hacen los demócratas americanos de que hayan creado un vago, poco mensurable y finalmente discutible "ambiente de crispación" que haya desembocado a través de tortuosos procesos mentales de algún loco en trágicas consecuencias políticas. No es algo obra de "elementos incontrolados". Sino algo infinitamente más grave: estoy acusando directamente de que algunos sindicatos "de clase" en Murcia han puesto a Cruz en la situación precisa de que alguien, de entre los suyos o aledaños, le dé el paseo. No hay posibilidad de dudas retóricas. "Sobrinísimo", lo llamaron. Ya sabemos quién lo llama así, como sabemos quién llama "txakurra" a la gente decente. Todas las pruebas de esto se han publicado estos días rigurosamente, por tierra, mar y aire. Sólo hay una diferencia de ciertos sindicados "funcionariales" o de gentuza que utiliza sus siglas con su beneplácito respecto a los batasunos: que éstos ahora mismo aseguran repugnar de estos métodos criminales. Qué vacías veo aún las cárceles. Los sindicados "pacíficos" en Murcia deben renegar de ellos y, qué duda cabe, de las comunes reivindicaciones, a partir de hoy irremediablemente teñidas de sangre. Y aún alguien dirá que estos agentes son "interlocutores sociales". De acuerdo: estrictamente en los "vis" a "vis" de los módulos de alta seguridad.

sábado, 15 de enero de 2011

Delincuencia de estado

Luis del Pino en su blog de Libertad Digital

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 15/1/2011

El FBI, la famosa agencia federal de investigaciones americana, nació en 1908. Su nombre original era BOI y no adoptaría su nombre definitivo hasta 1932. El más conocido de sus directores fue, sin duda alguna, John Edgar Hoover, que llevó con mano de hierro las riendas del FBI durante la friolera de ¡48 años!

Cuentan que una de las razones de su larga permanencia en el cargo y de que sobreviviera al mandato de tantos presidentes distintos es que Hoover lo sabía todo de todos, gracias a la información que el FBI obtenía. Vamos, que no había político en Washington que no supiera que probablemente Hoover contaba con un amplio dossier sobre él.

De hecho, los dos últimos años de la vida de Hoover, y de su mandato al frente del FBI, se vieron salpicados por el escándalo, cuando unos desconocidos entraron en 1971 en una de las sedes del FBI y robaron numerosos documentos sobre las actividades ilegales de la agencia, que después filtraron a distintos medios de comunicación.

Cuatro años más tarde, el Senado de los Estados Unidos nombró un comité, el denominado comité Church, para evaluar las actividades encubiertas llevadas a cabo por los distintos servicios de información americanos, entre ellos el FBI. Y las conclusiones de aquel comité (que ocupan miles de páginas y se encuentran disponibles en Internet) fueron demoledoras: con el pretexto de velar por la seguridad nacional, el FBI había estado violando de manera continuada la Constitución y la Ley, a lo largo de los años, con operaciones encubiertas de espionaje, de desinformación y de manipulación de la opinión pública.

El FBI se dedicaba sistemáticamente, por ejemplo:

- a infiltrarse en todo movimiento que fuera considerado peligroso o simplemente sospechoso, como por ejemplo los movimientos por los derechos civiles de los negros o de las mujeres.

- a crear organizaciones falsas de lucha por los derechos civiles, dirigidas por personal del FBI, con el fin de dividir a ese tipo de movimientos.

- a propalar rumores y a enviar falsas cartas de amenaza, para que se enfrentaran entre sí las organizaciones de lucha por los derechos de los negros.

- a enviar cartas anónimas a los cónyuges de los líderes de esos movimientos, acusándoles de supuestas infidelidades, para crear problemas domésticos que restaran tiempo a los dirigentes de esas organizaciones.

- a presionar a las empresas para que despidieran a las personas que militaban en esas organizaciones.

- a presionar a las universidades y organizaciones culturales para que no permitieran las conferencias o actos de los movimientos por los derechos civiles o de sus líderes.

- a publicar falsas noticias, a través de periodistas adictos, con el fin de desacreditar a esas organizaciones o a sus líderes.

- a falsificar y repartir folletos de esas organizaciones, con el fin de sembrar la confusión o minar su prestigio.

- a fabricar, con la complicidad de otros cuerpos policiales, pruebas falsas con las que poder encarcelar a líderes o miembros de organizaciones sospechosas.

- a promover altercados, mediante agentes infiltrados, en las manifestaciones convocadas por esas organizaciones, para transformarlas en protestas violentas y desacreditar así a los convocantes.

- a intervenir, sin orden judicial, las comunicaciones telefónicas y postales de todo aquel que se considerara sospechoso.

- a realizar registros y colocar micrófonos, sin orden judicial, en las sedes de los movimientos por los derechos civiles o en los domicilios de sus líderes.

- etc, etc, etc

Quizá un buen resumen de cómo se las gastaba el FBI para tratar de neutralizar a las organizaciones que luchaban por los derechos civiles sea la serie de operaciones que la agencia dirigida por Hoover puso en marcha para desactivar al reverendo Martin Luther King. En palabras del propio comité del Senado americano, lo que se hizo con Martin Luther King "traspasó el límite de la decencia humana más fundamental".

Las operaciones del FBI contra el campeón de los derechos de los negros se iniciaron en diciembre de 1963, cuatro meses después de la famosa marcha sobre Washington que Martin Luther King organizó. A lo largo de los dos años siguientes, el FBI sometió a King a seguimientos físicos, tomando fotografías de cuantas personas se reunían con él, y sometió a escrutinio sus finanzas, buscando sin éxito alguna información con la que desacreditarle.

Como no lograron encontrar nada que achacarle en el terreno económico, se dedicaron a plantar micrófonos en las habitaciones de hotel que Martin Luther King iba ocupando durante sus desplazamientos por todo el país, para tratar de grabarle en algún desliz extramatrimonial.

Y tuvieron éxito, porque llegaron a mandarle a King una cinta de audio con una de esas grabaciones, junto con una carta en la que invitaban veladamente al líder negro a suicidarse, si quería evitar que la cinta se hiciera pública.

Como King no se amilanó, el FBI filtró la cinta a los medios de comunicación y a los líderes de las organizaciones que apoyaban a King, e incluso a la propia familia de éste. Aunque tampoco eso les sirvió, porque el defensor de la igualdad racial no cejó en su lucha.

Cuando Martin Luther King recibió el Premio Nobel de la Paz, el FBI llegó a presionar al cardenal Spellman para evitar que el Papa le recibiera en audiencia.

Las presiones, las intimidaciones y el espionaje continuaron hasta el mismo día del asesinato de Martin Luther King, ocurrido el 4 de abril de 1968.

Ayer conocimos dos noticias que demuestran que en España los servicios de información, manejados por el poder político, están alcanzando cotas de degeneración que poco tienen que envidiar al FBI de Hoover.

Por un lado, conocimos un auto del juez Pablo Ruz, encargado de la investigación del llamado caso Faisán, en el que se da cuenta de la recepción de los documentos enviados por la jueza francesa Laurent Levert. El juez Pablo Ruz ha decretado el secreto de sumario sobre una parte de esos documentos recibidos desde Francia, con el fin de realizar nuevas averiguaciones que permitan determinar qué miembros de las Fuerzas de Seguridad alertaron a ETA de la operación que se iba a llevar a cabo contra su aparato de extorsión.

Por otro lado, conocimos también que la unidad antiterrorista de la Ertzainza se habría dedicado a espiar a ciudadanos particulares y a miembros del PP vasco, entre ellos el padre de Santi Abascal.

Estas informaciones se unen a los datos, por todos conocidos, sobre los ímprobos esfuerzos realizados desde nuestros servicios de información para desactivar las organizaciones que en la pasada legislatura canalizaron la oposición de las víctimas y de los ciudadanos a la negociación con ETA. O a los datos sobre los seguimientos a Manuel Pizarro. O sobre la implantación de nuevos sistemas de escucha de comunicaciones que no cuentan con el oportuno control judicial. O sobre el espionaje a los controladores. O sobre las intoxicaciones contra determinados movimientos cívicos distribuidas a través de los medios adictos. O sobre los pagos a piratas de toda calaña que secuestran a españoles por esos mundos de Dios. O sobre las intoxicaciones destinadas a impedir que la sociedad española conozca la autoría real del 11-M...

Como en Estados Unidos en la época de Hoover, en España se utiliza políticamente a los servicios de información, se incumple la Constitución, se espía a los ciudadanos, se menosprecian los controles judiciales, se realizan seguimientos a particulares, se infiltran movimientos cívicos, se utiliza a medios adictos para manipular a la opinión pública y se cometen flagrantes delitos.

Y, sin embargo, fíjense en la diferencia fundamental que existe entre las actividades delictivas de Hoover y las que aquí se cometen. Mientras que el FBI de Hoover se dedicaba a violar la Ley en nombre de la seguridad nacional - es decir, supuestamente por el bien del país -, en España se viola la Ley para someter a marcaje, no a los terroristas que atentan contra la convivencia, no a los nacionalistas que buscan destruir el estado, no a los grupos violentos que no respetan la libertad de expresión en la aulas universitarias, no a los piratas que secuestran españoles, no a los políticos corruptos que saquean las arcas del estado, no a los asesinos del 11-M... sino que a quien se persigue, se espía, se coacciona o se intenta manipular es, precisamente, a aquellos que luchan porque no se vulnere la Constitución; a aquellos que piden que se respete el derecho de las víctimas a la Memoria, la Dignidad, la Justicia y la Verdad; a aquellos que tratan de que la Nación no se cuestione ni se cuartee.

El que los servidores del Estado - como en la época de Hoover - cometan delitos para tratar de neutralizar a quienes son considerados una amenaza para el Estado resulta deleznable y repugnante. Pero ¿qué calificativo podemos emplear para aquellos servidores del Estado que - como en España - cometen delitos para ayudar, directa o indirectamente, a quienes buscan precisamente destruir el Estado?

Sin misa y rebuznando

Tomás Cuesta en ABC

FUE en casa de Gorki, una noche de vodka, zalamerías y miserias. El Padrecito Stalin, que iba suelto de lengua, se dirigió a los escritores que aderezaban el festejo con la solemnidad pastosa de un profeta ebrio. «La nueva sociedad —dictaminó— la construirán los ingenieros. Pero vosotros, camaradas, también sois ingenieros. Ingenieros de almas, nada menos». La frase, según cuentan, se le ocurrió sobre la marcha, un poco al buen tuntún y al calor del aguardiente. Pero la inspiración, siempre tan caprichosa, le regaló una metáfora soberbia. El objetivo final del totalitarismo es transformar al hombre en herramienta. Y la mejor manera de llegar a la meta es arbitrar una cadena de montaje que troquele y ajuste las conciencias. Nadie lo ha definido con tanta lucidez como el mayor criminal del siglo XX. «Ingenieros de almas»: una expresión tan nítida, tan espantosamente bella, que, más que a la política, remite a la poética. Los dictadores pasan, las pesadillas se atemperan, las sociedades levan anclas con rumbo a nuevos puertos. Pero la tentación de convertir a las personas en peleles inermes y zombis del sistema aún sigue latente.

Lo que ha ocurrido estos días en la Universidad de Barcelona a cuenta de esa capilla en la que, por lo visto, el nacional-catolicismo destilaba veneno, es una versión bufa («Sin misa y rebuznando») de lo que, en el original soviético, era un drama macabro. La presencia o no de locales destinados al culto religioso en los recintos universitarios (que son, por otra parte, tan cristianos «ab ovo» como las catedrales) es un asunto que puede discutirse en términos estrictamente razonables. No faltan argumentos ni argumentadores para echar leña a la hoguera de la «disputatio»: Voltaire, Descartes, Kant... Incluso el mismo Balmes que —quién lo iba a decir— ahora está de moda allá en el Principado. Sin embargo, no hay caso. Después de medio siglo de ingeniería anímica la razón ilustrada se ha disuelto en la sopa iletrada de la memez a ultranza. El debate humanista sobre las relaciones entre la libertad y la fe, la laicidad y la tolerancia, ha dado paso a la cazurrería intonsa de una reala de fanáticos que creen que la sutileza dialéctica consiste en vociferar a dos carrillos, en escupir por el colmillo hacia lo alto y en ciscarse en la consagración del «Agnus Dei» acosando a los fieles y comulgando con bocatas. ¿Enorme sacrilegio? Lo sería si por azar supieran en qué consiste lo sagrado.

Pero nada hay enorme, salvo la estupidez, en nuestras acres parameras. Los diminutos inquisidores progresistas (los grandes, nos guste o no, eran gente con vuelo) han elevado las consignas a la categoría de argumentos. Sacan a relucir los ideales y le dan esquinazo a las ideas. Confeccionan prestigios a medida y miden las costillas de los desafectos. Emplean la corrección política a guisa de ganzúa y escalpelo. Apelan al escándalo si la discreción les acomete. Extraen de una sospecha una sentencia. De una denuncia abocetada se deriva un linchamiento en toda regla. La dictadura del beaterio posmoderno desencadena un proceso paranoico que anula el debate público y desfibra el lenguaje al extirpar las diferencias. El fascismo uniforme, el espantajo de la monotonía milimétrica, retorna camuflado en los ropajes de un antifascismo romo y dominguero. La audiencia, insaciable, abuchea a los cómicos y exige crueldad, verosimilitud, sangre y entrega. ¡El Circo Mínimo, señoras y señores, en vivo y en directo! Cristianos extasiados, gladiadores de tebeo y los analfabetos de rigor —de «rigor mortis», obviamente— jaleando a las fieras en la tribuna de los medios.

Misas suspendidas

Juan Manuel de Prada en ABC

SE suspenden las misas en una capilla de la Universidad de Barcelona, después de que grupos de estudiantes anticatólicos impidieran en varias ocasiones su celebración, mediante coacciones a los asistentes y actos sacrílegos variopintos. La autoridad universitaria, para justificar la suspensión, alega que no está en condiciones de garantizar la seguridad de quienes asisten a las misas; lo cual es tanto como reconocer que no está en condiciones de garantizar el imperio de la ley. Porque, hasta donde uno sabe, en España rige la libertad de culto; y la Universidad de Barcelona suscribió un convenio con el Arzobispado de Barcelona, por el que se comprometía a ceder un espacio para la celebración de misas. Allá donde la autoridad no se ejerce, tal autoridad ha dejado de existir.

La autoridad universitaria barcelonesa proclama que «hará todo lo posible para preservar el ejercicio de la libertad religiosa y el derecho a la libre expresión». Pero el «derecho a la libre expresión» no ampara que un grupo de estudiantes entre en una capilla, mientras se celebra misa, a comer bocadillos o hablar por teléfono móvil; ni tampoco que se impida la asistencia a un lugar de culto, o que se coaccione a los asistentes. Uno podría entender que en una dependencia de la universidad se autorizasen reuniones en las que un grupo de estudiantes exhortara a sus compañeros a no asistir a misa (aunque sospecho que la mayoría ya sigue tal indicación, sin necesidad de que se les exhorte a ello); o que el periódico de la universidad publicase artículos en tal sentido, siempre que no sean ofensivos contra la fe católica y que tales artículos puedan ser replicados por quienes opinan lo contrario. Pero hasta donde se me alcanza el ejercicio de la libertad de expresión no puede impedir el ejercicio de otros derechos o libertades; esto es, al menos, lo que a mí me enseñaron en los rudimentos del Derecho Constitucional. Impedir, perturbar o interrumpir la celebración de una ceremonia religiosa con violencia, amenaza o tumulto no es ejercicio de la libertad de expresión, sino conducta lesiva tipificada en el Código Penal. Y cuando tales conductas no se reprimen ni sancionan, hemos de concluir que se ampara el delito; o que se lo disfraza de ejercicio de la «libre expresión», lo que todavía se nos antoja más sórdido.

Pero detrás de este episodio barcelonés, que no es sino una expresión más del despepitado odium fidei que sacude Occidente, como un escalofrío premonitorio de los dolores del parto (y lo que nazca de ese parto no quiero ni imaginarlo), subyace algo mucho más grave que una mera dejación de responsabilidades por parte de la autoridad académica, siendo esto asaz grave. Y lo que detrás subyace no es sino el entendimiento —cada vez más extendido entre amplias capas de la sociedad, y alentado desde instancias de poder— de que la mera expresión pública de la fe católica es, en sí misma, conflictiva e indeseable; y que el mejor modo de evitar los problemas provocados por tal expresión de la fe es impedirla, o siquiera expulsarla de aquellos ámbitos donde pueda tropezarse con reacciones hostiles. Tales reacciones, por supuesto, no son espontáneas, sino inducidas por un clima laicista irresponsablemente azuzado desde instancias de poder; y, una vez instauradas, no harán sino ganar terreno, en su voraz apetito colonizador. Hoy se adueñan de una universidad, mañana lo harán de tal o cual barrio, pasado campearán triunfantes por doquier, expulsando a la clandestinidad la fe católica. Que en eso consiste, al fin y a la postre, la abominación de la desolación.

Violencia, ¿de género?

Manuel Martín Ferrand en ABC

LA acuñación de frases hechas y, casi siempre deformadoras del significado que se les atribuye, es una de las muchas y malas costumbres nacionales. Algo engendrado por dos padres, la pereza mental que da la tierra y el sesgo que los obsesos del igualitarismo quieren darle, ellos sabrán por qué, a la indeseable violencia que algunos hombres ejercen, psíquica o físicamente, contra las mujeres y, por lo general, más sañuda cuanto mayor el vínculo que les une a ambos. ¿A qué se refieren realmente cuando hablan de «violencia de género»? Podría ser que, movidos por su amor a la zarzuela quieran hablarnos del género chico o, lectores recalcitrantes, encuentren la novela como el más excelso de los géneros literarios; pero el género humano se integra, y en parecida proporción, por hombres y mujeres. La confusión del género con el sexo es culturalmente indeseable, científicamente ignorante y políticamente tendenciosa. Una pieza más de la deseable igualdad de derechos entre los dos sexos o, si se prefiere usar la terminología de Simón de Beauvoir, el primero y el segundo.

En Torrecaballeros, un pueblecito aledaño a Segovia, un hombre mató a su mujer, a su hijo de 16 años y, después, se suicidó. Se trata de una familia acomodada y culta en la que no caben las explicaciones ambientales al uso. ¿Es eso violencia de género? Lo científico, en concordancia con lo humano, sería hablar de desesperación; pero eso no viste al feminismo deformador y traspasa una cuota de responsabilidad al marco público de nuestra existencia. A un desaliento capaz de producir esos efectos tan desgraciados es difícil llegar por uno mismo, sin la cooperación del marco sociopolítico y la influencia mediática. De hecho, cuanto mayor es la publicidad de este tipo de crímenes y más intensa es la condena pública, más crece su número y más diversa se hace su casuística.

Repulsar la violencia de género, como ha hecho el ayuntamiento donde se produjo el suceso, es un brindis al sol. Es ponerle adjetivos para la confusión a lo que es violencia y, si se quiere, con abuso de un sexo sobre el otro; pero no propiciado ni por el género que venden en las tiendas ni por los que utiliza la gramática para la taxonomía del lenguaje. El asunto es tan grave que constituye insensatez la consideración de esa violencia, tan dolorosa como frecuente, como un fruto de la relación entre los hombres y las mujeres. Es una patología social que no se arreglará más que con una educación más sólida y rigurosa que la existente y la introducción en la convivencia de unos códigos morales, religiosos o laicos, que hoy brillan por su ausencia.

Las sentencias que Rubalcaba no hará cumplir

Editorial de Libertad Digital

El liberalismo nace de la desconfianza hacia el poder. Cuando tantos reformadores han mirado a la política como una herramienta con la que alcanzar sus fines –en unos casos benéficos, en otros no–, el liberalismo encuentra en ella un peligro para las libertades: para el poderoso el poder termina siendo, si es que no lo fue desde el principio, un fin en sí mismo. Difícilmente podría pensarse en un mejor cartel publicitario para nuestra doctrina que Alfredo Pérez Rubalcaba.

La carrera política del actual vicepresidente en el Gobierno de España comenzó en los años 80, cuando fue el principal responsable de la elaboración de la LOGSE, una de las peores leyes de nuestra democracia, como secretario de Estado de Educación. Premiado primero con el ministerio del ramo, poco después pasó a Presidencia, donde se distinguió en labores de portavoz negando que el Gobierno hubiera tenido nada que ver con el GAL. Y una vez en la oposición ejecutó un rol estelar en el indigno papel del PSOE durante la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004, cuando él, precisamente él, dijo aquello de que España no se merecía un Gobierno que mintiera.

Una vez incorporado al Ejecutivo dirigido por Zapatero, ha destacado por sus numerosas mentiras durante el fracasado proceso de rendición ante ETA, cuando nos aseguró que había "verificado" que la banda había dejado las armas mientras intentaba ocultar que seguía rearmándose y chantajeando a los empresarios vascos para financiarse. Además de ser el responsable político del chivatazo, asunto por el que siempre se ha negado a dar la cara.

Con semejante currículo, no debería sorprender la desvergüenza con que ha dirigido la nula reacción del Gobierno ante la declarada intención de CiU y el PSOE catalán de violar la ley, incumpliendo las sentencias que obligan a tratar a quienes quieran que sus hijos reciban la enseñanza en castellano en igualdad de condiciones con quienes optan por el catalán. Después de eludir el tema durante semanas con la patética excusa de que no había leído la sentencia, inaceptable en un Gobierno que tiene entre sus obligaciones hacerla cumplir, finalmente ha optado por despachar el tema negando, con tono de perdonavidas, que el Tribunal Supremo diga lo que dice.

Que el modelo de inmersión lingüística que impide que los niños cuyos padres así lo desean opten por el castellano como lengua vehicular de la enseñanza es anticonstitucional es evidente. Lo han dejado claro muchas sentencias, de las cuales ésta es sólo el último ejemplo, notable por cuanto toma el Estatuto afeitado por el Constitucional como referencia. Pero cualquier sentencia que emita el Poder Judicial es papel mojado si el Ejecutivo no la hace cumplir. Y, evidentemente, el Gobierno por boca de Rubalcaba ha dejado claro que no va a mover un dedo para proteger los derechos de los ciudadanos catalanes.

¿Por qué iba a hacerlo? Al fin y al cabo, las libertades no son más que un obstáculo para el poder. Como se ve en otros ejemplos recientes, como el anteproyecto de ley de igualdad de trato, lo importante para Zapatero, Rubalcaba y los suyos es mandar para moldear la sociedad a su antojo. Y una sociedad en la que en Cataluña se pueda estudiar en castellano no les interesa.

¿Por qué lo llaman laicismo?

GEES en Libertad Digital

El islamismo nos ha declarado una guerra a muerte: da igual que nosotros no nos queramos dar por enterados, o que pretendamos buscar la paz con él a cualquier precio. La izquierda española está vaciando de principios y valores tradicionales a la sociedad española: ¿ha perdido tanto el juicio como para no darse cuenta de que trabaja para el islamismo? A nosotros nos parecerá absurdo, pero quieren recuperar España para el islam y restaurar la oscura Al Andalus. En la España del Proyecto de ZP, los poderes públicos están poniendo trabas al ejercicio del cristianismo, pero están fomentando el del islamismo. Pagaremos las consecuencias.

La cristofobia del Gobierno y su plasmación en leyes son un problema que heredaremos para el futuro y que tiene consecuencias que van bastante más allá de los cristianos. Derogarlas es una necesidad si queremos que las instituciones del paí­s funcionen y las energías de España dejen de perderse por un culpa del odio radical hacia el cristianismo de unas minorí­as que envenenan la convivencia y que se encarnan y tienen como ariete el Proyecto de ZP, que dice laicismo donde debiera decir cristofobia, odio al cristianismo y búsqueda de su eliminación social.

viernes, 14 de enero de 2011

El vídeo sobre Jerusalén censurado por TVE

¡A Bután!

Nos cuenta Quim Monzó en La Vanguardia que Bután "es el primer Estado del mundo en el que la venta de tabaco está prohibida". Y remata su artículo con su "peculiar" sentido del humor: "Si yo fuese jefe de Viajes El Corte Inglés, o de cualquier otra agencia similar, hoy mismo empezaría a organizar viajes a Bután –para la próxima Semana Santa, por ejemplo: avión en clase turista, alojamiento en hoteles de primera (en habitaciones dobles, con baño privado) y visitas y excursiones por concretar–, para que los fumadores que aquí afirman estar tan y tan molestos con la ley que entró en vigor el 2 de enero puedan disfrutar de la experiencia incomparable de sentirse de verdad agraviados y perseguidos. Hala, chicos, a disfrutar." Ante lo cual sólo queda decirle, en lo que podría considerarse un homenaje a Fernán Gómez, que en gloria esté: ¡Váyase USTED a... Bután, señor Monzó".

Este artículo es un buen ejemplo del totalitarismo orgulloso, tan en boga desde que el actual inquilino de La Moncloa nos gobierna. Totalitarismo orgulloso y leguminoso. Son lentejas, si las quieres las tomas y si no... a Bután.

Monstruos

Cristina L. Schlichting en La Razón

No hay como la carencia de algo para valorarlo. Cuando volvía de Albania o de Kosovo, en mis tiempos de reportera, me sorprendía que nadie disparase, que hubiese asfalto en los caminos y los niños no mendigasen. Creo que nunca he comprendido mejor la brutalidad de ETA que cuando mataba después de aquellos viajes, porque me hacía comprender que nos retrotraía al subdesarrollo moral de los países donde limpiar las calles o respetar la vida ajena ni se plantea. La Razón daba ayer la impresionante noticia de una mujer detenida en Extremadura adonde había huido tras haber asesinado a su bebé recién nacido en Alemania. No hace mucho ocurrió también que una señora de Mallorca mató a su hijo y lo enterró en una maleta para seguir viviendo una aventura amorosa. Cada vez son más frecuentes los casos de mujeres que tiran bebés a la basura o abandonan a sus niños. Supongo que los que empezaron a teorizar sobre el relativismo nunca imaginaron que realmente todo pudiera ser relativo. Estoy segura de que consideraban imposible que desapareciesen los sentimientos maternales, por ejemplo. De otro modo no se hubiesen atrevido a desmontar los frágiles eslabones que engarzan los amores, respetos, límites que hacen de la vida humana algo bueno. A medida que todo se pone en duda aparecen entre nosotros comportamientos que creíamos erradicados. Canibalismo, esclavitud, persecución religiosa. Cuando regresaba de Kosovo, me parecía imposible que aquel pedazo de tierra evolucionase. Me dicen que en Albania se sigue vendiendo el virgo de las chicas o traficando con bebés. Algún día ocurrirá esto aquí. Me pregunto cómo retrocederemos a la civilización entonces.

Viñeta de Montoro en La Razón

Viñeta de Caín en La Razón

Viñeta de Esteban en La Razón

Esos peligrosos cristianos caseros

Lara Vidal en Libertad Digital

En las dos últimas semanas, las autoridades iraníes han procedido a la detención de unos setenta cristianos. Se me dirá que semejante acción no constituye una novedad y que, dentro del drama que significa la persecución generalizada que sufren los cristianos de cualquier confesión en las naciones islámicas, el episodio no tiene especial relevancia. Craso error.

La acción llevada a cabo por el Gobierno de Ahmadineyah indica que las autoridades islámicas sí que distinguen entre unos cristianos y otros y que además son conscientes de que sus ovejas, por denominarlas de alguna manera, no son impermeables al mensaje del Evangelio. En términos generales, las distintas confesiones cristianas no significan una amenaza para el monopolio islámico. La iglesia católica se conforma –y no es poco– con que le garanticen una situación en la que no quemen sus parroquias ni detengan a sus fieles. Para conseguirlo, ha aceptado en la mayoría de los casos no predicar un mensaje religioso a los musulmanes y limitar sus actividades al terreno asistencial. Eso si no se dedica a cantar las loas de Mahoma para conseguir que no asesinen a alguna monja o golpeen a un sacerdote. La obra social que realiza suele ser encomiable, pero, en términos religiosos, su peso para los musulmanes es similar al de una ONG. Las iglesias orientales – armenios, caldeos, coptos, ortodoxos... – procuran moverse en los estrechos límites que les marcaron hace siglos los gobernantes musulmanes a la espera de que no les pongan bombas como recientemente ha pasado en Irak o Egipto.

La única excepción a esa política de mera supervivencia la plantean las iglesias evangélicas. Éstas no sólo se dedican a proclamar el Evangelio a sus conciudadanos musulmanes sino que además lo están haciendo con eficacia desde hace décadas. A semejante tarea –que implica, literalmente, arriesgar la libertad e incluso la vida– contribuye el hecho de que su mensaje sea sencillo, de que no necesiten iglesias para reunirse, de que sus cultos se centran únicamente en la oración y el estudio de la Biblia y a que pueden reunirse clandestinamente por regla general en domicilios particulares. El crecimiento de los evangélicos en el mundo islámico constituye uno de los grandes fenómenos espirituales de nuestros tiempos y los dirigentes musulmanes no lo han perdido de vista aunque buena parte de la prensa occidental no se haya enterado. En el caso concreto de Irán, ha sido nada más y nada menos que el ayatollah Alí Jamenei, verdadero guardián de las esencias de la revolución islámica, el que hace unos días indicó el peligro que significaban los cristianos que se reunían en las casas y que están logrando que no pocos iraníes abandonen la fe de Mahoma para abrazar el cristianismo.

Semejante circunstancia resulta no poco inquietante porque demuestra, primero, que en un debate real el cristianismo se impone a las consignas islámicas en no pocos casos y, segundo, que esa circunstancia tiene lugar incluso cuando el que decide seguir a Jesús se juega, literalmente, la vida. La detención de esos setenta cristianos no es un aviso a navegantes sino parte de una campaña contra un enemigo al que se ve formidable. Desde luego es para mover a reflexión que, junto al poderío militar de Estados Unidos o la perseverancia nacional de Israel, el régimen de los ayatollahs crea que existe una amenaza formidable, la que constituyen los evangélicos que se reúnen en domicilios particulares. Sin embargo, no debería extrañarnos. El mismo imperio romano sabía también en el s. I lo peligrosos que podían resultar los cristianos que se congregaban en las casas.

El hombre nuevo

Agapito Maestre en Libertad Digital

Reconozco que el asunto Álvarez Cascos da un poco de vidilla al actual sistema de desgobierno que vive España. Pero, por otro lado, revela lo más podrido del sistema político. Muestra que el verdadero Rajoy no se entiende sin Zapatero. Uno y otro son intercambiables, porque los dos actúan implacablemente a la hora de eliminar al discrepante. Quien trate de salirse del pacto de las oligarquías entre partidos es eliminado. Rajoy incluso se expresa como el político más estalinista entre los estalinistas: sólo se interesa por el futuro. La prueba está a la vista en su declaración sobre la cuestión de Álvarez Cascos: "Yo, en este asunto, ya estoy en el futuro". Es lo mismo que contestaba Stalin al campesino: "El comunismo está en el futuro". A Rajoy le gusta la expresión sobre el futuro, de lo contrario no la habría dicho. Ay, amigos, el lenguaje siempre nos delata.

Rajoy posiblemente será el nuevo presidente del Gobierno, quizá gestione mejor los asuntos económicos que Zapatero, e incluso conseguirá que no se legisle contra la mitad de la población, pero no esperemos mucho más. ¿El PP es alternancia? Sin duda. Pero no tiene alternativa. Comparto, por lo tanto, la opinión de quienes consideran que la actual etapa histórica de España no corresponde a un régimen político, pues que eso significaría que existe algún orden político, sino a una extraña situación política, que ya es histórica, cuya razón fundamental es un sistema de desgobierno, organizado por una casta política para infantilizar y enajenar a lo que queda de Nación.

El consenso político entre las oligarquías de los partidos políticos al margen de la sociedad, e incluso de sus propios discrepantes, es la base de un sistema absolutamente corrupto. ¡Qué más da quien sea más corrupto! Como dijo Bentham al criticar la oligarquía inglesa de su época, ya sólo cabe distinguir entre partidos opresores y partidos depredadores. Pues eso, el PSOE es el partido opresor por excelencia, y el PP, especialmente a través de Rajoy, no deja títere con cabeza en su entorno. Captura y devora más, incluso quizá con más saña, que el todopoderoso Zapatero. Es absolutamente absurdo y cruel prescindir de alguien que llevaba toda la vida en el partido, independientemente de que él aplicara los mismos métodos. Pero es todavía más cruel y totalitario tratar de engañarnos con el futuro: el mito del hombre nuevo –"yo ya estoy en el futuro", es la frase más repetida de Rajoy desde el Congreso de Valencia– es una manera fina de acabar con cualquier idea plausible de presente, es decir, de política para aquí y ahora. Terrible. La democracia, en España, ya es sólo una aspiración de futuro.

Ser Alemania

Ignacio Camacho en ABC

No somos un país capaz de crecer por encima del tres por ciento cuando nosotros mantenemos crecimiento negativo (eufemismo piadoso: eso es decrecer). No somos una nación federal capaz de reconducir el peso de sus poderes territoriales. No tenemos una clase dirigente dispuesta a formar un gobierno de coalición de partidos mayoritarios para abordar reformas de interés público. No tenemos un siete por ciento de paro, y bajando. No compramos deuda sino que la vendemos. Y no lideramos nada en Europa salvo las estadísticas de desempleo. No, definitivamente, no somos Alemania.